Todas las personas tenemos claro -o al menos la mayoría- que golpear a una mujer está mal; que violarla o asesinarla son actos repudiables. Lamentablemente, no siempre se considera agresivo que su pareja u otro hombre la manipule, la cele y controle, revise su celular y redes sociales o le diga qué ropa usar. Este tipo de comportamientos tienden a naturalizarse, se consideran inevitables, también entre los jóvenes.
Más allá de ello, muy pocos se cuestionan que a nosotras se nos eduque para ser tiernas y a los varones para ser fuertes, que se discrimine a los que no encajan en el patrón, que la mayor parte de las labores domésticas y de cuidados recaigan sobre sobre nuestros hombros, o aquella supuesta verdad sagrada de que la maternidad nos completa.
No faltan quienes culpan a las víctimas de violencia por andar solas de noche, vestirse provocativo o coquetear de más y otros tanto consideran que nos hacemos las difíciles, que a veces decimos no cuando en realidad pensamos sí. Incluso más, todavía son muchos los que aseguran que necesitamos un hombre para ir mejor por la vida o se niegan a considerar los piropos como acoso, y los defienden como herencia cultural y aliciente para nuestra autoestima.
Entonces, ¿qué pasa con todas esas actitudes menos visibles, pero igual de peligrosas, que están en la base de las violencias machistas?
Los resultados preliminares de la actualización de un estudio de imaginarios sociales juveniles acerca de la violencia contra las mujeres realizado en 2017 por el Grupo de Estudios de Juventudes, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) en colaboración con el Centro Oscar Arnulfo Romero (OAR) confirman que es necesario mirar también hacia allí.
Sobre sus principales conclusiones y algunos de los desafíos levantado, nuestra columna conversó con la socióloga María Isabel Domínguez, coordinadora de la investigación.
Imaginarios, cuatro años después
La supuesta necesidad de reconocimiento de las mujeres para elevar su autoestima, la presentación de los celos y el control como formas de amor, la validación de roles preestablecidos por sexo y la comprensión de la maternidad como máxima expresión de realización femenina fueron algunos de los imaginarios juveniles en torno a las relaciones de género, identificados por aquel primer estudio.
En aquel momento, se constató un rechazo bastante unánime a las formas de violencia contra las mujeres, pero no siempre hubo claridad de en qué consistían. Las presentaciones más evidentes, como la agresión física, la humillación y maltrato fueron descalificadas; pero otras alternativas de control como la económica y la psicológica no siempre se consideraron negativas.
Cuatro años después, algunas cosas han cambiado. Desde la perspectiva de Domínguez, en esta segunda etapa de la investigación se evidenció un aumento en la sensibilidad sobre distintas formas de expresión de las relaciones de poder patriarcales. “Hay un rechazo mayor en una buena parte de los imaginarios analizados”.
Luego de aclarar que la muestra estaba compuesta por adolescentes y jóvenes con una alta presencia de la educación superior habanera, destacó -como uno de los datos que mejor evidencia los avances de una investigación a otra- que el 81,3% de las mujeres entrevistadas no estuvieron de acuerdo con que todas debemos ser madres. El 78% de los hombres tampoco confirmó este enunciado.
Los postulados relativos a los celos, la imposición de puntos de vista y el control sobre las amistades o el uso del dinero obtuvieron un rechazo mayor que en el acercamiento previo. No obstante, reconoció, se aprecian avances desiguales entre mujeres y hombres. “No se pueden subvalorar las proporciones de los que aún las consideran normales. En varios de estos elementos, el 20% o más de los interrogados no identificaron problemas”.
En este sentido, destacó que los nuevos escenarios virtuales se convierten en otras vías para la reproducción de la violencia. El 30% de los muchachos y el 20% de las muchachas no ven un problema en este control a través de las tecnologías de la información y la comunicación (TICs). Tampoco rechazaron acciones como revisar el celular o compartir la contraseña de las redes sociales; cerca de la mitad de los varones y un 30 % de ellas opinó que si en la pareja hay confianza no está mal.
Otros imaginarios mantienen vigencia en grupos de jóvenes no tan reducidos, con más peso en varones. Destacó, por ejemplo, que el 44,7% de los hombres estuvo de acuerdo con justificar violaciones o agresiones a muchachas porque se vistan provocativamente o anden solas hasta tarde.
