Sandra Alfaro Hernández conoce como nadie los trillos rojos y sinuosos de La Lima. Vivió en estos parajes de La Palma hasta los 14 años lo que la hizo arraigarse a la sitiería como las palmas y las ceibas que abundan por estos lares.
La emoción salta a sus ojos cuando relata la armonía de aquellos años en que la vida era más sencilla, la gente más diáfana y los ríos más cristalinos.
“Soy campesina desde que tengo uso de razón. Aquí nací y me crié, estudié en una escuelita rural muy cerca a este sitio. Esta tierra es de la familia desde antes del triunfo de la Revolución. Pasó de mis abuelos a mis padres y nunca hemos dejado de producir en ella el sustento porque ha ido transitando de generación en generación.”
Desde niña Sandra se apegó al trabajo duro y apasionado del campo, disfrutar el hecho de echar la simiente y preñar la tierra, como ella dice, para ver brotar la planta promisoria de riquezas lograda a base de empeño, es de las experiencias más enaltecedoras para esta palmera.
RELATOS DE LA INFANCIA
Hay cosas que te marcan, nos confiesa, este es un lugar bendito por lo que produce, pero tiene el misterio de ser sitio predilecto para los truenos en época de primavera cuando las lluvias son más abundantes.
Esa ceiba que ves ahí, relata mientras señala al árbol sagrado, un día de lluvia, de aquellos que volvía los trillos intransitables y a los arroyos los tendía por toda la vega, recibió el impacto de un trueno. “No se me olvida que estábamos todos en la casa y mamá mandaba a poner los espejos boca abajo, a no estar en las puertas y acostarnos en la cama.
“Lo más curioso de ese trueno es que después del impacto la ceiba estuvo emitiendo un sonido como el llanto de un niño durante 42 días redondos.
“Yo se que habrá quien diga que eso es falso pero testigos sobran, aquí vino gente de toda La Palma, imagínate la ceiba que llora.
“Y así en otra ocasión cayó uno que mató de un solo golpe seis matas de coco, ya te digo este lugar tiene imán para los truenos”, nos cuenta Sandra.
LA FAMILIA LA MEJOR ESCUELA
Confiesa Sandra que a sus padres le debe el espíritu guajiro. De los dos aprendió que lo que los hacia únicos era el pedazo de tierra que conservaban y del cual vivían sin depender de nadie.
“Con el viejo aprendí a ordeñar las vacas, a saber cuando sembrar y donde plantar cada uno de los cultivos que tenemos. Papá nunca tuvo prejuicio en llevarme para la vega porque soy hembra. Siempre me enseñó todo los misterios del campo”, reconoce.
La familia que ya atesoraba una gran experiencia en el manejo de la tierra por la experiencia acumulada en décadas de trabajo, recibió en 2005, por esas cosas del azar, a los especialistas del Instituto Nacional de Ciencias Agrícolas (INCA).
“Fueron años de mucho aprendizaje y empoderamiento para un grupo de campesinos en La Palma. Nos insertamos en el Proyecto de Innovación Agropecuaria Local (PIAL). Se trabajó duro en la producción de semillas de frijol, en variedades resistentes al clima y las plagas de por acá.
“Unos 50 campesinos, muchas mujeres, logramos 150 variedades del grano. Silvia, mi mamá y el viejo (Francisco) fueron a Honduras y Nicaragua a exponer sus experiencias y a buscar conocimiento también.”, dice con orgullo.
CAMPESINA ABOGADA, NO ABOGADA CAMPESINA
Para Sandra, que ya transitaba una etapa de su vida en la que sentía que estaba preparada en esa universidad natural de los humanos – comienza con el nacimiento- surgió un imperativo: la superación.
Sus padres nunca estuvieron conformes con no ver a su hija llegar a la casa y regalarles un título universitario, era un sueño que veían escapar por la guardarraya.
“Cuando te digo que los viejos halan más que una yunta de bueyes no exagero, hoy yo soy Sandra la abogada gracias a ellos. Estudié en la Facultad Obrero Campesina y matriculé en la Sede Universitaria del municipio en 2004. Nunca dejé de venir a la vega, eso solo lo hice cuando fui a tener a mis hijas, yo trabajaba toda la mañana y en la hora del almuerzo me sentaba debajo de una mata a leer para presentarme a los exámenes.”
Es así que Sandra Alfaro Hernández se gradúa en 2010 y hace realidad el sueño de sus padres de ser universitaria. Para ella graduarse no fue solo una meta, sino también una continuidad pues ejerce el derecho como abogada en el bufete colectivo de La Palma.
“Yo me veo así guajira como soy en un juicio o llevando un proceso complejo en el bufete y siento orgullo de todo lo que he alcanzado. Mis compañeros me preguntan muchas veces qué yo hago sembrando yuca y ordeñando vacas y para mis adentros me digo que todo lo que puedo hacer en el Derecho también se lo debo a esa inteligencia natural que da la tierra”.
DESDE LA TIERRA UNA FILOSOFÍA DIFERENTE
Desandar el camino de retorno al poblado acompañado de Sandra nos da la certeza de aquella frase de que: “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz.”
Escuchar sus anécdotas familiares, su sentido de la vida, la sabiduría innata de entender el mundo por las señales de la naturaleza y no por los esteriotipos que nos inventamos, es de los regalos que este azaroso 2020 me ha dado.
Sandra como para rematar me preguntó que cómo yo percibía el paso del tiempo, presto le dije que por la transformación de las cosas, de las personas y ella volvió a dar otra lección:
“Para mi el tiempo pasa a través de la luna, esa que la mayoría de la gente del pueblo mira solo contadas veces en su vida, pero nosotros los guajiros la observamos como los marinos al faro. Aquí donde me ves voy pensando que el lunes es luna llena y ya ahora regreso para ir preparando el cangre y rompiendo la tierra”.