Algunas familias son tan pequeñas que se acomodan perfectamente en la mesa de cuatro plazas del comedor; mientras que otras más numerosas no caben completas en una habitación ni en una misma foto ni en un solo álbum.
Hay otras donde la genética hace de las suyas y deja a los hombres calvos a la edad de 30 o dicta que los primos sean todos de un color distinto.
Sé de familias que viven arracimadas como las uvas y de varias que solo pueden comunicarse a través de una red social; pero que se aman cual si no mediaran cientos de millas entre ellas.
Existen algunas mezquinas que se desentienden de los suyos y otras generosas capaces de dividir el único pan en los momentos difíciles como los actuales, marcados por una pandemia que juega al futbol con la bola del mundo mientras las personas se vuelven meras estadísticas en las pantallas de los televisores.
En mitad de esta crisis social y sanitaria, llega el 15 de mayo, Día Internacional de la Familia, para recordarnos que solo en el amor de nuestros seres queridos podemos encontrar una tabla salvadora.
La Organización de Naciones Unidas eligió esta fecha a fin de crear conciencia cada año sobre el papel de la familia como célula fundamental de la sociedad, con un rol decisivo en la formación de las nuevas generaciones.
«De ella depende que los seres humanos logren integrarse de manera sana y completa en su entorno, alcanzar niveles de convivencia y forjar valores que hagan de ellos mejores personas».
Tolerar el carácter de los otros; perdonar sus errores, aunque nos hieran; ayudarlos a levantarse después de un duro golpe: estar ahí para ellos; ser su refugio: he ahí la esencia de las verdaderas familias.
Si algo bueno nos ha proporcionado el coronavirus es tiempo para plantearnos lo que realmente es importante en esta vida: espacio para jugar a los escondites con tus hijos o explicarles las teleclases, escuchar los cuentos de juventud de los abuelos, pintarle las uñas a la tía, telefonear a los amigos que hace bastante no ves, cuidar de ese cachorro que llegó a tu casa de improviso, hornear una panetela para tu propio cumpleaños y planificar los abrazos que darás una vez que todo esto acabe.
Hay familias que se han unido para aplaudir a las nueve de la noche en los portales, que han aprendido a cocinar para que mamá descanse, que han cedido alimentos y artículos de primera necesidad a otros núcleos vulnerables, que han creado nasobucos para distribuir entre los vecinos y que se toman diariamente fotos creativas para animar al papá doctor que le hace frente a la COVID-19 en la terapia de un hospital.
Y mientras todo esto transcurre, mientras hallamos la forma de vencer el tedio, creamos lazos de amor con las personas que nos rodean, sembramos buenas semillas en el alma de los pequeños y donamos felicidad a los mayores.
El escritor irlandés John Boyne acertó al referir que «un hogar no es un edificio ni una calle ni una ciudad; no tiene nada que ver con cosas tan materiales como los ladrillos y el cemento. Un hogar es donde está tu familia».