Llega mayo: el mes de las flores, de las madres, de Martí. Nadie puede negar que esos son los augurios entusiastas con que los cubanos recibimos el quinto mes del año. La proximidad de la efeméride luctuosa de la caída del Apóstol en Dos Ríos, devenida conmemoración universal, conmina a releer y reflexionar sobre su obra y sobre el modo en que nos acercamos a ella.
En estos días los maestros asignan tareas de contenido martiano. Los niños se aprestan a homenajear al que escribió para ellos hermosas páginas y dejó para el futuro una obra trascendental. Actos, llenos de poesía y canciones, de flores al pie de cada busto, de emoción sincera, y hasta de besos infantiles en la piedra, se vuelven cotidianos en cada escuela o círculo infantil.
No obstante, el jubileo de la conmemoración lleva a hacerse preguntas inevitables: ¿Recordar y leer a Martí es asunto puntual, de enero o mayo, o es de todos los días? ¿Estamos preparando a nuestros niños y jóvenes para que aprendan de memoria los versos de La Edad de Oro y los reciten con gracia, o para que sean de veras martianos? ¿Cuánto más podemos hacer para que la promoción de la vida y la obra del cubano universal llegue a cada uno de nuestros ciudadanos y se convierta en práctica cotidiana? ¿Todos los cubanos conocemos de verdad a Martí o tenemos la impresión de conocerlo?
Muchas interrogantes más pudieran ser formuladas y cada una tendrá respuestas diversas, en dependencia del destinatario. Lo cierto es que Martí forma parte de la vida cotidiana del cubano, viva donde viva, y no es posible pensar a Cuba como nación sin pensar en Martí.
El joven estudiante de veinte años recién cumplidos, deportado a España al serle conmutada la pena de trabajos forzados por la del destierro escribió: “Patria es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas.”[1]
Ese recuerdo amoroso de la tierra en que nació, acendrado en la distancia del exilio madrileño y la lejanía de los afectos familiares, ha ligado para siempre su nombre al de su Isla, y a la noción de patriotismo entre nosotros. La comprensión del lado sentimental, afectivo, fue muy temprana en él, y lo marcó de manera permanente a lo largo de toda su vida. Su muerte en combate el 19 de mayo de 1895, como consecuencia de su coherencia entre prédica y acción, fue el resultado doloroso de años de sacrificio, y la expresión suprema de aquel fragmento premonitorio, escrito a los dieciséis años, en su poema dramático Abdala:
El amor, madre, a la patria
No es el amor ridículo a la tierra,
Ni a la yerba que pisan nuestras plantas;
Es el odio invencible a quien la oprime,
Es el rencor eterno a quien la ataca […][2]
Esa dicotomía entre Patria y Madre lo acompañó toda su vida, y el desgarramiento por debatirse entre ambos deberes no lo hizo apartarse jamás del que siempre consideró como el objetivo supremo de su existencia. Se dio a los demás con una generosidad sin límites, a tal punto que lo que pudo ser una carrera brillante en beneficio personal, se convirtió en un desinteresado amor por sus compatriotas y en la entrega a prever, para Nuestra América, los peligros de las futuras acometidas imperialistas.
El ejemplo de tenacidad y resistencia de José Martí debe acompañarnos siempre. Los tiempos difíciles ayudan a medir la entereza del ser humano. Quien no es firme claudica, quien tiene claros su lugar y propósitos se hace más enérgico. Lo más fácil es aceptar de antemano la derrota, pensar en sí y no en los demás. Si Martí hubiera tomado esa decisión, si se hubiera preservado, como tantos le pedían, su estatura de héroe no sería la que tiene en el aquí y el ahora de todos los cubanos.
Su ejecutoria personal está muy ligada a la noción de heroísmo que propugnó en sus textos. Piénsese si no, en esta caracterización del abolicionista estadounidense Wendell Phillips, que parece en verdad un autorretrato: “[…] el que se consume en beneficio ajeno, y desdeña en cuanto solo le sirven para sí las fuerzas magnas que en él puso el capricho benévolo de la naturaleza, héroe es y apóstol de ahora, en cuya mano fría todo hombre honrado debe detenerse, a dar un beso.”[3]
De él escribió también, en otro de sus textos sobre el prócer norteño, en plena consonancia con sus propias características: “[…] era de esa raza de hombres radiantes, atormentados, erguidos e ígneos, comidos del ansia de remediar los dolores humanos.”[4]
De esa misma hechura solar fue Martí, de manera que entre los cuadros que adornaban su modesta oficina en 120 Front Street, en Nueva York, se encontraba un retrato de Wendell Phillips. Su obra en bien de Cuba y de Nuestra América creció cada día ante este igual suyo, testigo e inspirador de su fidelidad a un ideal superior.
En momentos en que la humanidad se ve cercada por el egoísmo, la banalidad, las desigualdades, las guerras, el mercantilismo, las crisis de valores, los cubanos tenemos el privilegio de contar con un acervo cultural y ético enorme, de alcance universal, en la obra de José Martí. El mejor homenaje que podemos rendirle hoy en este nuevo aniversario de su caída en combate, no es cantarle loas, por sinceras que sean. Es leerlo como quería Unamuno, “con devoción inteligente”[5], pues aunque su obra fue escrita en función de su tiempo, ha demostrado su capacidad iluminadora para entender problemas que aún permanecen insolubles en nuestra época. Si, además, nos proponemos conscientemente imitar su ejemplo, en la medida de nuestras fuerzas y posibilidades, podríamos construir un mundo mejor y más justo, que es el único monumento digno de su memoria.
[1] JM: “La República española ante la Revolución cubana”. Obras completas, editorial de Ciencias sociales, La Habana, 1975, t. 1, p. 93. ( En lo adelante OC)
[2] José Martí, “Abdala”, OC, t. 1, p. 19.
[3] José Martí, “Wendell Phillips.” Obras Completas, Edición crítica, Centro de Estudios Martianos, 2010, t. 17, p. 168.
[4] José Martí, “Wendell Phillips.”OCEC, t. 19, p. 65.
[5] Miguel de Unamuno: Carta a Joaquín García Monge. Archivo José Martí, La Habana, no. 11, enero –diciembre de 1947, p. 15.