Sandra tiene 24 años.
“¡Con 24 años -decía mi abuela- yo llevaba una casa y un esposo, y trabajaba la tierra!”.
Linda filosofía de tiempos pretéritos, cuando las aspiraciones tenían el techo muy bajo, y lo complejo de la vida se miraba a través del ojo de una aguja.
Sandra, Sandrita, también “lleva” una casa y un esposo, al que no tiene que “atender”, del modo que solía hacer mi abuela, porque los tiempos cambian, y lo que antes fue patriarcado, hoy es colaboración.
Si usted decide ir a Dimas, o viajar a Minas de Matahambre, “por acá atrás” -como dicen los mantuanos- tendrá que pasar por “Copales”, el pueblito campesino donde vive.
Una casa recién construida, con fuertes tablas de pino y gruesa cubierta de guano es el palacio que cobija sus sueños. Allí reina la austeridad de los jóvenes que comienzan una vida en pareja: un televisor chino, dos sillones y un juego de comedor hecho de veteada majagua que aún no han tenido tiempo de pintar.
Entonces, ¿dónde está el valor de la noticia?, preguntaría una amiga.
Lo extraordinario es que Sandra Izquierdo Soto, profesora de Química, es la más joven presidenta de Consejo Popular en la historia de Mantua, y puede que de todo Pinar del Río.
“Soy una mujer común, nacida aquí mismo en la cooperativa Sabino Pupo, hija de personas muy humildes y profesora desde que vi un aula por primera vez”, comenta.
¿Cómo te hiciste profesora?
“Mi paradigma era el maestro Alfredo. Por cosas del destino no pude ir a la “Tania” y continué estudios en el preuniversitario. Allí me interesé por la Química y me gradué años más tarde en el pedagógico ‘Mendive’”.
Crece el brillo en su mirada como si la nostalgia, siempre inoportuna, se empeñara en romper el curso de una inesperada entrevista.
“Ejercí muy poco tiempo, por eso todavía se me van los pies para el aula”, refiere y mira por la ventana hacia la escuela cercana.
Sandra tiene ojos negros, alta la frente, y por sus labios corre una semisonrisa.
“No es fácil cambiar el rumbo. Aquí podría decirte muchas cosas sobre el deber, pero yo prefiero hablar de la confianza de mi gente”.
¿Lo dices por lo de tu elección aquí en el barrio?
“Sí, una noche fui a la asamblea de vecinos para nominar al delegado, y ellos me seleccionaron a mí”.
Entonces fue inesperado ¿qué sentiste?
Ella sonríe.
“Terror. El miedo es como una cosquillita que sube hasta la garganta, y todavía no se me pasa. No sabía en la concreta qué era ser delegada del Poder Popular. Así llegué a la Asamblea Municipal, entre tantas personas con experiencia, y cuando los vi hablar y debatir en público, pensé que jamás podría lograrlo”.
Pero eres profesora…
“Sí, pero no es lo mismo. En el aula soy, por formación, la guía del proceso, dominó el contenido y tengo un plan, una dosificación. Pero en la Asamblea es diferente, porque para ser delegada no se estudia, se aprende. Menos mal que no faltó la capacitación. También me tranquilizaba que otros jóvenes fueron electos y pasaban por el mismo proceso adaptativo”.
Y los vecinos, ¿comenzaron a plantear sus problemas?
“¡Desde el primer día! Aquí todos me ven como una hija, una hermana, una prima que estudió en la Universidad y “sabe” lo que debe hacerse. Yo los escucho, les aconsejo, les tramitó sus preocupaciones y nunca les doy falsas expectativas. Así vamos avanzando”.
¿Cómo llegó a ser presidenta del Consejo Popular?
Sandrita ríe, se le ilumina el rostro y, nerviosa, garabatea figuras en la agenda.
“La presidenta del Gobierno, el vice y la secretaria hablaron conmigo en Mantua, y me dio pavor. El Roble es un Consejo muy grande, desde la playa hasta prácticamente la montaña, casi todos son campesinos, hay problemas acumulados y otros que surgen…”.
¿Dijiste que no?
“Ya no recuerdo lo que dije. Sólo sé que me asusté mucho. Después conversamos aquí en mi casa, y me explicaron. Pensaba que si era presidenta del Consejo, tendría que administrarlo todo. Después supe que no era así. Entonces consulté con mi esposo, con mi mamá, con algunas amistades y hasta con la almohada, y dije que sí”.
Sandra va a la cocina y yo aprovecho para ordenar mis notas.
Y ahora, ¿cómo marcha?
“Todavía siento la adrenalina. Creo que son muchos los retos, los asuntos que preocupan, los problemas de vivienda, los insumos para que los campesinos produzcan; cosas que llegan constantemente y que hay que ponerle asunto. Por el momento voy conociendo a los vecinos de Santa María, La Oliva y El Roble; me apoyo en los líderes de las cooperativas, aprendo de ellos, me enfoco en el trabajo comunitario, las soluciones con la propia gente y trato de establecer un sistema de trabajo”.
¿Cómo defines el apoyo de la familia?
“Fundamental. Mi esposo es trabajador de la Reserva Ecológica Los Pretiles, él tiene sus obligaciones allá y respeta mis decisiones. Mi papá falleció hace cuatro años, por eso mi mamá es el soporte de mi vida. También tengo una hermana que es maestra, y mi mayor consejera”.
Si tuvieras que definir tu proceder presente y futuro como presidenta del Consejo Popular, ¿qué dirías?
“Lo principal es ser ejemplo ante los delegados y la población, rendir cuenta constantemente y no mentir”.