La noche del tres de diciembre de 2016 seguro será la más larga de los últimos 50 años; los cubanos, en la palabra de los líderes de las organizaciones de masas y de la UJC, se dieron cita en el indomable Santiago para despedir al Comandante en Jefe en su última travesía.
Fue la despedida de los niños, los jóvenes, los trabajadores, campesinos, intelectuales, combatientes de todas las epopeyas que asumieran la responsabilidad de dar el último adiós, con la presencia de los dirigentes mundiales más allegados a Fidel, más las personalidades que lo quisieron como a un hijo, a un padre o a un hermano.
Y ese momento se selló con la caracterización que nos ofreció Raúl: Fidel siempre fue valor, lo tuvo para enfrentar a la policía batistiana, a sus políticos a quienes denunció públicamente; valentía que demostró ante los muros del Moncada y luego en la prisión y en el exilio.
Pero más valor aun cuando abordaron el Granma, ya con una alta dosis de optimismo y seguridad en la victoria. Fidel era optimista por naturaleza, desde que multiplicó la capacidad del barco y no zozobraron; cuando con siete fusiles proclamó que «ahora sí ganaremos la guerra» y cuando aseguró que arrebatándole las armas al enemigo se podía hacer una Revolución.
Pero su optimismo estaba bien fundado, era un visionario y se adelantó a su tiempo, desde que pronosticó el triunfo y nunca se equivocó sobre la mala actitud de los Estados Unidos. Él pudo prever cuando la Revolución estuvo amenazada y aún así decidió hacer la campaña de alfabetización con total éxito y luego llevar al pueblo a la victoria de Girón.
Pasado el tiempo brilló como estadista en el manejo de la Crisis de Octubre, algunos claudicaron y él siguió firme, incluso con dos años de antelación previó la caída del campo socialista, pero no perdió el sueño y menos el optimismo, y lejos de amilanarse preparó al pueblo para el período especial, cuando cualquier país se hubiera derrumbado, Fidel explicaba sus planes de cómo resistir y avanzar.
Esa seguridad en la victoria lo llevó a la gesta angolana y a darle la independencia a Sudáfrica y Namibia, a llenar el mundo de médicos cubanos, quienes desinteresadamente le devolvían la salud a los más pobres.
Pero esas no fueron solo sus batallas, otra muy grande fue hacer de Cuba una potencia médica mundial, con una tasa de mortalidad infantil hoy inferior a la de los Estados Unidos y Canadá, con una industria biotecnológica avanzada y con su mejor producto en casi todos los continentes, los trabajadores de la salud.
No hay idea justa que en la ONU Fidel no hubiera defendido, no hay crimen que no haya denunciado, como tampoco hay reclamo popular que no haya respondido.
Así gigante, Fidel cumplió con la obra de la vida, sin más recompensa ni riqueza que descansar en el mismo camposanto donde lo hacen Céspedes, el padre de la Patria; Martí, el héroe nacional; Mariana Grajales, referencia leonesa para todas las mujeres, y Frank País, el más valiente, inteligente e intrépido de los jóvenes orientales, como en más de una ocasión lo nombró.
El cementerio de Santa Ifigenia reúne a los apóstoles y Cuba agrupa a los muchos Fidel que hay en el pueblo; Raúl ahora con sus tropa de mambises del siglo XXI seguirá por la senda que su hermano, su amigo, su jefe, nos marcó.
Fidel cambió a la América, modificó en parte la visión del mundo, abrió los ojos a los desposeídos y ya las cosas no son iguales que en el siglo XX, porque le dijo a los pobres Sí se puede, y la experiencia dice que se pudo.