Cuando sobrepasamos la barrera de los 500 casos diarios confirmados nos alarmamos, hoy con 650 qué decir. Porque además de eso, el número de muertes de la última semana es significativo. Esas estadísticas ahora solo sirven para comentarios y lamentaciones, y el mayor temor es cuántos análisis y comentarios nos esperan si la población no cambia su conducta.
No culpemos a los importados, porque aunque desconozco cuánto influyen en los resultados de hoy, la mayoría –hasta ahora- son autóctonos, nuestros coterráneos nos pasamos el virus de los unos a los otros, familiar y amorosamente y si no sales de la casa, te lo sirven a domicilio, y lo peor que este no es virtual.
Qué más quisieran saber sobre la enfermedad, no bastó un año de análisis, evaluaciones, estudios, programas científicos para sencillamente decirle a la gente: cuídate, el coronavirus mata.
En menos de un año le enseñaron a legiones de estudiantes de Medicina cómo hacer pesquisa, a los médicos cómo conocer la enfermedad, detectar, diagnosticar y aplicar los protocolos ideados por los investigadores, científicos de todas las especialidades, incluidas la matemática enfrascados en laboratorios y reuniones, en muchos casos jugándose la vida lidiando con virus y cepas para ganar.
Y por otro lado, la gente común de la calle, los que hacen y los que no aportan, los estudiados y los menos preparados, los genios y lo mediocres, pero nosotros, la mayoría, no hemos aprendido; no, no hemos aprendido nada.
Qué difícil se ha hecho explicarle a la gente cómo no morirse y cómo no matar a la familia.
Cuántos doctores Durán necesitaríamos en nuestro país para decir que a los niños, los ancianos, las embarazadas, los enfermos crónicos no se les puede traer la enfermedad a la casa, porque la mayoría de los fallecidos –teniendo en cuenta su edad- seguro no se han enfermado por estar en una cola, ir a un cine, una tienda o un gimnasio.
Qué fácil se vio al principio: usted se cuida, trata de no salir, utiliza una mascarilla para el rostro, se lava las manos con cloro rebajado, alcohol, sustancia jabonosa, no toca al ajeno, no lo besa y habla a más de metro y medio de distancia. Y… funcionó, casi salimos de la epidemia.
Luego nos dijeron que no nos confiáramos, que nos iban a abrir la puerta, aunque de Europa y otras partes del mundo llegaban anuncios de que la segunda ola sería peor. Por eso a lo interno se aumentaron las medidas, se preparó el país para la necesitada apertura, abrir las escuelas, a fin de cuentas teníamos todas las condiciones, un sistema de salud fuerte, organizaciones conocedoras y dedicadas, autoridades inmersas y sacrificadas al ciento por ciento.
Ahora resulta que estrenamos un año peor que el concluido, porque contabilizamos más enfermos y muertos.
Vamos a seguir con las medidas, continuarán las indicaciones y el Minsap podrá buscar inimaginables tratamientos para preservar la vida, quizás nuevos medicamentos, pero los muertos no la recuperarán.
Lo único que se pidió encarecidamente fue esperar y cuidarse, para darle tiempo a las vacunas, pero parece que fue demasiado tiempo esperar y entonces salimos a la calla a enfrentar al Sars CoV2, como diría un guajiro, a ripiarnos con él, pero estamos perdiendo, nos está ripiando.
Ahora, abramos los ojos, estiremos la boca y como buen cubanos decir, “! Coño… 650” .Pero nada la vida no sigue igual.