Con Leticia Yáñez Pérez he conversado mucho, sin embargo, nunca la vi tan apasionada como aquella mañana en que, en el rol de entrevistada, me habló de sus consideraciones sobre arte y cultura cubana, el lugar dentro del proyecto de la Revolución y su estado actual.
Licenciada en Historia del Arte de la Universidad de La Habana en 2002, ha consagrado su vida profesional a formar para las ciencias sociales y humanidades. Hoy funge como jefa del departamento de Gestión Sociocultural para el Desarrollo en la Universidad de Pinar del Río y es la coordinadora de la Maestría de Desarrollo Social.
En su camino como docente, impartir materias sobre arte ha sido variable constante. Está convencida de que el saber trasciende los espacios y recursos tradicionales del aula, la clase y los libros y que las obras son expresiones de su tiempo que le permiten a los jóvenes estudiantes aprender desde la emoción, interpretar la realidad de una época y lugar, ponerla en diálogo con sus vidas presentes y proyectarse a transformar el mundo.
“La historia del arte es la historia de las rebeldías, de las irreverencias, y eso es preciso que se conozca en las universidades para no tener generaciones de apáticos, de zombis que se esfuerzan por un título, sin ningún compromiso con su tiempo”, expresó como primera sentencia, sin tregua para comenzar a demostrar, con hechos, el profundo carácter cultural de la Revolución cubana, que materializó el acceso pleno a la cultura, no solo creando instituciones, sino con proyectos logrados, entre los que destaca la campaña de alfabetización, la fundación de la Universidad de las Artes (ISA) y el Icaic, por citar algunos.
Sobre la relación entre política y cultura, advirtió: “En el país, después del ‘59, siempre se ha dado un abrazo el pensamiento intelectual y el político, sin negar que, en todos los periodos, han existido desencuentros, tensiones y hasta momentos dramáticos. En esa gama se ha refundado la cultura cubana, a veces tratada con superficialidad, sin atender a que las ideas no se cambian por mandato, sino por las fuerzas de las circunstancias y las vivencias que le sirven de soporte.
“El arte comprometido, que siempre es político, pone el dedo en la llaga. No es ponderar aciertos, sino expresar también lo que no está resuelto, a veces con algunas incomprensiones, miradas recelosas o interpretaciones dogmáticas. La postura no debe ser ingenua, sino revolucionaria, y esto implica no ahondar solo en lo logrado o en carencias y errores. Se trata de hacer obras reflexivas al tiempo que esperanzadoras, que toquen profundo lo que somos, lo que tenemos y lo que necesitamos”.
En un derroche de la historia del arte postrevolucionario, la también Máster en Ciencias habla de la polémica y diversidad de los años ‘60, contraída en la década siguiente, a su juicio, más por la burocratización de los críticos que por la intención de los artistas. “No me gusta colorear de gris los años ‘70. Es cierto que se hizo mucho panfleto, pero fue el tiempo en que afloran artistas como Pedro Pablo Oliva, Nelson Domínguez o Flora Fong, que tanto han aportado al acervo cultural de la nación”, explicó.
“Después, en los ‘80 -época de rectificación de errores – se incrementó la experimentación que no siempre fue bien recibida por la crítica apologética. Empezó la mezcla con referentes internacionales y es cierto que muchos artistas se fueron del país, pero también se avanzó en que se comienza a instalar el arte en escenarios no tradicionales como comunidades y fábricas, lo cual reforzó la política cultural equitativa de la Revolución.
“Por su parte, los ‘90 y su crisis trajeron el éxodo, pero también el ISA, de donde han emergido la gran mayoría de artistas que defienden nuestra identidad”, apuntó. Rememorando este camino, con sus luces y sombras, la académica concluye que “la política cultural cubana será efectiva siempre que se perfile y actualice en función de las circunstancias”.
A su juicio, de lo conquistado mucho podemos aprovechar: “Las instituciones culturales existentes, el acceso pleno y popular, aunque nos queda pendiente, y es urgente, perfilar mecanismos de retroalimentación, de ejercicio del criterio, siempre que se expresen en los límites de la legalidad y el respeto a la opinión y los sentimientos mayoritarios”, aportó como sugerencia.
“Nadie tiene derecho a irrumpir la institucionalidad ni el espacio público de forma libertina. El ejercicio de la libertad de expresión lleva una responsabilidad cívica que pasa por el análisis del consenso y el empleo de los espacios y momentos indicados para ejercerlo”.
Como académica, otra de sus pulsiones profesionales, subrayó: “Historia y cultura universal, nacional y local deben estar en todo programa de un egresado en ciencias sociales. La carrera de Gestión Sociocultural (antes Estudios Socioculturales) ha tenido en cuenta esta premisa desde su fundación. Llevamos 20 años afanados en la formación del horizonte cultural de nuestros estudiantes.
“Todavía falta mucho por hacer. Se necesita más articulación con las prácticas culturales locales, más educación de la belleza y la ternura, que despierte la sensibilidad por el arte y eduque a los jóvenes en el consumo responsable, alejándolos de la banalidad empaquetada por la sociedad de consumo que menosprecia el rol de la espiritualidad para vivir”, enfatizó.
Estos temas nunca antes los conversé con Leticia. Aciertos y dudas sobre funciones como madres, mujeres, profesoras y patriotas hemos intercambiado en los predios del departamento donde compartimos el sentido común de formar jóvenes gestores de la cultura para el desarrollo. Sabía de su formación, pero no de su profunda fe en el arte para reconfortar, redimir, enardecer el alma de un pueblo.
Y como a toda deidad, no le faltan a esta fiel devota preocupaciones asociadas: “Hoy existen daños culturales que llevan tiempo de recuperación. Se ha naturalizado entre nosotros el mal gusto, la falta de civismo, el maltrato a las personas y el medio ambiente, la falta de estética y de respeto, por ello el papel de la educación es insustituible y el arte una herramienta esencial para ganar esta batalla, a mi criterio, la más importante de todas las pendientes a librar”, afirmó sin ánimos de cerrar un debate al que le queda mucha tela por donde cortar.
Excelente profesional, mi profesora en la Carrera de Estudios Socioculturales.
Excelente profesional y lúcida pensadora. Apoyo cada una de sus ideas. Cómo también aplaudo la bienvenida entrevista de la periodista. Gracias a las dos, por tan sustanciosa aparición en nuestro periódico local.🙏🏻❤️👍