Si algo bueno dejó la telenovela Entrega, además de necesarias lecciones de vida, fue el poderoso mensaje que desde el título sugería apasionarse por lo que uno hace. Más aún, cuando eso que uno hace es tratar de enseñar Historia.
Sin embargo, por mucho que se insista en diversos escenarios o se trate de incentivar en los jóvenes el interés por la asignatura, la realidad demuestra que la visión de muchos estudiantes es solo cuestión de memorizar fechas, recitar la biografía de algún héroe o valorar hechos trascendentales.
Incluso, el acceso a las nuevas tecnologías ha facilitado el “copia y pega”, en vez de constituir una herramienta eficaz para la investigación, y aunque las bibliotecas hoy permanezcan vacías, la reproducción textual de lo que plasman los libros sigue siendo la vía más expedita para cumplir con el cronograma de entrega de un trabajo práctico o un examen.
Y no es que no existan profesores como Manuel, el protagonista de Entrega, que hacía una verdadera revolución en clase para que sus alumnos se apegaran al concepto de la palabra, o buscaba a aquella combatiente de la clandestinidad para que compartiera con ellos lo que realmente vivió.
Estoy convencida de que hay muchos Manuel en nuestras escuelas y museos. Tal vez ellos también necesiten de incentivos para dar lo mejor de sí. Tal vez haya que despojarse de tecnicismos en el sistema educacional y dejar de ser tan ortodoxos a la hora de mostrar a los más jóvenes de dónde vienen.
Apasionados por la Historia tenemos muchos, y no solo en las escuelas; están en los pequeños poblados, en los museos locales, en los hogares.
Es gratificante visitar la casa museo Hermanos Saíz Montes de Oca y escuchar a su joven especialista hablar de dos adolescentes valerosos, martianos, nobles, pero adolescentes al fin, con sus ocurrencias, travesuras, defectos.
Entonces te das cuenta de que no hay en esa exposición una mera narrativa aprendida solo para informar, sino que detrás de una investigación constante y profunda está el amor por lo que hace, y definitivamente la historia se transmite real, humana.
Y este es solo un ejemplo de muchos que de seguro tenemos de sobra, pero que a veces se quedan estáticos, sin herramientas. A veces falta la intención, el método ideal, las ganas. A veces es mejor no saltar límites y cumplir a pie juntillas cada protocolo.
Enseñar Historia no es sumar dos y dos y tener un resultado absoluto, requiere de matices, de “ganchos”, de inspiración.
No basta entonces con repetir hasta el cansancio que es importante conocer la historia y que hay que vivir en ella. La cuestión es acercarla a lo que somos sin idealizar a quienes la han construido cual semidioses extraordinarios.
Saber de dónde venimos es parte del presente; conforma nuestra identidad, nuestra cultura. Es la historia la que nos trajo hasta aquí y merece darle el valor que realmente lleva, no encajonarla en métodos arcaicos y en los clásicos discursos antagónicos del bueno y el malo.
A la Historia hay que aprenderla y aprehenderla desde un prisma abarcador, porque se va construyendo todos los días. La Historia es mucho más rica que la que se enuncia en los libros de texto, pues su verdadero valor perdura en la memoria colectiva.
Que sirva, pues, la reposición de Entrega, para tomar nota.