Las manos de Luis Hernández Fajardo no son cualquier par de manos. En ellas está la garantía de que muchas personas lleguen a su destino cada día.
Su jornada comienza a las siete de la mañana. A las 11, las manos de Luis ya se tornan de un color que, por más de 35 años, se ha vuelto compañero inseparable de su cuerpo.
Hace poco cumplió 65 abriles, y aunque planea jubilarse, no pretende estar lejos de donde ha trabajado por más de 20 años: Luis es uno de los mecánicos del taller de la Estación del Ferrocarril en Pinar del Río, y el artífice principal de que el tren que llega hasta Guane lo siga haciendo.
La locomotora 51408 no funcionaba desde la etapa de la Covid-19. Gracias a él y a su equipo, hoy es la única que funciona, de cuatro máquinas con que cuentan allí, aunque muy pronto esperan poner a funcionar otra.
No fue fácil rescatar un equipo de esa magnitud. Mucho menos sin partes y piezas que respaldaran la sapiencia de los mecánicos. “Eso fue a base de soldaduras, de inventos, de viajes a La Habana a buscar piezas viejas y hacer adaptaciones. Fuimos probando y la sacamos, ya lleva más de 15 días trabajando sin fallar un viaje”.
Apenas levanta la vista del inmenso motor. Confiesa que no está preparado para hablar bonito, que eso no es lo suyo. Su carácter áspero y fuerte así lo confirman.
Prefiere la mecánica de equipos pesados. A pesar de lo difícil que resulta trabajar en el ferrocarril, dice que es lo que le gusta y lo seguirá haciendo mientras tenga fuerzas.
“No estudié nada, aprendí, cacharreando, a reparar motores; luego equipos pesados, mientras trabajaba en Construcción Civil; después guaguas, hasta que llegué aquí. Me asocié a un mecánico ya retirado, Armando Madera, él fue quien me guio por las locomotoras canadienses. Cuando entraron las chinas, yo dije ‘esto tiene que ser la misma mecánica’ y aprendí también.
“Hubo un tiempo en que se pararon tres máquinas y no había mecánico. Yo laboraba en el fregadero, no me dejaban tocar las locomotoras. Me llamaron y en tres días las saqué”.
Dicen sus colegas que con él ‘hay que recogerse’ en cualquier evento técnico y de innovación, y así lo corroboran sus aportes, los cuales le han valido ser un anirista destacado.
DÍAS MILLONARIOS
A veces son las siete de la tarde y Luis sigue en el taller. De hecho, siempre espera a que salga el tren y que vaya a una distancia determinada, pues si ocurre alguna falla, tiene que acudir por carretera a solucionar el problema.
Hay días en que, cuando sale un tren de becados debe ir para Guane, de custodio, en caso de que falle la máquina. Hay días en que tiene que echarse una pieza al hombro y caminar tres kilómetros de noche, por la línea, para reparar el daño y que el tren pueda continuar. Hay días en que hay que sacarlas a mano, halarlas 70 metros por la línea y subirlas luego a un camión…
Las manos de Luis ponen a funcionar, diariamente, cerca de tres millones de dólares, que es lo que cuesta una locomotora. Sin embargo, su salario es de 2 800 pesos al mes. La dieta que le dan para sus recorridos no supera los 500. Las herramientas y las piezas para trabajar las inventa la mayoría del tiempo. Tampoco cuenta con el almuerzo o la merienda que necesita para enfrentarse a un trabajo tan arduo.
Luis vive en el reparto Cuba Libre, bajo cuatro fibras. Cuando llueve, tiene que dormir sentado en una silla para no mojarse. Ian lo dejó sin techo.
Luis vive orgulloso de su hijo Juan Luis Hernández, joven pitcher que formó parte del equipo pinareño de béisbol. Luis también vive enamorado de su trabajo, a pesar de las condiciones en que labora.
Muchas veces ha tenido que cubrir el otro turno cuando el mecánico presenta problemas de salud, incluso, insiste para que su compañero cobre el salario íntegro.
“Cuando salgo los tres días de franco no me hallo en la casa. Me pongo a pensar en la gente que se puede quedar regada si se rompe una máquina. Imagine, alguien que viva en Guane, tendría que dar 700 pesos por un carro”.
Desde el Mariel le han hecho propuestas de trabajo que, probablemente, mejorarían su economía. “De aquí no me voy, mi mecánica es esta”.
El tiempo libre lo dedica a la pesca y a criar tomeguines. Pero la verdadera energía la saca de los talleres, de las enormes piezas que renueva cada día, de las innovaciones que hace junto a Leonardo Amarán Armenteros, el mecánico de truck, y que echan a andar equipos que nadie pensó recuperar.
A Luis no le gusta mucho hablar de sí mismo. Prefiere pasar el tiempo encima de los andamios, entre motores, piezas y grasa, esa que le acompaña y le matiza las manos, tal vez, como savia reparadora de imposibles.