Hay un cuento popular que narra la historia de un hombre en peligro que se refugia en la copa de un árbol y en tres oportunidades le brindan ayuda y él la rechaza, aferrado a su fe de que será salvado por fuerzas divinas, finalmente muere, y cuando llega ante ese ente superior le cuestiona que le abandonó, a lo que este le responde: “Te mandé a buscar tres veces”.
Aunque es un acercamiento humorístico al aprovechamiento de las oportunidades, no deja de ser una parábola válida para reflexionar sobre las indisciplinas ciudadanas que se cometieron al paso de la tormenta tropical Idalia por la provincia.
Hubo quienes alegaron la rapidez de las crecidas, pero independientemente de la subida vertiginosa del nivel de los cauces de los ríos, con más de 72 horas de antelación se avisó que sucedería, parece irracional entonces que quienes residen en zonas de alto riesgo no adopten las medidas para preservar sus bienes y la vida.
¿Qué hace falta para tener una adecuada percepción de riesgo? Cualquier pinareño sabe que, al margen de predicciones, las fuerzas de natura en fenómenos hidrometereológicos pueden ser devastadoras y llevarse en pocas horas el fruto de años de trabajo y sacrificio, ¿por qué actuar negligentemente ante tal posibilidad?
Cada propiedad que sufra daño será más costoso y difícil de reponer en estos momentos que en aquel en el que se obtuvo. Hay en la provincia una extensa lista de damnificados en la que algunos llevan, incluso, más de 20 años, no basta la voluntad para dar respuesta a tantas carencias acumuladas.
Y en materia de irresponsabilidad creo que se hace necesario una mirada diferente hacia quienes tienen menores a su cargo, un adulto está en condiciones de asumir las consecuencias de sus decisiones, pero si estas involucran a niños y los ponen en peligro, entonces deben adoptarse medidas para que al menos ellos sean protegidos oportunamente, con o sin el consentimiento de los tutores.
En los recorridos por estas zonas vi a infantes caminado bajo la llovizna, descalzos, sin camisa, y es que en ningún caso debían estar afuera de sus hogares en tales circunstancias; después si aparece cualquier infección respiratoria o de otra índole como resultado de ello y no se dispone de medicamentos, que puede ser con la actual situación, habrá cuestionamientos al sistema de Salud Pública.
Ante un hijo enfermo, cualquiera pierde la objetividad, pero precaver seguirá siendo la mejor medicina, y cuidar de la descendencia es mucho más que proveer comida, techo y ropa: tal vez esos infantes de hoy sean los irresponsables de mañana.
No menos importante es que quienes desconocen las advertencias, y literalmente con el agua llegándole al cuello piden ayuda, la reciben, exponiendo entonces a los integrantes de las fuerzas de Rescate y Salvamento, que aunque sí están para eso, no debieran de actuar como resultante de la indisciplina ciudadana, sino por verdaderas emergencias.
Cuidar de nosotros mismos y nuestras familias no es un encargo del Estado, menos cuando se crean las facilidades para ello, con la habilitación de centros de evacuación, un sistema de aviso y alerta temprana, junto a otra serie de medidas que a lo largo de los años han hecho posible que la pérdida de vidas humanas ante fenómenos de este tipo sea mínima en Cuba.
Personas pescando en las aguas crecidas o caminando en ellas no hacen más que incrementar el riesgo de accidentalidad y propiciar la ocurrencia de hechos lamentables, que no serían achacables al desmedido impacto de la naturaleza, sino a la increíble falta de sentido común de los humanos.
Los ciclones, las intensas lluvias seguirán formando parte de nuestra cotidianidad, siglos de historia así lo confirman, y no hay nada que apunte hacia un cambio, al contrario, lidiar con ello requiere que a los sistemas creados institucional y estatalmente, se sume la responsabilidad individual, dejar de lado ese exceso de confianza o bravuconería, y asumir que lo más preciado que tenemos es la vida.