Salvo raras excepciones, el hombre siempre ha sido un animal de instintos, y ante situaciones precarias o de difícil salida, la primera opción ha sido la de la autopreservación.
Por supuesto, cuando se habla de hombre genérico, también pudiera referirse a su familia más cercana, a esa que cierra y completa su círculo. De ahí en fuera, cada cual que se las ingenie lo mejor que pueda.
Ejemplos pudieran ponerse cientos, miles a lo largo de la humanidad.
Claro, lo anterior no nos convierte en seres ruines ni mucho menos alienta un desmedro sentimental con el prójimo. Es solo una cuestión genética que aún llevamos en la sangre desde hace alrededor de 55 millones de años.
Sin embargo, muchas ramas de la psicología, la sociología y la antropología moderna sugieren que para alcanzar un mayor bienestar personal y familiar, sería preciso, inminente e inaplazable, lograr un sumo estadio de la prosperidad colectiva.
Y precisamente menciono esto, pues nos hemos convertido en la antítesis de la bonanza grupal. Y digo “nos”, ya que desde hace algún tiempo en nuestro país, cada uno de nosotros ejerce, impone y ondea su propia bandera.
Entiéndase esta analogía a modo de que cada quien decide o no si “exprimir” a sus semejantes. No es una generalidad, pero lo anterior sí abarca un gran porcentaje dentro de la población actual.
“Los tiempos están cada vez más duros”. “Sí, es verdad”. “Si yo no resuelvo para los míos, quién lo va a hacer”. Un pensamiento un tanto arcaico, pero también con gran parte de razón.
Lo verdaderamente “jodí’o” de todo eso es que mientras sigamos levantando murallas y sacando las púas cual erizo para “hincar” sin piedad, los demás también harán lo mismo. Tal y como se ve el panorama, los punzonazos son cíclicos.
Ejemplo claro y sencillo. Un carretillero sube el precio de la malanga, el barbero que la compra, al adquirirla decide subir igualmente el precio de sus servicios para amortizar los gastos. Usted no puede disponer de tanto dinero para pelarse cada 15 días, por ende, también encarece los productos que oferta.
Al final del día ese carretillero acude a usted en busca… digamos de una simple caja de cigarros… y así la rueda del “matonismo” sigue arrollándonos.
Ya los negocios supuestamente no son rentables si no se les saca más del 150 o 200 por ciento de ganancias. Esto es un hecho. Personalmente lo he indagado. Entonces… usted se ha preguntado… ¿si seguimos a este ritmo, adónde iremos a parar?
De seguro, amigo lector, estará de acuerdo con el escriba en que entre las principales inquietudes y preocupaciones de la población cubana hoy figuran los altos precios especulativos, abusivos y fuera del alcance de la mayoría.
Evidente, a consecuencia de una inflación que resulta del ejercicio anterior. Eso sin mencionar las objetividades y otras más subjetividades que influyen en el control y fiscalización de las actividades comerciales de todos los actores de la economía, incluidas las del sector estatal.
Quizás un eficiente control sobre los citados comercios, formación de precios y el tope definitivo a inescrupulosos y abusadores pudiera mejorar un tanto el defalco económico de nuestros bolsillos. Sin embargo, no creo que sea la solución definitiva al problema.
Estudiar los mercados, implementar y generar fichas de costo más reales y, por consecuente, minimizar precios de lo que se importe y se expenda, así como evitar un tanto el desangramiento cíclico ante la subida de divisas internacionales sería un buen primer paso.
Cierto es que ninguna medida o conjunto de ellas, por sí solas, nos ayudaran a salir de este canibalismo económico que nos carcome sin contemplaciones. Siempre abogo por aquella máxima de “ser el cambio que se quiere ver en los otros”.
De todos poner tan solo un poco de empatía al asunto, al menos en el entorno circundante, quizás, y solo quizás, podríamos ayudarnos a escapar de la paupérrima capacidad resolutiva de nuestros bolsillos.