En las últimas semanas, los personajes de René y Lía de la telenovela cubana El rostro de los días se roban la atención del público. Diferentes medios de prensa y redes sociales abordan el polémico tema que protagonizan.Algunas personas han incluso rebasado los límites de la ignorancia y lanzan improperios al actor.
La indignación ante el hecho es generalizada, y es tal vez la buena actuación de estos artistas uno de los aciertos de la novela, que amén de los cuestionamientos e inconformidades que deja en otros apartados, el histrionismo y profesionalidad del elenco salió bastante airoso.
No pretendo hacer una crítica al material, eso es trabajo de los especialistas. Pero sí sería válido reflexionar sobre una situación tan dura y sensible como el abuso sexual intrafamiliar, que tanto daño provoca, más aún en menores de edad.
Recientemente, la psicóloga Patricia Arés se refirió al fenómeno en una entrevista concedida al diario Granma y recalcaba que las madres y los padres están para proteger y defender, y que no se debe esperar a que hechos como estos ocurran. La historia de René y Lía se acerca más a la realidad que a la ficción.
Según un estudio realizado en Cuba el pasado año por Lázaro Ramos Portal, profesor de Derecho de la Universidad de La Habana, los actos más frecuentes de violencia sexual en el país son los abusos lascivos y las violaciones, y son las niñas las principales afectadas, sobre todo por hombres cercanos al ámbito familiar.
Y no es algo que ocurra ahora. Entre 1974 y 2016, revela la investigación, que de 938 sentencias fiscales analizadas el 14 por ciento contenía delitos de carácter sexual y de 180 víctimas directas, el 81,1 por ciento correspondía al sexo femenino con edades inferiores a los 16 años de edad. En el 75 por ciento de los casos había una relación previa entre víctima y victimario, como vínculos de vecindad, familiares o amistad.
Cuando un menor es violentado, especialmente una niña, comienza a manifestar una conducta autodestructiva, se encierra en sí mismo, se aísla de todo y de todos. Según la referida investigación, solo uno de cada cuatro casos de abuso denuncia el hecho, y las razones son muchas: temor al agresor, a que nadie crea en su versión, a causar un problema familiar o sufrimiento a la madre, en fin… miles de motivos que en una cabecita inmadura y atormentada son más que suficientes para decidir sufrir en silencio.
El trauma que provoca en el adolescente, la grieta que se abre en el ámbito familiar y social, muy pocas veces logra revertirse. Desafortunadamente, es una huella que no se borra por más que pase el tiempo.
Nada justifica un acto de violencia sexual. Nadie tiene derecho a lacerar la integridad física de otra persona. Por lo general, el victimario se disfraza de buen samaritano, calcula, manipula, estudia el terreno, se aprovecha de la mínima oportunidad y luego de lograr su objetivo amenaza, se impone, controla a la víctima y su manera de comportarse.
Por fuertes que parezcan las escenas de la novela, no dejan de ser atinadas y pertinentes alertas a una sociedad que no está exenta de sucesos como estos. Es un llamado a las madres, a los hijos, a toda la familia a establecer límites necesarios en sus relaciones interpersonales.
Una mujer divorciada tiene derecho a rehacer su vida, a encontrar una pareja con quien convivir y seguir adelante. No por ello deja de amar a su prole, pero todo se complejiza cuando en el afán de ser feliz a toda costa y deslumbrada por el nuevo amor, obvia detalles que a la larga tienen consecuencias fatales.
Ningún menor inventaría haber sido víctima de una violación u otro tipo de abuso sexual. Muchas veces ante la falta de evidencia, quedan como mentirosos que intentan sabotear la relación o ganar protagonismo movidos por celos infantiles.
A los padres corresponde no solo garantizar el alimento de los hijos, cubrir en la medida de lo posible las necesidades económicas o estar pendientes de los resultados académicos. Es mucho más que eso. Crear un vínculo de confianza, sustentado sobre una base sólida de comunicación, es vital para evitar situaciones de este tipo.
Enseñar a los niños a amar su cuerpo, a respetarse desde pequeños, es el primer paso para prepararlos ante eventos como estos. Todo cuidado es poco. No es paranoia tener los seis sentidos alertas ante cualquier señal, ante el mínimo cambio en el comportamiento.
Cada madre debe recordar que su hijo es una parte de su ser. Mostrarse siempre incondicional y defenderlo con uñas y dientes está impregnado en nuestras venas, no debe ser de otra manera. La sexualidad y los riesgos que implica la convivencia con adolescentes no pueden ser temas prohibidos en el hogar.
La historia de René y Lía deja más enseñanzas que polémica. Quizás, muchas familias cubanas estén reflejadas en ese espejo. Quizás se convierta en un asidero para que las víctimas de la vida real tomen un impulso y pongan fin a su dolor. Quizás también, muchas madres comiencen a abrir los ojos para que no sea demasiado tarde.