Dicen que los tiempos de crisis sacan lo peor de las personas. Sin embargo, en medio de tanto desasosiego encuentras siempre bondad, amor, desprendimiento.
De ambas situaciones se podría hacer hoy un libro en Pinar del Río. Podríamos hablar de aquellos que se aprovechan de la necesidad de los otros y cobran desde 50 y hasta 500 pesos por darle carga a celulares, lámparas, motos…
O quizás de quienes se apropiaron de las fibras que perdió un almacén estatal y hoy se las venden en más de 1 000 pesos al vecino que perdió su techo.
Duele saber que convivimos codo a codo con esos que lucran con la desgracia ajena y que ven en situaciones difíciles la posibilidad de hacer un negocio redondo.
Duele saber que no existe en ellos una pizca de empatía, de sensibilidad y de apoyo, sino que muestran el peor rostro detrás de justificaciones banales y posiciones absurdas.
Pareciera que Ian no solo causó estragos en los servicios más vitales y arrastró con sus vientos árboles y techos, sino que arrancó de cuajo la virtud de ayudar al prójimo, de ponerse en el lugar del otro.
Por fortuna, también en tiempos de crisis se muestra el lado bueno de la gente y muchos caminan junto a los que lo perdieron todo, y otros comparten lo poco que quedó con quien más lo necesita.
Regocija leer en las redes la disposición de particulares a brindar su casa, su planta y la tan demandada gasolina para cargar equipos sin costo alguno. Así lo han hecho centros estatales y hasta algunos negocios privados.
Por suerte, cada día se suman más personas a hacer donativos de todo tipo a quienes hoy se sienten desolados cuando miran hacia arriba y tienen el cielo por techo.
Y no existen pretextos ni limitaciones para aquellos jóvenes que en caravana logran acceder a lo más recóndito, a lo más devastado. Hasta allí llegan medicinas, ropa, comida, arte, amor, voluntad…
A los pinareños nos han etiquetado como hospitalarios siempre. En las peores contingencias hemos extendido la mano sin reparos, incluso poniendo en riesgo la vida. ¿Seremos entonces candil de la calle y oscuridad de la casa?
Hoy, cuando de Cuba entera llegan hombres y mujeres a ayudar dejando atrás a sus familias, sus problemas, sus carencias y necesidades, deberíamos revisar un poco mejor en nuestra conciencia y en lo que nos falta para ser mejores.
La solidaridad y el humanismo empiezan por casa, no para recibir diplomas ni reconocimientos por el deber cumplido, sino para poner en la noche la cabeza en la almohada y sentir la tranquilidad de que se ha hecho algo bueno y se ha cumplido con uno mismo.
No son tiempos para lamentar y quedarnos de brazos cruzados ni para criticar desde la desidia y el rencor. Es hora de construir y recuperarnos, de erradicar lo que se hace mal y repensar estrategias organizativas, pero también es momento para ser mejores desde el pedacito que a cada cual corresponde.
Ian dejó en Pinar del Río un sabor amargo, un panorama desolador y un largo camino hacia la recuperación. Sería entonces demasiado si se hubiera llevado consigo la calidad de humana y la solidaridad de su gente.