No son pocas las ocasiones en que determinados temas se silencian, se convierten en tabú, o, sencillamente, se esconden bajo el tapete y se reniega a hablar de ellos por miedo o para evitar levantar “ampollas”.
A ello también se suma la politización de los mismos, que si bien existen casos que en realidad laceran un tanto, no es la gran mayoría de los tópicos.
Lo anterior, propulsado por intereses ocasionales dubitativos y esquivos de este lado de la orilla, y con objetivos perniciosos por parte de la “yunai”, solo empeoran temas puntuales y le otorgan una morbosidad mayor.
Lo digo por aquello de los robos y hurtos consecutivos a diferentes CPA, CCS y campesinos ganaderos o agropecuarios en general. Da lo mismo si se tienen cultivos varios o reses.
Y aunque el segundo de los casos sea el leitmotif de estas líneas, y presente un índice altísimo y súper alarmante por la importancia que reviste hoy para el país, las viandas también atraen a los bandidos, no le quepa duda.
Coincidirá conmigo en que el tema del hurto –en sus múltiples variantes– y el sacrificio de ganado mayor en los campos cubanos, no son de los temas más publicados ni analizados a agenda abierta en los medios de comunicación.
La otra cara de este mal escondido a conciencia, es que, en la gran mayoría de las ocasiones, cuando decidimos hacer público uno de estos fenómenos, no se le da el seguimiento necesario, ni mucho menos se conocen las sanciones a los malhechores.
Por supuesto, tampoco es que se pretenda un “amarillismo” en nuestra prensa, ni mucho menos imprimir en cada edición que a Pepe le robaron el caballo del portal, o que Carlos encontró los restos de su yunta de bueyes en la cañada; sin embargo, bien entiendo y considero que este tipo de hechos deberían visibilizarse un poco más, sobre todo, cuando el asunto no anda nada bien.
En el andar del ejercicio periodístico cotidiano, y consciente de los tiempos que corren, de forma personal he indagado sobre esto. Y ante la pregunta de ¿cómo te lleva el robo?, lo primero que asoma es la amargura en la cara del campesino, seguida de un “nos están dando duro papo, ya ni se miden”.
Diálogos y anécdotas tan espeluznantes como atrapar a los bandidos a plena luz del día cortando racimos de plátanos o salirle atrás a una araña cargada de tomates y coles. Eso para no hablar de lo que comentaba en líneas anteriores sobre el sacrificio de ganado. Cuentos de horror.
Y no es para menos, pues el no visibilizar el problema, el accionar para con este, y sus implicaciones y sanciones, de cierta forma le ha dado impunidad a quienes cometen las fechorías. Ya no se espera a la noche ni se planifica la ejecución. Es todo sobre la marcha, porque al final, no pasa nada… o al menos, eso damos a entender.
En medio de tantas necesidades, de bloqueo estadounidense y de carencia de insumos, pensemos en cuánto dolor y tragedias enfrentan nuestros campesinos luego de horas, días y meses esperando un resultado óptimo en los campos.
No es menos cierto que la vida del cubano promedio se ha visto perjudicada y encarecido en más de una esfera. Acontecen tiempos duros en los que ha proliferado la delincuencia.
Mas lo anterior no es excusa ni justificación para que individuos de baja calaña se apoderen o lucren con los bienes de un tercero.
A mi modo de ver, solo hay un camino posible: atacar el problema de raíz, pero sin orejeras ni verdades escondidas. Mano dura, severidad extrema, tajo a la impunidad, y mostrar sin miedo lo que sucede con aquellos que violan y transgreden.
Basta de reuniones absurdas en las que durante horas se dialoga, discursa y consigna sobre el “agua tibia”. Acciones y medidas concretas con un seguimiento y consiguiente escarmiento contundente es lo que se necesita.
Esta es una batalla en la que no solo se ve implicada la seguridad ciudadana de nuestros campesinos, la preservación del patrimonio ganadero o la soberanía nacional… está en juego nuestra idiosincrasia y nuestra propia existencia.
Por eso, aplausos entonces para el Sistema Informativo de la Televisión Cubana, cuando en días recientes reportara sin tapujos un juicio ejemplarizante en el que al individuo comisor de un hecho de sangre, luego de un anterior sacrificio de ganado, se le aplicara una sanción de cadena perpetua.
Tal trato y desenlace deberían constituir la regla y no la excepción. Tal vez así, conociendo por dónde andan los truenos, comenzarían a crearse un precedente y una “conciencia” entre el hampa.
Todo por un futuro menos incierto, más justo, y sobre todo, más severo contra lo mal hecho.