En estos días me he acordado mucho de Francisco Álvarez Rodríguez, aquel maestro sanluiseño que hoy ya no está físicamente entre nosotros, también de Digna Paulina Fernández Álvarez, de Emeria Amador Pérez y de muchos más.
Todos ellos en entrevistas que he hecho por muchos años me transmitieron cómo fueron aquellos tiempos de la Campaña de Alfabetización, una etapa de mucho optimismo y afán que jóvenes y adolescentes asumieron con la responsabilidad de adultos y supieron cumplir con la tarea.
Recuerdo que Francisco me contó que alfabetizó con solo 12 o 13 años y que la veterana Digna nos confesó con mucho orgullo que su misión fue en el barrio Arroyo Colorado, entre Los Palacios y San Diego de los Baños, allí fue responsable técnica y tuvo a su cargo a los brigadistas Conrado Benítez y a los de Patria o Muerte.
Ellos y otros muchos más testimoniaron acerca de cómo marcharon a los diferentes lugares intrincados: unos iban asustados, otros menos; para la mayoría era la primera vez que se separaban de sus familias.
En las narraciones sobre aquellos días los entrevistados cuentan sobre las condiciones en que desarrollaron su labor, de cómo tuvieron que aplatanarse a las costumbres de esas zonas y de sus relaciones con las familias que los acogieron con tanto amor.
Los alfabetizados eran gente humilde y agradecida, por eso he escuchado de sentimientos y emociones cuando comenzaron a escribir las primeras letras o pusieron sus nombres.
Escuchar las descripciones de este momento es algo hermoso, es como observar a la distancia de los años el despertar de muchas personas a la luz y al conocimiento que vendría de forma paulatina después, con los diferentes programas de Educación.
La maestra Emeria, hace unos años, contó en su casa de la avenida José Martí, en la capital pinareña, que asumió la alfabetización con solo 17 años.
Dijo que a un grupo de sus compañeras las ubicaron en las zonas montañosas, a otro en la ciudad. Incluso recordó el nombre y apellidos de las personas que enseñó a leer y escribir, quienes firmaban hasta ese momento con su dedo mojado en una almohadilla.
Fueron tiempos lindos, los muchachos de entonces supieron dejar sus nombres en la historia.
Un bosquejo por los datos de aquellos momentos nos dicen que la Educación en Cuba en la década del ‘50 del siglo pasado era deplorable, un gran porciento de la población cubana era analfabeta o semianalfabeta, y que incluso había miles de niños sin escuelas y de maestros sin trabajo.
El gobierno revolucionario en 1959 tomó medidas, entre ellas creó miles de aulas nuevas e incrementó los maestros rurales y luego marcharon los primeros alfabetizadores para llevar la educación a las zonas más apartadas del país.
Las brigadas Frank País, Conrado Benítez, Patria o Muerte cumplieron su objetivo: llegaron a sumar miles de alfabetizadores y el 22 de diciembre de 1961 culminaron exitosamente su primera fase.
De historias tristes también podemos escribir, como del asesinato del joven maestro voluntario Conrado Benítez de solo 19 años. Este fue el primer zarpazo contra la naciente Campaña de Alfabetización, sin embargo muchos cubanos dieron el paso al frente sin amedrentarse.
No obstante esta no fue la única vida que cobraron los contrarrevolucionarios, nombres de jóvenes prestigiosos como el de Manuel Ascunce Domenech y otros más pasaron por su heroísmo a la historia de Cuba.
Hoy vale la pena recordar y homenajear a todos esos muchachos algunos imberbes, niños todavía, que asumieron su mochila y la cuartilla y salieron por los montes cubanos sin miedo a la oscuridad, a los “bichos” del campo, ni a los asesinos que los asechaban para llevar no solo la luz de su farol sino la luz de la enseñanza.