Si pudiésemos realizar una encuesta para determinar cuál es el tema que abordan con mayor frecuencia los cubanos en sus conversaciones por estos días, el reordenamiento monetario y cambiario estaría en primer lugar.
Dudas, incertidumbres, expectativas se intercalan en cualquier diálogo; hay defensores, detractores y escépticos; cada quien ofrece sus argumentos, y más o menos desacertados, es algo que solo con el paso del tiempo comprobaremos.
Entre esa diversidad de puntos de vista, el de una señora que compraba en una bodega merece especial atención y es que ella espera que cuando pague el paquete de sal a siete pesos, este venga herméticamente cerrado, al igual que el de café, productos cuyos envases suelen averiarse en el manejo.
Otra de sus añoranzas es que el azúcar no esté húmeda y que el pan, con un incremento de 20 veces su precio, tenga mayor calidad. Confía en que los embutidos y el picadillo también mejoren y así sucesivamente podríamos enumerar una larga serie de productos, que hoy dejan mucho que desear, pero por su costo mínimo, el beneficiario los acepta.
No es un reclamo nuevo, pero ganará preponderancia en el escenario que se avecina, marcado desde hace varios meses por un decrecimiento en las ofertas y ahora por un incremento de los costos; ello convierte a la calidad en tabla de salvación, para que cada bien adquirido realmente satisfaga la necesidad y no sea solo un paliativo que requiera en breve de otra inversión.
Cada gramo también contará, por lo que los expendedores y prestadores de servicios tienen ante sí dos retos: por una parte, que el trato a ese cliente o usuario sea en los términos de respeto, cordialidad, eficiencia y amabilidad que se espera y por otra exigir que los proveedores aseguren que cada producto cumpla con los parámetros establecidos.
La industria nacional sabemos que enfrenta carencias materiales que inciden negativamente sobre varios surtidos, pero justamente en la autonomía concedida y la posibilidad de revertir utilidades en beneficio salarial para los trabajadores hay una veta de eficacia que deberán explotar al máximo.
Reducir excusas y aumentar soluciones es lo que les corresponde. El impacto positivo del reordenamiento monetario en Cuba depende en gran medida de que cada quien obre en consecuencia con él, sino seguiremos atascados en el mismo punto o peor.
No puede esperar la recepcionista que maltrata al visitante que el mecánico del taller se esfuerce para reparar el ómnibus o el trabajador de Venegas y el Lácteo superen sus expectativas si ella no les retribuye también con su entrega.
A los dirigentes les compete velar con mayor celo por el bienestar de su colectivo y el control de los recursos; las organizaciones políticas y de masas alejarse del acomodamiento y la rutina, que sea vergüenza analizar una y otra vez el mismo problema sin visibilizar la solución.
Todos estamos llamados a un mayor protagonismo, sin importar el escenario y el auditorio, porque hasta dentro de nuestras casas se impone el mejor uso de lo que poseemos, para que el reordenamiento nos ponga un paso adelante y no dos atrás.
De eso se trata: de que cada quien multiplique panes y peces en su entorno, entendido como la manera de aumentar la productividad, la eficiencia, la calidad y la satisfacción individual y colectiva de los que habitamos esta isla, porque no todo se compra, ni se cuantifica.
También hay sectores de alto impacto social como educación y salud, por solo citar dos que se deben sumar a este proceso de renovación de votos y compromiso para lograr la prosperidad; no hay mejor momento para hacerlo que este fin de año, al cual todos queremos decir adiós con el anhelo de que el que se acerca venga cargado de cosas buenas, pero no se hacen solas, pongamos manos a la faena con el empeño de que podamos disfrutar de un feliz 2021.