El primer mes del año 2021 ha sido para los cubanos un verdadero espacio sinérgico donde confluyen las gravitaciones con los cálculos matemáticos. Me atrevo a afirmar que en la mayoría de los hogares se llevan hoy a punta de lápiz cada gasto en una compra, precios de productos o el cobro de alguna tarifa por servicios. Y no es para menos, porque nuestro país navega inmerso en una compleja tarea de reordenamiento monetario y cambiario que, por supuesto, abarca cada factor social.
Desde el denominado día cero, justo al inicio del año, las fluctuaciones en cuanto a opiniones públicas y estándares de precios no se hicieron esperar. Claro que esto resulta lógico dentro del novedoso escenario que vivimos y donde prima además un verdadero juego estratégico para no dañar bajo ningún concepto las bases sistémicas de justicia social y, para ir en paralelo, allanando el camino del desarrollo económico.
Pero seguramente la gran mayoría de nosotros concuerda en una idea: este paso era necesario darlo y se mostraba inaplazable ante los retos de una economía bloqueada, dependiente casi por entero de las importaciones y ávida de alcanzar ese desarrollo productivo interno que genere mayores riquezas.
Lo cierto es que el riesgo especulativo al que estamos expuestos desde el inicio del ordenamiento monetario iba a estar presente bajo cualquier contexto. Sin embargo lo importante hoy sigue radicando en que lo inflacionario no rebase los límites previstos por la máxima dirección del país, algo trascendente para salir todos como ganadores en esta decisoria contienda.
Quienes pensamos en algún momento que la tarea era tan sencilla como eliminar una moneda nacional (CUC) para quedarnos bajo las sombras del peso cubano, creo que poco a poco hemos ido recapacitando y entendiendo que todo va más allá de lo simple. El abanico de cambios abarca una amplia cadena que comprende desde los salarios, el sistema de precios en distintos sectores, la reorganización financiera en el entramado empresarial y toca hasta los más simples aspectos de la vida diaria.
La descentralización, un factor clave del proceso, busca la autogestión y determinación de los gobiernos territoriales y de la empresa estatal socialista, quien ahora dilata el vínculo sistemático de consultas a los niveles superiores y posee el incentivo necesario para exportar mayor cantidad de bienes. Ha comenzado entonces un largo deshielo paternalista que llama inevitablemente a una Cuba limitada y cercada por poderes externos a producir con eficiencia.
Sin dudas que de eso depende en buena medida la equidad o estabilidad de precios dentro de cualquier ámbito. Lo cierto es que nada se resuelve por arte de magia, habrá que generar riquezas para palpar los resultados, según ha dicho en reiteradas ocasiones el ministro de Economía Alejandro Gil Fernández.
Tras años donde nos adaptamos a lo inerte o como se dice en buen cubano a “matar el tiempo”, vemos que esas formas son ya inviables. Y lo demuestran las miles de personas que en estas primeras fechas han solicitado reincorporarse como fuerza laboral dentro de los sectores estatales.
Sin embargo las recientes jornadas también han traído desajustes reconocidos por el presidente de la República, Miguel Díaz-Canel. Está latente el provecho especulativo, y es tan real como que lo sentimos a diario. Pero también es verdad que se ha planteado desde la máxima dirección del país la necesidad de “revisar todo lo que deba ser revisado y de cambiar lo que deba y pueda ser cambiado”.
Esa voluntad humana y política del Estado cubano fue constatada incluso desde antes que se diera luz verde al trascendental proceso cuando modificaron algunas tarifas como la del tan debatido coste eléctrico. En las manos del pueblo está el derecho a exigir bajo una cultura responsable mejoras en los servicios, calidad en los productos y disminución de cuantías excesivas, pues es parte además del papel catalizador que corresponde.
Cuando solo ha pasado menos de un mes desde la arrancada, el resultado positivo no lo podemos ver como inminente, sobre todo, por las limitantes actuales que impone un virus. Pensemos entonces que en la confianza a mediano y largo plazo descansa el éxito. Pero ahora vivimos un momento histórico que exige cambios y es de revolucionarios salir de la inmovilidad para crecer con los buenos tiempos futuros.