Según detalló la investigadora del CIPS, el reconocimiento de la violencia de género como un problema muy frecuente en Cuba alcanzó el 26,7% de la muestra, por encima del 11,7% en 2017.
Piropos, el desafío tras “las herencias”
Sobre la naturalización del acoso callejero en la sociedad cubana, la socióloga comentó que este se manifiesta de muchas formas: “desde aquellas que son menos visibilizadas, fundamentalmente el acoso callejero, hasta aquellas que constituyen manifestaciones más reconocidas no solo por las mujeres sino por los propios hombres como persecuciones, tocamientos, ciberacoso y otras”.
No obstante, una de las más controvertidas sigue siendo la expresada en los piropos, porque no siempre son vistos como agresiones. Desde la perspectiva de Domínguez, este fenómeno se ha entronizado como rasgo de la identidad cultural, se habla de ellos en canciones y poemas.
“Por tanto, cuesta mucho más que se identifiquen como acoso; que se reconozca que aún cuando no constituyan una ofensa o sean vulgares, están vulnerando la privacidad de las personas a las que se dirigen pues estas no han pedido una opinión y no tienen por qué someterse a recibir ese criterio”, explica.
La actualización de la investigación sobre imaginarios sociales juveniles confirmó que, también en este grupo etario, la percepción en torno a ellos sigue siendo un desafío. El 40% de los varones y el 22% de las mujeres coincidió con que era normal que los varones se metieran con mujeres en la calle.
Además de las proporciones numéricas, agrega la investigadora del CIPS, vale la pena analizar cómo los imaginarios de los jóvenes fundamentan la mirada de normalidad a estas acciones. Por ejemplo, aunque hay mayor consenso en torno a que las mujeres deben vestir como deseen, cuando se vincula al tema del acoso adquiere otros matices.
Varios entrevistados sostienen que cuando las mujeres usa cierto tipo de ropa, puede ser provocativo y dar pie para que los hombres “tengan la potestad de decirles lo que les da la gana”. Se sitúa en ellas la responsabilidad de evitar el acoso y las agresiones en general.
Violencia de género, más allá de lo obvio
La persistencia de todos estos estereotipos entre los más jóvenes en Cuba influye directamente en sus trayectorias estudiantiles, profesionales y, en general, sobre la vida personal. Marcan el modo en que toman decisiones con respecto a sus parejas, la superación, el ámbito laboral, la vida doméstica y la maternidad. A la larga, refuerzan el círculo vicioso de hombre proveedor y mujer dedicada al hogar. Además, suponen puntos de partida para la validación y justificación de la violencia de género en todas sus formas.
Por tanto, resulta vital continuar trabajando en las estrategias para desmontar estas conductas patriarcales. En función de ello, comenta Domínguez, es necesario implementar las normativas jurídicas y políticas públicas en las que se está traba: la Estrategia integral de prevención y atención a la violencia de género, el Programa para el Adelanto de las Mujeres y la transversalización de la perspectiva de género al sistema de leyes.
Más allá de ello, es necesario desarrollar una labor educativa que comience en la casa, la comunidad y la escuela y se extienda a diversos espacios de la comunicación.
“La investigación mostró que la televisión sigue siendo un espacio prioritario para hacer llegar mensajes de prevención y educación, pero ahora se suman las redes sociales. Hay que acercarse a las que más utilizan las personas jóvenes con mensajes atractivos que vayan desmontando estos imaginarios, con un peso fundamental en la cultura”, señala la socióloga.
En ese camino, los medios de prensa tienen gran responsabilidad. Si contribuyen a visibilizar la violencia, pueden ayudar a que las personas confirmen que existe, sepan cómo se manifiesta, sus consecuencias y reconozcan los caminos posibles para enfrentarla. Por el contrario, si no abordan correctamente estos temas, terminan reforzando estereotipos.
Resulta evidente que los desafíos en torno a la violencia de género van más allá de lo obvio. No basta con generar mecanismos para atender y prevenir sus formas más complejas, es necesario también identificar y desmontar todos esos imaginarios machistas que, aunque no siempre notemos, siguen ahí: latentes.