En la madrugada del 26 de julio de 1953, las calles de Santiago de Cuba eran testigos de un amanecer teñido de audacia y sacrificio. Entre aquellos jóvenes que marchaban hacia el Moncada, con el pecho lleno de sueños y el futuro entregado a una causa justa, estaba Raúl Gómez García, el poeta de la Generación del Centenario. No llevaba un arma poderosa, pero sí las palabras que, como fuego encendido, serían eternas.
Nacido en La Habana el 14 de diciembre de 1928, creció en un hogar humilde, donde el amor por la justicia y el respeto por los valores patrios lo formaron desde pequeño. Mientras otros soñaban con carreras llenas de prestigio, él abrazó la poesía como su medio para interpretar la vida y denunciar las injusticias que asfixiaban a Cuba.
Su pluma, sensible y comprometida, se convirtió en un arma tan poderosa como cualquier fusil. Era consciente de que, en un país herido por la tiranía, las palabras podían resonar más fuerte que los disparos. Escribía desde el alma, transformando su dolor y su esperanza en versos que estremecían a quienes los escuchaban. Su obra no era solo poesía; era un grito, una invitación a la lucha, una denuncia contra la opresión.
Fue en el seno del movimiento liderado por Fidel Castro donde encontró su destino. Se unió a la lucha como comunicador, cronista y poeta de una Revolución en ciernes. Y cuando llegó el momento de darlo todo, no dudó. Escribió con su vida las líneas más heroicas de su legado.
La noche antes del asalto al cuartel Moncada, Raúl Gómez García leyó su poema más trascendental, «Ya estamos en combate». En esas líneas sintetizó el espíritu de sacrificio y la fe en la victoria que impulsaba a sus compañeros. Con voz firme, proclamó:
«Ya estamos en combate, sabremos cumplir. Y si el deber nos llama, aquí está nuestra sangre para redimir la patria».
Aquellas palabras, cargadas de emoción y compromiso, no solo eran un juramento; eran una declaración de amor eterno a Cuba, un testamento que resonaría más allá de su tiempo.
El día del asalto, Raúl luchó como uno más, sin privilegios ni distancias. Fue capturado por las fuerzas del régimen junto a otros compañeros. En el cuartel Moncada, la crueldad del enemigo mostró su rostro más oscuro. Torturado y asesinado con brutalidad, su muerte marcó uno de los capítulos más dolorosos de aquel levantamiento, pero también uno de los más inspiradores.
Raúl Gómez García murió con solo 24 años, pero su legado no conoce tiempo. Su vida breve se transformó en un símbolo de entrega total, de cómo la poesía puede ser un arma de revolución, de cómo un joven puede inmortalizarse a través de sus ideales.
Hoy, su nombre es más que una evocación. Es un himno para quienes creen en el poder de las palabras y en la fuerza del sacrificio. Raúl Gómez García no solo fue el poeta de su generación; fue el poeta de una Cuba que siempre soñará con ser libre. Sus versos siguen vivos, latiendo en el corazón de la nación, recordándonos que, incluso en la lucha más dura, el arte y la esperanza nunca mueren.