Este lunes Cuba reportó la mayor cantidad de casos diarios de COVID-19 en el país; pero más que frías cifras, la tendencia al aumento de enfermos en los últimos días ha estado mediada por la pérdida del sentido común de no pocos ciudadanos, responsables algunos de la apertura de eventos de transmisión local.
Durante cinco meses ha sido grande el esfuerzo del Gobierno por reducir al mínimo la cantidad de contagios en una jornada; garantizar la asistencia médica a los pacientes positivos, sus contactos y personas sospechosas; poner la biotecnología en función del tratamiento de la pandemia; y muchos etcéteras traducidos en el desvelo de no pocos hombres y mujeres.
Cuando se habla de una enfermedad como esta, con alto grado de propagación y ensañada principalmente con quienes presentan padecimientos de base, la lógica indica que toda medida preventiva es poca, sobre todo si se tienen en cuenta los grupos más vulnerables y la composición etaria de cada núcleo familiar.
En medio de tensiones económicas y del recrudecimiento del bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos a Cuba, salvar vidas constituye prioridad a cualquier costo, incluso a pesar de reajustes presupuestarios y estrecheces.
Cada sitio declarado en cuarentena en la nación desde el anuncio de los primeros casos, el 11 de marzo, deviene en gasto estratosférico para las condiciones actuales, pues exige la concepción de mecanismos eficientes de distribución de alimentos y productos de primera necesidad, movilización de personal sanitario y de servicios, aumento de las pesquisas activas y un seguimiento constante.
Sería racional pensar entonces en las implicaciones económicas y sociales de pasar a medidas restrictivas de aislamiento por segunda ocasión, como ocurrió recientemente en dos consejos populares del municipio de Camajuaní, en la provincia de Villa Clara.
Sin mencionar los gastos generados por los centros de aislamiento concebidos en todas las provincias, donde se les asegura a los internados una alimentación rica en nutrientes y balanceada, además de la vigilancia de su estado de salud.
La irresponsabilidad de unos ha llevado al país a replantearse algunas de las disposiciones establecidas para las fases de recuperación pos-COVID-19 en territorios en los cuales, inclusive, se transitaba ya por la tercera y el panorama lucía más halagüeño para un padecimiento que ha cobrado centenas de miles de vidas en el mundo.
El incremento significativo de la cantidad de casos asintomáticos constituye una alarma, para pensarlo dos veces antes de acudir a lugares con aglomeraciones de personas o que signifiquen un riesgo de contagio.
Lavarse las manos constantemente y desinfectarlas con soluciones cloradas o alcohólicas, el uso de mascarilla, el distanciamiento físico -y social en La Habana tras su regreso a la fase de transmisión autóctona limitada- son medidas que han probado con creces su efectividad.
Obviarlas, más que un error, descuella como un intento suicida para quien hace caso omiso de ellas y ni siquiera piensa en el bienestar de su familia.
Porque el sentido común no es un asunto de poner en balanzas, sino de estar conscientes del peligro latente que representa la existencia de la pandemia en Cuba para sus 11 millones de habitantes, esos en los cuales piensa todo el tiempo la dirección del país, y en consecuencia actúa; pero de cada uno de nosotros depende acabar de una vez por todas con el coronavirus.
El Presidente de la República, Miguel Díaz- Canel Bermúdez, convocó en su cuenta en la red social Twitter a «echar el extra a lo cubano».
La mejor manera de hacerlo es imitando a esos héroes de nuestros días, a los que aplaudimos todas las noches. Trabajemos (…) como ellos, honrando el sacrificio con nuestra disciplina, apuntó.