A nadie se le ocurriría respirar solo cuando alguien se lo indique, en ello le iría la vida; sin embargo, pese a la precariedad de estos tiempos, todavía hay muchos que aguardan por dádivas y parecen despojados de toda iniciativa individual.
Me refiero a esos que viven en lugares propicios para cultivar, pero tienen entre sus reclamos la insuficiente disponibilidad de alimentos, mientras a pocos metros de sus casas se yerguen las malezas sin que una planta de utilidad como una mata de mango, limón o ají les dispute el espacio.
No se escucha en el patio el cacareo de una gallina, ni siquiera el ladrido de un perro para que les resguarde la propiedad; eso sí, poseen una agenda llena de necesidades insatisfechas, acrecentadas, incluso, por la desvinculación laboral.
Hay personas que requieren ayuda de la sociedad, porque determinadas circunstancias le limitan para la obtención del sustento, eso es algo incuestionable, humano y justo. Los que eligen ser carga, porque creen merecer una vida a expensas de otros, esos son lastre.
Nací y crecí en el campo, mis padres eran profesionales, no obstante, nunca faltaron aves en el corral, patos, gallinas, guanajos, en consecuencia, disponíamos de huevos y carne; mi mamá cocinaba con condimentos frescos, ají, cilantro, cebollinos que en un reducido espacio se cultivaban; no faltaban las frutas, mango, ciruela, guanábana, anón, tamarindo, limón, y la joya de la corona, la vid, que de año en año sorprendía por el esplendor de la cosecha.
Aunque no garantizaban todo el año, las cuatro o cinco matas de plátanos también proveían y sacaban de apuros, al igual que consumíamos aguacates cosechados en el patio. Todo lleva tiempo y trabajo, pero como decía mi abuelo, el pobre no cuenta su esfuerzo en la inversión, es lo que toca para salir adelante.
Y hace falta que entendamos esto como un acto de sobrevivencia, una manera de reactivar la economía doméstica; esa que también aliviamos si recurrimos a los métodos de nuestras abuelas para elaborar y conservar alimentos.
Es inconcebible que una nación cuya economía es eminentemente agraria tenga entre sus retos actuales el rescate de la ruralidad, ¿dónde está en esos que esperan milagros de bonanza el espíritu emprendedor y resiliente del cubano? No solo con dólares e importaciones se abre camino a la prosperidad, por definición, emprendimiento es: “Inicio de una actividad que exige esfuerzo o trabajo…”, y hay oportunidades que se marchitan ante nuestros ojos.
Si usted a las nueve de la mañana está jugando dominó con los socios o empinando el codo y hablando del último chisme del barrio “y lo mala que está la cosa”, es ilógico que pretenda llegada la hora de almuerzo o comida que quiera esplendor sobre su mesa.
Y no desconozco, porque la vivo, que con la actual situación trabajar no basta, que los salarios no alcanzan para todo lo que necesitamos, pero como sociedad debemos podar esas ramas que nos entorpecen el camino y asumir el rol de cada individuo en la generación de su propio bienestar.
Y un ejemplo, que puede parecer a muchos desafortunado pero es real, lo tenemos en las madres con tres o más hijos, mis respetos para las que cuidan de su prole con esmero y batallan por ellos día a día, pero a aquellas que los han convertido en una carta de reclamación ante la concepción de una política de protección les pregunto: ¿consultó usted con el Estado antes de traerlos al mundo sin tener casa ni empleo? ¿Cómo puede ser responsabilidad de otro la manutención de su familia?
No equivoquemos la justicia social, porque si seguimos poniendo más carga inútil para el viaje hacia el futuro, no tocaremos puerto.