Es difícil establecer el rigor con que cada familia pinareña siente sobre ella las carencias de estos tiempos. Una evaluación del tema lleva a precisar interioridades domésticas, desde el monto de los ingresos económicos hasta las condiciones del inmueble, sin olvidar disponibilidad de equipos electrodomésticos, acceso a medios de transporte, cantidad de integrantes de cada núcleo, así como sus edades y estado de salud.
Son algunos de los elementos que más pesan sobre una realidad tensa, en ese contexto, la insensibilidad e ineficiencia son agravantes que bien pueden convertirse en la gota que rebose la copa.
A nivel individual y colectivo se acumulan insatisfacciones de carácter material y espiritual, la inteligencia emocional y cognitiva definen la manera con que se lidia con ellas, más otros factores como la clasificación de la necesidad en un rango de deseo, urgencia o emergencia.
Por ello, ahora más que nunca requerimos de funcionarios, dirigentes y facilitadores sociales permeados de empatía, conscientes de su rol y dotados de las capacidades para desempeñar sus funciones.
La máxima dirección del país lo ha expresado en reiteradas ocasiones, así como lo ha hecho la de la provincia en diversos escenarios y momentos.
Para los que gustan de irse por las ramas, nadie, o al menos no la mayoría, espera que un nombramiento o elección venga dotado del don resolutivo infalible, maná de alguna lámpara que prodigue luz, genio y milagros. La capacidad de escuchar, transparencia, educación y respeto con que se trate a una persona marcan diferencia, entre inconformidad y comprensión.
Posponer por negligencia la solución de un problema es vandálico y mucho más perjudicial que cualquier diatriba contra el Estado, porque la primera, promueve la segunda, con el añadido de hacerla valedera, no solo ante los ojos del perjudicado, sino de la sociedad, con el consiguiente descrédito para un sistema, representado en ese hombre o mujer que fue investido de poder.
También es un hecho inconstitucional: Artículo 61. “Las personas tienen derecho a dirigir quejas y peticiones a las autoridades, las que están obligadas a tramitarlas y dar las respuestas oportunas, pertinentes y fundamentadas en el plazo y según el procedimiento establecido en la ley”.
La demagogia, peloteo, mentira u omisión son pequeñas dosis de cicuta a ese organismo, inabarcable, pero único, que es la nación. Asimismo, resultan nocivo que florezca en ella la impunidad, la normalización de la chapucería e indisciplina. Errar es de humanos, pero no valorar el alcance de decisiones equívocas, es censurable, en algunos casos, punible; especialmente si implica daños a terceros.
Cuba soporta hoy fuertes tracciones, seamos sinceros, no todas las fuerzas negativas son externas; las internas, gestadas como carne propia, de las peores; cuando se reconoce el tejido extraño, necrótico, suele rechazarse al cuerpo como mal enraizado en el alma, y el árbol de tronco torcido no deja ver la esbeltez del bosque.
La duda que crece para convertirse en cuestionamiento, necesidad hecha penuria, ilegalidad que se legitima resquebrajan la credibilidad institucional, por lo regular, al amparo de la negligencia. Asumir responsabilidades administrativas, políticas o representativas implica el interés por el otro; minuciosidad minimalista, máxime en un país marcado por carencias. Por más vanidosos que seamos, pecaríamos de tontos al no admitir que la moral se fractura bajo la presión de la crisis material.
Reconocer desaciertos, para enriquecer una oratoria autocrítica, empalagosa e inútil, sin ejecutar cambios que enmienden el camino es lastre que precisamos soltar. No se trata de renunciar al rumbo, es que los timoneles de cada pequeña embarcación que componen la flota, se guíen por la brújula, sepan navegar leyendo las estrellas y que en noches oscuras tengan la bravura para desafiar la tormenta y conducirnos a puerto seguro. Encontrar la ruta en medio de las tinieblas demanda de un instinto certero que se alimente de pasión y sensatez.