Comenzó la desescalada gradual de las restricciones que se volvieron urgentes para contrarrestar la COVID-19. Pasó el 15 de noviembre y también se abrieron las fronteras al turismo internacional.
Al parecer volvemos a entrar en una nueva normalidad, pero ¿significa eso que estamos de celebración?, ¿qué festejamos exactamente?
El ambiente festivo que se respira hoy en la capital pinareña más que alegrar preocupa, asusta. Sobre todo cuando expertos pronostican un rebrote para inicios del año próximo.
Es cierto que llevamos en nuestros cuerpos el resultado de un esfuerzo extraordinario de la ciencia cubana y que incluso vendrá una dosis extra para hacernos más inmunes, pero la cura definitiva no ha llegado y ya el viejo continente vive nuevas olas de contagio.
Si el llamado de las autoridades ha sido a que la población extreme las medidas higiénico-sanitarias, la disciplina y la responsabilidad, en aras de no estropear lo que tanto sacrificio ha costado, por qué entonces lo que se extrema es el desenfreno, la algarabía y las aglomeraciones.
Unido al levantamiento de los permisos de movilidad se restableció el transporte público al 50 por ciento de su capacidad, y ya resulta común ver a las guaguas y porteadores privados desbordados de pasajeros.
Es cierto que después de tantos meses de encierro necesitamos respirar otros aires, resolver problemas que fueron aplazados, liberar energías, redireccionar los pensamientos hacia temas más placenteros para de esa forma abstraernos de tantas amarguras, pérdidas, temores, incertidumbres… pero tampoco podemos hacer de cuenta que ya pasó lo peor, pues, como dice el refrán, en la confianza está el peligro.
Las escuelas vuelven a recibir a los alumnos, ellos necesitaban de las clases presenciales, de centrarse en los estudios y que las dudas les fueran aclaradas por quienes conocen al dedillo los contenidos.
Si queremos que nuestros hijos recuperen el ritmo de la docencia y retomen la dinámica escolar, cómo es posible entonces que en los parques circundantes a los centros escolares se escuche música alta durante toda la semana. ¿Podrán esos cerebros que añoran volver a las fiestas y socializar entre amigos prestar atención a una ecuación matemática?
Vuelvo a preguntarme: ¿qué celebramos? Si el llamado es a evitar aglomeraciones y a mantener la disciplina, ¿no deben las instituciones y las autoridades correspondientes ser prudentes y establecer horarios y días adecuados para situar altavoces y música?
No es cuestión de renunciar a espacios culturales o centros gastronómicos en los que podamos volver a compartir en familia o con amigos, sino de recordar que la COVID-19 continúa entre nosotros, que no distingue edades ni sexo, que sigue siendo mortal y que el uso del nasobuco y el distanciamiento físico son todavía nuestra mejor arma.
Aún hay familias que esperan en un hospital por la recuperación de un ser querido. Otras tratan de salir adelante luego de haber sido mutiladas más de una vez. Algunos conviven con secuelas que no solo han dañado la parte física, también han trastocado el espíritu y el alma. Todo eso sin contar las vicisitudes económicas que afrontamos cada día.
En su reciente comparecencia en la televisión cubana, el primer secretario del Comité Central del Partido y presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez afirmaba que la única garantía que tenemos de mantener la situación de la COVID-19 bajo control es nuestro comportamiento, la responsabilidad que seamos capaces de compartir desde lo individual, lo familiar, lo social y lo institucional.
“Que sepamos estar a la altura del desafío que implica pasar a la nueva normalidad y que nos permita retomar la vida del país desde cada uno de nosotros, de nuestras familias, de nuestros hijos, en las condiciones actuales con seguridad y sostenibilidad”, afirmó.
Esa es la celebración que merecemos, como dijera el presidente, que sea digna del esfuerzo, de la disciplina, la participación y la contribución de la mayoría del pueblo para llegar a este momento.
Entonces no rompamos con los pies lo que tanto sacrificio ha costado construir con muchas manos y cabezas. Vayamos con paso certero abriendo el camino hacia otra normalidad. Pensemos en los ancianos que dejamos en casa, en los pequeños que intentan retomar la rutina escolar.
Honremos a quienes se mantuvieron despiertos muchos meses para que hoy estemos más inmunes. A fin de cuentas, para celebrar la vida no hacen falta excesos.