El artista de Pinar del Río, Ramón Vázquez, se inició recreando los paisajes del valle, hace ya más de 20 años, «pero por lo general sin incluir la figura humana, después con el tiempo a veces quería plasmar otras ideas y era un poco necesaria, entonces las colocaba: una figura, a veces dos. De pronto llegó el turismo y también eso comenzó a formar parte del paisaje y de la vida cotidiana».
Hace años empezó una serie que deja y retoma de vez en cuando. Se llama Nuevas especies anidan en mi valle, y en esa cuerda ha hecho varias pinturas con el mismo título que son como crónicas de un momento determinado.
«Estas pinturas están llenas de muchas pequeñas ideas, todas tienen relación o reflejan la influencia que el turismo nos deja, influencias positivas de forma general pero también algunos rasgos negativos».
Su forma singular de representar los mogotes y otros personajes que ya son recurrentes en sus piezas, en las que mezcla erotismo, identidad, realidad y fantasía, deja un sello que lo identifica.
«Los mogotes tienen formas algo eróticas, a veces parecen senos, curvas y lo que intento reflejar un poco es la fertilidad del paisaje. En esta serie suelen aparecer edificaciones nuevas como restaurantes, figuras como dragones que reflejan la competencia entre los establecimientos, elementos nuevos que surgen por el turismo.
«Viñales se ha convertido en algo así como una novia a la que muchos quieren tener, pero no siempre se cuida, a veces solo vienen a obtener beneficios, por lo que hago además personajes que reflejen un tanto eso.
«Hay algunos que vienen conmigo desde que comencé mi trabajo y han sufrido una metamorfosis a través de los años. Por ejemplo, yo hacía la palma barrigona como una mujer. Luego le salieron glúteos, después senos, más tarde penachos y llegó el momento en que le cambié los penachos por un pico de pájaro y alas. Entonces de alguna manera surgió una criatura que es como un duende femenino del valle que representa la fertilidad o el modelo de belleza del guajiro que tiene que ver con el volumen».
Ramón igualmente ha trabajado la temática de los huracanes, los arlequines y hasta obras relacionadas con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos.
Resalta en sus cuadros el color azul, aun cuando no quiere usarlo. Confiesa que la forma de representar la figura humana es algo inconsciente: cuellos largos, un poco inclinados, cabezas que pueden parecer al revés. Incluso, el rostro de Martí repite en muchas obras.
«Trato de hacer un personaje que tenga un poco de mí, del guajiro y de Martí. Lo que más me gusta es recrear mi terruño y su gente».
A este artista, no solo la pintura le despierta la imaginación. Posee varias obras escultóricas confeccionadas con guatacas gastadas y otros instrumentos de labranza. Hasta con tela y con un tipo de bejuco que le presta la naturaleza realiza piezas a las que él llama «cosas que se me ocurren».
Así podemos ver flamencos, yuntas de bueyes y otras estructuras que atrapan la atención de quien lo visita.
«Llega el momento en que debo descansar, trabajo en otra cosa y al mes vuelvo. En ocasiones he dejado una pintura casi terminada y al año y medio regreso sobre ella, lo cual me gusta, porque cuando la dejé no daba más y después de ese tiempo ya no soy el mismo, la visión que tengo es otra. Para mí el efecto es que dos personas diferentes pintaron en ese lienzo, y eso, a mi juicio, la enriquece». Vuela el tiempo al hablar con Ramón. Entre esculturas y lienzos descubrimos que hay más que explorar cuando de arte se trata.