Se me ocurre comenzar esta reflexión, a partir de una frase que pulula por las redes: “Cualquier crisis tiene tres cosas: una solución, una fecha de caducidad y una enseñanza para la vida”.
Cada cual comenzará a valorar una sobre la otra. Estarán los que esperan paciente y angustiosamente a que aparezca el fármaco que nos cure, otros se detendrán en la agonía de la inminencia de sus días, y los más revolucionarios, en el sentido dialéctico del término, intentarán sacar una lección de vida a esto que hoy nos tiene en vilo a todos.
No pretendo hacer una apología de esta crisis, ni tan siquiera volver sobre lo que muchos ya saben (entiéndase el virus propiamente dicho, formas de contagio, medidas de protección y una larga lista de información asociado con todo esto) sino aportar, sin filtros en mis argumentos, para que podamos asumir una etapa de la vida inédita para el cubano, que sobrepasa o sobrepasará los límites del período especial, de las etapas de crisis económica y de cualquier otro momento en que se ha tenido que restringir por razones coyunturales.
Existen dos grandes preocupaciones para el cubano hoy: la primera, ¿qué pasará con el virus? y con ello, ¿cómo protegerme, cómo proteger a nuestras familias, cómo evitar contagiarme? La segunda está relacionada con la angustia casi generalizada acerca de: ¿con qué insumos cuento para proveerme de una posible etapa de distanciamiento físico obligatorio
No me detendré en la primera preocupación, sobran las respuestas a estas interrogantes. Hay una campaña muy bien pensada por todos los medios nacionales, que nos están informando permanentemente de todo: prensa escrita, radial, televisiva, medios digitales, redes sociales, todo está en función de lo mismo. Hay varios spot que trasmiten en la televisión al respecto, que utilizan un lenguaje coloquial, accesible para las personas que poco entienden de discursos inteligentes y científicos, como para que no se escape a la comprensión del fenómeno ni aquel que no tuvo la oportunidad de terminar sus estudios primarios.
La segunda preocupación del cubano ya es un poco más fetichista. Muchas personas han venido construyendo un modo de vida basado en el consumo, en el acaparamiento, en el tener más que en el ser. Los que no han tenido esa experiencia (nótese que no hablo de oportunidad) también se están dejando arrastrar por el fetiche del tener, y ya no creen que: “Tin tiene, tin vale”, sino que “Tin tiene, Tin sobrevive”. Por esa razón algunas personas con las que me tropiezo, se angustian porque aún no tienen las neveras llenas, las despensas copadas, el aseo garantizado para 3 meses, almacenar, almacenar y almacenar, es su gran preocupación, cuando esa realidad sólo se dibuja para un escaso número de personas, ¿y el resto qué? ¿qué queda para los que vivimos de un salario?, ¿cómo hacemos los que las provisiones tenemos que irlas gestionando cada dos o tres días, o cada día? ¿quiénes tienen más posibilidades de sobrepasar este posible distanciamiento social, los de un bando o los del otro? ¿la fortaleza para esta etapa realmente está en el tener o en el ser?
Si seguimos pensando que tener es la solución más idónea, seguiremos estando expuestos, y exponemos a otros, porque eso significa, salir a la calle, meterse en las colas, salir de una tienda y entrar a la otra, ir hoy, ir mañana, y al final, siempre quedará la angustia de que si realmente tenemos acopiado lo suficiente.
Muchas veces el hambre es psicológica, nuestro organismo sólo necesita pequeñas porciones para un buen funcionamiento. No hace falta mucho, sólo racionar, de manera diferente a la acostumbrada, los insumos que vayamos gestionando.
En cambio, lo único que no se puede racionar en estos momentos es nuestra espiritualidad, nuestro ser, nuestra energía creativa. Invirtamos más tiempo en acopiar varios libros para leer, películas para ver, crear una estrategia de entretenimiento con nuestros hijos, hacer ejercicios, meditar.
Este es el momento para comenzar a ser más apreciativo de nuestra realidad y aprovechar la oportunidad para emprender el camino a la autotransformación, por ejemplo:
- Pensar solo en la comida te alimenta el cuerpo, pero te desnutre el alma.
- El que una persona acapare y el resto no tenga acceso, no hace inmune al primero.
- Aproveche el tiempo para hacer lo que siempre aplazamos.
- Reconoce que el miedo es normal, nos pone alerta y nos da prudencia para actuar.
- Modifique su rutina de vida con los recursos que tiene. No se necesita ir a un gimnasio para hacer ejercicios, ni salir a un parque de diversiones para alegrar a nuestros hijos. Tampoco es imprescindible el maestro para enseñar, ni las cafeterías y bares para socializar.
- La música y la lectura elevan el sistema inmune, tanto como cualquier alimento.
- Invierta su tiempo en dar amor, no en crear conciencia de pánico.
- Aléjese un poco de las redes. Vuelva a descubrir el placer de lo artesanal, de la creación colectiva y familiar. Siembre un frijol en un pomo de cristal, haga un pom en el medio de la sala, desarme los legos que tiene de adorno y vuélvalos a armar, haga crucigramas, sopa de palabras, juegue al dominó y al parchís con su familia, ríase, ríase, ríase mucho.
- Infórmese sólo lo necesario. Aprenda a gestionar las dosis de información necesaria.
Nada es bueno, ni por exceso, ni por defecto.
Amigos, no son tiempos de complacencias banales, son
tiempos de fortalecernos como seres humanos y sociales que somos. La fortaleza
no está en crear un bunker en nuestras vidas, sino
en procurar una actitud de responsabilidad en mi vínculo con los otros y apreciar cada minuto de nuestra existencia, en el aquí y el ahora, en lo que realmente merece la pena.
Parafraseando a Jorge Drexler: “cada uno da lo que recibe, y luego recibes lo que das, nada es más simple, no hay otra norma, nada se pierde, todo se transforma”.