Una de las palabras más reiteradas por estos días en conversaciones, chistes y esclarecimiento de dudas es “patrocinador”, tras ella hay historias personales, regocijo, dolor, curiosidad, desconocimiento y muchas cosas más.
Lo cierto es que las nuevas disposiciones del gobierno de Estados Unidos ponen freno a la migración ilegal desde Cuba, 250 000 es una cifra que coloca esta ola como la mayor de nuestra historia; para aquellos que veían en ese tránsito por Centroamérica hacia el norte la solución para sus problemas, la noticia trajo consigo un cambio de planes e incluso, la renuncia.
Que abandonar el país no implique un riesgo para la vida es un anhelo de muchos, quieran o no hacerlo, porque propicia seguridad a los que eligen residir fuera de fronteras, y no se trata de un beneficio exclusivo para cubanos, es válido para todos los habitantes de este planeta que deseen hacerlo, así está reconocido en la Declaración Universal de Derechos Humanos.
A diferencia de lo que aseguran algunos “entendidos” en nuestra realidad insular, hay millones que estamos aquí, no porque haya sido imposible irnos, sino porque decidimos quedarnos y emigrar nunca ha estado incluido dentro de las proyecciones personales.
Los que visibilizamos esta isla como el escenario de futuro de la vida debemos estar conscientes del impacto de las nuevas disposiciones sobre la dinámica social interna.
Habrá más ciudadanos susceptibles a la ira, porque su sueño, al menos momentáneamente, se ha puesto en pausa; incluso hay quienes se deshicieron de bienes y vías de sustento para materializarlo y ahora tendrán que vivir con menos.
Y quizá usted piense que ese no es su problema, pero es suyo, mío y de todos, porque cada uno desde el rol que desempeña contribuye a la satisfacción de necesidades de otros, y si estamos urgidos de ser eficientes para sacudirnos la crisis económica, ahora lo es también para preservar la tranquilidad.
Esa que se debilita cuando vemos la indolencia ganándole a la sensibilidad, la impunidad venciendo al castigo, la laboriosidad cayendo ante la vagancia, la insensatez al raciocinio; en fin, cuando el mal triunfa sobre el bien.
Muchos de esos éxitos se sustentan en la burocracia, el no hacer lo que corresponde en el momento adecuado y sí, hay una mayor responsabilidad para quienes asumen cargos de dirección, pero a ese entramado se tributa desde cualquier rincón de la sociedad.
Porque la maestra ausentista o que da malas clases irrita al padre que le preocupa que su hijo no solo pase de grado, sino que aprenda; el galeno al no mirar de frente en la consulta y limitarse a decir no hay medicamento, reactivo o equipo, sin siquiera intentar hacer comprender la naturaleza de la dolencia que le aqueja al paciente, ese, le crispa los nervios a cualquiera.
Lo hace el que intenta robar en la pesa al vender un producto o encarece algo vital, la recepcionista que prolonga innecesariamente una espera, quien no contesta un teléfono destinado a recibir llamadas de la población… una lista larga, en la que hay espacio para otras inclusiones.
Esa dejadez que nos permea con saña, por dejarle sitio, daña a toda la población, lacera más allá del enfado momentáneo, desgarra la confianza. Y que conste, hiere independientemente del poder adquisitivo, sexo, instrucción escolar e incluso la visión de futuro dentro o fuera de nuestra geografía.
Por compleja que sea de sobrellevar la escasez, resulta más fácil su manejo y aceptación que esas barreras que como ofrenda a un dios de la desidia le colocan algunos humanos.
Y sí, podemos ser patrocinadores, de las buenas maneras, de la responsabilidad profesional y social, de las sonrisas, el afecto, la empatía, el acompañamiento, la solidaridad y mucho más; nada de ello se importa ni requiere de otra energía que la voluntad individual, sumémonos como tutores de la armonía en la sociedad. A fin de cuentas, hay un montón de cosas, y de las mejores que podemos poseer en la vida que no se compran, comen o usan, solo son para el goce del alma.