Desde que comenzó el nuevo incremento de los casos positivos a la COVID-19 en el municipio Pinar del Río creció el reclamo de que nuevamente detuvieran el curso escolar; al pasar el territorio a la fase de trasmisión autóctona de acuerdo a los indicadores epidemiológicos, este se paralizó, en consonancia con lo establecido por el país en las medidas para esa etapa.
Sin embargo, en las calles de nuestros barrios están los niños jugando, muchas veces sin la debida protección y ello se contrapone con el propósito de protegerlos. A la familia corresponde velar por su seguridad, el incremento de pacientes en edad pediátrica confirma que no estamos haciendo todo lo posible para tenerlos a buen resguardo.
Más del 10 por ciento de los casos activos que reporta actualmente la provincia son menores de 18 años, y hasta el cierre de esta edición mostraban una evolución favorable, pero por días hemos seguidos a través de la conferencia de Salud Pública el parte sobre los cinco infantes reportados en estado de graves y críticos, sin duda, una señal de alerta que los adultos no podemos pasar por alto.
La suspensión de las actividades docentes presenciales busca garantizarles el mínimo de exposición al riesgo del contagio, establecer las normas hacia lo interno de nuestros hogares es asunto de los padres, tutores y cuidadores.
Fueron concebidas tele clases para mantener la educación a distancia, pero no solo puede ser el tiempo de la emisión televisiva el que dediquen al estudio: necesitan el fomento de actividades independientes, trabajar con los libros de texto, leer, ejercitar los contenidos y la supervisión de estas actividades.
Resulta vana la excusa de falta de tiempo, porque si alguno de ellos enfermara se le dedicarían todas las horas que demande su cuidado y si requiriera hospitalización tendría acompañantes permanentes; es preferible hacerlo en casa, con ellos sanos y en beneficio de su formación.
El rol de la familia en la educación es preponderante en estos tiempos de pandemia en que el alcance de la escuela se ve limitado por la situación epidemiológica, no podemos delegar en otros lo que nos compete, ni paralizar el proceso de aprendizaje en espera de la solución definitiva al control de la COVID-19.
Lo primero es garantizar que no estén innecesariamente en la calle, y se puede aludir que el juego es una actividad requerida en cierta edad, pero si algo no nos falta a los cubanos es ingenio para crecernos ante la adversidad y este momento es sin duda propicio para dar rienda suelta a las inventivas que los retengan dentro del hogar.
Y más allá del ejercicio académico también pueden aprender cómo realizar labores domésticas, fomentarles la responsabilidad y su participación en la dinámica de la familia, todo ello con un saldo positivo para los futuros adultos que serán.
En 10 meses de enfrentamiento a la pandemia, Cuba no lamenta ningún fallecimiento de pacientes en edad pediátrica, aunque se reportan contagios incluso en lactantes con menos de 30 días de nacidos. El esfuerzo desplegado por el personal de la Salud en su cuidado y atención no puede malograrse porque los padres seamos incompetentes en cuanto a imponer disciplina a nuestros hijos.
Y no es que cada contagio de un menor sea resultado de un actuar irresponsable, pues la capacidad de propagación de este virus es muy alta y expuestos estamos todos, pero extremar las medidas es lo menos que podemos hacer por ellos, como máximos veladores de su bienestar físico y emocional.
Un elemento a tener en cuenta es que todavía no se sabe a largo plazo cuáles serán las secuelas de la COVID-19, pero los estudios que se van realizando prueban que hay daños que permanecen tiempo después, y ese seguro que no es el legado que queremos permanezca en los niños, adolescentes y jóvenes; sería mucho mejor que cuando evoquen este periodo de sus vidas lo vean como una etapa en la que aprendieron a cómo usar el tiempo libre dentro de casa.