El día comienza temprano para Reinaldo Rojas Toledo. A sus 20 años es un muchacho muy seguro de sí mismo, noble y dispuesto a entregar su corazón a quien lo necesite. Abandonó por unas semanas la comodidad de su casa en el municipio La Palma, a pesar del miedo de su familia y del suyo propio, pero por encima de ello está su compromiso, ese que asumió desde que decidió optar por la carrera de Medicina.
El sueño y el cansancio hacen de las suyas. Siente el deseo de dormir un poquito más, por unos instantes anhela el calor de su cama, el desayuno que en ocasiones lleva mamá, pero hace todo lo posible para desperezarse. Se levanta con la oscuridad que precede al alba, pues debe estar listo antes de la siete de la mañana.
Se coloca la bata, la sobrebata, las botas sanitarias de tela, el gorro, los dos nasobucos, la careta. Se mira el espejo y hasta para él mismo está prácticamente irreconocible. Conoce la responsabilidad de usar correctamente los medios de protección, para cuidarse él y a sus compañeros. Viene a su mente la letra de la canción de Buena Fe: “…qué estoy haciendo aquí, amando a mi país como a mí mismo, no que va, no hay heroísmo, vine a darle un beso al mundo y nada más…”.
“Cuando escuchaba esa canción y veía en la televisión aquellos médicos, enfermeras y personal de salud regresando a nuestra Patria luego de haber cumplido con la honrosa tarea de combatir la pandemia en otros lugares del mundo, quería sentirme como ellos”.
Ese sentimiento lo llevó a hacer a un lado sus miedos y formar parte de un grupo de estudiantes de la Universidad de Ciencias Médicas Ernesto Guevara de la Serna en Pinar del Río, que brindó su apoyo en las labores de higiene y mensajería en el hospital de campaña de la sede universitaria para personas positivas a la COVID-19.
“Éramos alrededor de 20 estudiantes, además de los médicos, enfermeras, los que estaban a cargo de la organización, los del pantry. En total 30 o 32 personas. La cantidad de pacientes variaba según la incidencia de casos de la provincia. La primera vez que fui había bastantes, alrededor de 120 o 130, pero la segunda vez la situación epidemiológica estaba mejor y osciló entre 40 y 50”.
Reinaldo cursa el segundo año de Medicina y se le enciende la mirada cuando habla de ayudar a las personas, de ser parte de quienes las mantienen a salvo. Aún tiene un largo camino por recorrer, pero quien lo conozca puede sentir la certeza de que será un médico abnegado, a quien no le faltará el cariño y la sensibilidad para atender a sus pacientes.
“Al principio sentí un poquito de miedo, pero una vez que entré y me familiaricé con el ambiente fue desapareciendo. Mi familia sí, muy preocupados, incluso más que yo. Se sentían muy nerviosos, me llamaban a cada rato, pero siempre apoyándome y pidiéndome que me cuidara”.
Rey, como le dicen los más allegados, añora los tiempos prepandemia cuando salía a divertirse con sus amigos, pero conoce la importancia de protegerse por él y por los demás; por ello ahora emplea sus días en casa para estudiar, hacer ejercicios, leer libros o escuchar música.
Sin embargo, los días en el hospital de campaña no son sosegados ni hay tiempo para muchos hobbies, pues la atención a los pacientes es lo principal.
“Nuestro trabajo, el de los muchachos, estaba relacionado con la alimentación de los pacientes, es decir llevarles la comida a cada uno. Las muchachitas se encargaban de la limpieza del centro. A las siete de la mañana comenzábamos con el desayuno, siempre temprano para que nuestras compañeras comenzaran con la labores de higiene y que a las 10 de la mañana cuando tocara la merienda ya por lo menos las áreas que estuvieran relacionadas con los pacientes estuvieran listas. A las 12 el almuerzo, a las tres de la tarde la merienda correspondiente a esa hora, a las seis la comida y a las nueve de la noche la última merienda”.
No obstante, ese grupo de estudiantes de espíritu alegre y vivaracho siempre encontró el tiempo para ser y sentirse jóvenes. En medio de las jornadas de trabajo, la preocupación por cumplir de manera correcta con sus deberes y el inevitable sobresalto ante la posibilidad del contagio; jugaron, rieron, fueron felices.
“Jugábamos tutti fruti, es un juego divertido o por lo menos hacíamos que lo fuera. Se juega por red bluetooth y está relacionado con poner palabras que comienzan con la letra indicada en un tiempo determinado. De ahí salieron muchos de los apodos por los que nos hacíamos llamar: papiyón, unicornio, cocodrilo, guarapo, papi champú, entre otros, sin contar las picardías. También modificábamos los ítems del juego y poníamos cosas cómicas y así pasábamos el tiempo”.
De su relación con el personal de salud y los pacientes, guarda muy buenos recuerdos. Es quizás, la parte más bonita con la que se queda.
“Muchos de los que estábamos allí no nos conocíamos y la verdad terminamos siendo muy buenos amigos. Con los pacientes el vínculo era menor por protección pero igual establecimos una conexión, había algunos muy carismáticos, otros graciosos y todos agradecidos. Me sentía muy orgulloso cuando de sus bocas salía la palabra gracias y de sus rostros una sonrisa enorme, tan enorme que se veía por encima de los nasobucos”.
Recuerda con mucho cariño a una señora de Boca de Galafre que cada día, cuando le llevaba los alimentos, lo llamaba lindo. “Yo le decía: ‘Señora yo soy feísimo y además cómo usted me va a decir lindo si usted no me ve la cara’, y ella me respondía: ‘Serás feo de cara pero eres lindo de corazón y es lo que verdaderamente importa’. Con eso me dejó sin palabras y me sentí más orgulloso que antes”.
Para Reinaldo esta fue su segunda vez y sin espacio para la duda expresa su disposición a volverlo a hacer, siempre que sea necesario. Entre sus metas a futuro está especializarse en Ortopedia o Anestesiología, pero por ahora se concentra en ayudar al que lo necesite; es para él la esencia de lo que significa ser un buen médico.
“De esta experiencia aprendí a sentirme útil, a perder el miedo ante situaciones como esta y a valorar el significado de la vida. Me convencí una vez más de que nuestra Revolución es única, de que como muestro país ninguno, de que como nuestras conquistas pocas y de que eso hay que cuidarlo y defenderlo al precio de cualquier sacrificio”.