Cuando este fin de semana reabra sus puertas nuestra sala principal de las artes escénicas en la provincia, sentiremos una doble satisfacción porque tendremos la oportunidad de disfrutar el legítimo deleite que da el auténtico hecho artístico, pero a la vez estaremos constatando el reconfortante regocijo por el resultado conseguido como fruto de la voluntad y la perseverancia del ser humano.
El teatro José Jacinto Milanés estará en plenitud de condiciones para acoger con todo su esplendor a ese evento supremo de la cultura cubana que es el Festival Internacional de Ballet de La Habana en su 27 edición. Nos parecía una ilusión lejana como consecuencia de las violentas huellas dejadas por el huracán Ian, pero hoy es ya una incuestionable realidad.
Todos estábamos convencidos de lo que significaba para el enriquecimiento espiritual de una población recientemente golpeada por las inclemencias de la naturaleza. Y por tal razón, hubiese sido negligente e irresponsable que se dejara escapar la posibilidad. Estábamos en presencia de un acontecimiento sin precedentes para la provincia y por muy gigantesco que se calculara el esfuerzo, claro que valía con creces la pena. El arte ennoblece, engrandece: nos hace huir de lo mezquino y refugiarnos en lo grande. Por tanto, había que apostar por su real consecución y así se hizo. Como pueblo agradecemos a los decisores esta resolución.
Si hacemos un poco de historia recordaremos que este festival fue creado en 1960 y desde sus inicios se propuso mostrar lo mejor de la danza a nivel mundial. Desde 2016 el evento incluyó el nombre de su presidenta y principal inspiradora: Alicia Alonso. A partir de 1974 comenzó a celebrarse cada dos años y fue ampliando paulatinamente la concepción de sus diferentes sedes, aunque respetando la idea original de jerarquizar como escenario principal al Gran Teatro de La Habana.
Toda una pléyade de indiscutibles estrellas, pertenecientes a las más importantes compañías y escuelas de las más variadas latitudes y estilos, se han dado cita en cada una de las convocatorias, lo que ha propiciado un público preparado, capaz de distinguir y admirar ese fino espectáculo de las zapatillas y los tules, tanto en su dimensión técnica como interpretativa. Los propios bailarines y coreógrafos invitados han reconocido este hecho repetidamente y se refieren de manera halagadora a la cálida atmósfera que se percibe en las salas cubanas.
Aquella visión elitista y exclusiva ha quedado atrás para convertirse en un arte con un creciente arraigo y número de adeptos, que esperan cada ocasión como una verdadera fiesta para nuestros ojos y emociones.
Este año lo mejor del talento nacional y extranjero nos presenta una interesante mezcla de tradición y contemporaneidad. Así lo ha expresado la directora general y primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba Viengsay Valdés, quien regresa a las tablas con renovados bríos para mostrarnos sus acostumbradas dotes histriónicas.
Dentro del programa la temporada Giselle ocupa un espacio protagónico y marca el punto de partida de las celebraciones o jubileo por el aniversario 75 de la fundación del BNC. Ese arte que cura, alegra y salva estará muy vivo en Cienfuegos, Matanzas y Vueltabajo. Los pinareños vamos a aplaudir este sábado y domingo próximos a la compañía del inigualable Carlos Acosta, con una selección de su repertorio tan único e inconfundible. Esa fuerza, esa pujante inspiración serán perceptibles para los que concurran al coloso de la avenida Martí. Y entonces de Ian ya no quedará ni el más lejano aliento.
No pierda tiempo, pues… se descorre el telón.