La constante y vertiginosa subida de los precios de alimentos y demás productos ha sido uno de los temas más tratados y analizados en este semanario. A su vez, el cambio especulativo y desangrante de las divisas extranjeras que circulan en nuestro país –dígase el dólar preferentemente– también ha tenido su espacio.
En adición, otro de los cientos de males que nos aquejan es el asunto relacionado con los cajeros automáticos y sus innumerables y muy posibles situaciones contradictorias.
Coincidentemente, estos tres problemas cotidianos guardan un elemento en común. Un asunto, que si bien no es tratado a tiempo, puede añadir cierta dosis de “caldo” más a una cazuela a presión que ya chifla y amenaza.
El tema en sí no es otro que las altas denominaciones de papel moneda, su utilización y segregación a conciencia por la parte gubernamental, y la tenencia y monopolio por el lado privado.
Hace poco acudí al Banco a cobrar, pues en mi municipio –como en la mayoría– no existen los cajeros electrónicos. Tras larga cola, pude devengar mi salario.
Mientras la máquina de contar hacía su trabajo, alguien expresó: “Ño, tremenda bola de pesos”. Inmediatamente la cajera, en tono amable, me comentó sin siquiera pensarlo: “Imagínese, es el dinero que nos dan. Son normativas del país. Los billetes grandes están reservados para los cajeros. Comprendí sin replicar, al tiempo que guardaba fajos de cinco, 10 y 20 en mi mochila.
Lo curioso del asunto es que esos mismos billetes de cinco, 10, 20, e incluso 50, no serán de ayuda para trámites asociados a la compra de dólares estadounidenses o para adquirir alimentos en alguna mipyme. Para lo anterior es imperativo, mandatorio, obligatorio el poseer fajos iguales o superiores a “Carlos Manuel de Céspedes”.
Y es debido a tal escenario que hemos creado un nuevo personaje: el o los saqueadores de cajeros. Entiéndase personas que acuden con más de tres o cuatro tarjetas de terceros al cajero con el fin de exprimirlos. De ellos ya es fácil encontrar par en cada cola, con numerosos pretextos para las múltiples extracciones.
El escenario se agudiza cuando, por cosas y azares de la vida, los códigos QR se antojan defectuosos o son una burla a los inspectores, pues los vendedores prefieren el pago físico, o los “jerarcas” de las tasas de cambio del mercado negro pagan a sobreprecio los billetes de alta denominación que llegan a sus manos.
Resulta que el papel de 200, 500 y 1 000 pesos es muy cotizado en dicho mercado ilegal para quienes mueven grandes cantidades físicas de dinero diariamente. De ahí que el cubano –que no se le va una– haya encontrado la manera de lucrar con el asunto de una forma sencilla y “honesta”.
Los cajeros en nuestro país son exiguos en su naturaleza existencial, a ello súmese que la cantidad de efectivo destinada para los mismos, también es limitada, y en no pocas ocasiones, a lo largo del día, podemos correr con la suerte de que se les acabe.
Y no es un secreto, pero bien casi que pudiera afirmar que lejos de en cuentas bancarias y en los dichosos cajeros, gran parte de ese cotizado efectivo se encuentra hoy físicamente en gavetas, closets y cajas fuertes domésticas.
No digo que sea fácil de detectar, frenar, impedir o como se quiera proceder con este fenómeno a modo de “novedosa inventiva”. Pero lo cierto es que es hora de poner nuestras miras sobre el tema e intentar alguna solución si queremos que no se nos vaya de las manos como tantas otras cosas.
Poner un poco de control no estaría mal.
Ello sería un gran primer paso, sumado a la actuación concisa y firme de nuestros inspectores con la inexistencia de facilidades de pagos electrónicos, o a la imposición de multas con cuotas elevadas, e incluso, el cierre de los comercios privados que de forma reincidente censuran en sus instalaciones el comercio con denominaciones bajas.
De obviar lo anterior, estos nuevos personajes, a corto plazo, podrían entonces sumarse a la larga lista de preocupaciones cotidianas de nosotros, los de a pie.