“Yo gano más de 6 000 pesos, cojo 4 000 y los convierto en MLC (moneda libremente convertible), con eso me compro cosas, que salen más caras si tengo que ir a parar a manos de los revendedores”.
La lógica de la joven funcionaria de una organización política, no es exclusiva de ella, otros hacen lo mismo para poder acceder al mercado que mantiene cierto nivel de ofertas y en muchos casos única alternativa para adquirir determinada gama de productos.
Esas tiendas, multiplicadas mucho más allá de lo anunciado a finales de 2019 y en las que prosiguen incorporándose artículos, aunque sin la estabilidad deseada, ya dejaron de levantar las protestas que provocaron hace un trienio, pero son una pena presente y un recordatorio de lo mal que anda la economía del país.
Tan deficiente que ni siquiera hay un mecanismo financiero estatal que permita el acceso a las monedas que respaldan una cuenta en esas tarjetas y que, en estos días, no pocas veces resultan inservibles ante la imposibilidad de utilizarlas por las frecuentes interrupciones del servicio eléctrico.
La pretensión de llenar vacíos les va quedando grande, porque no figuran en sus estantes productos requeridos por los clientes cotidianamente.
Se ha generalizado su uso, pese a las contrariedades asociadas a ellas, sin olvidar que todavía es un mercado inaccesible para gran parte de la ciudadanía; lo que no preocuparía, de existir otras opciones, pero cada vez son menos las vías disponibles para cubrir necesidades; excepción, claro está, del expendio por personas naturales, sin reconocimiento como figuras no estatales, que ofertan bienes de alta demanda a elevadísimos precios.
No obstante, estas tiendas en las que cualquiera ve cómo se esfuma en muy pocos productos y más preguntas que respuestas los MLC que adquirió convirtiendo parte de su salario en esa categoría abstracta que encierran esas tres letras, tienen otros problemas ajenos a los precios.
La inflación no es exclusiva de Cuba y la Tarea Ordenamiento, lo sabemos, pero nada de eso justifica que usted entre a uno de esos establecimientos en horario de servicio y varios pasillos estén obstruidos con mercancías apiladas o que comiencen a limpiar dos horas antes del cierre “para adelantar, porque después les coge muy tarde”.
Ni hablar del tema bolsa para compras, ¿se acuerdan de ese problema tan criticado en nuestras añoradas tiendas en CUC? Pues ya se entronizó en estas.
Por supuesto, con transacciones virtuales, el componente propina mengua y también la afabilidad, voluntad de atender a los clientes y otros “detalles” que ayudarían a que las tarifas resulten menos agresivas.
Cuidado con otras tendencias como inadecuada colocación de los precios, dos productos distintos y una sola etiqueta ¿a cuál corresponde? Mención aparte para el expendio por porciones, bandeja y nailon de retractilado incluidos en el peso final, para cada consumidor solo unos pocos gramos, al final de la jornada, ¿cuánto para el vendedor?
Puede ser que para algunos no duelan las cifras finales de una factura, especialmente si obtienen el dinero por medios extraños al esfuerzo, pero si usted fue de los tuvo que calcular cuántos MLC podía comprar en el mercado informal, a partir de una menguada partida llamada salario, cada dígito cuenta y espera que se reviertan en satisfacción y calidad.
El engaño al consumidor, el maltrato, no se cotizan en ninguna moneda, y ya de por sí esas tiendas duelen, porque acentuaron las diferencias sociales y crearon barreras, a veces infranqueables, en materia de poder adquisitivo.
A los hombres y mujeres que trabajan en ellas les compete mitigar el impacto de las mismas y ser un estandarte del buen servicio, es inadmisible la réplica de deficiencias que son sancionables en cualquier ámbito, pero en ese entorno, son ofensivas en grado sumo. Los directivos deben velar porque la disciplina administrativa y profesionalidad les distingan; no es mucho pedir que la transformación sea más que un simple cambio de moneda.