Casi hemos tocado fondo. La crisis energética que nos ha acontecido en las últimas semanas, e incluso, en este último mes, ha sido muy fuerte, demasiado. Por supuesto, provocado por muchos factores que en su mayoría se escapan de las manos de nuestros decisores.
Para nadie es un secreto que Cuba, y nosotros los cubanos, estamos viviendo la peor crisis energética que alguien pudiera recordar, mucho peor que la acontecida años atrás durante el llamado periodo especial.
Hemos sido testigos y observadores pasivos y silenciosos de un país a oscuras, con cortes eléctricos de más de 16 horas, con solo unos escasos momentos de luz.
Y para acotar, no solo los pinareños sufrimos de este mal, el resto de las demás provincias también tenían y tienen su propia cuota. Inclusive, La Habana posee actualmente lo suyo, y no debido a este último huracán.
Como decía líneas más arriba, la imposibilidad de acceder a hidrocarburos en el mercado internacional, provocado por un criminal bloqueo, el desfasaje tecnológico y la obsolescencia de nuestras deprimidas centrales termoeléctricas, unidas ahora a la visita de “Rafael”, ha provocado un incremento de los apagones.
Todo ello se ha traducido en incertidumbre y desesperación de cada uno de nosotros. Falta de enfriamiento de los escasos alimentos en refrigeradores y neveras, al punto de la descomposición; imposibilidad de informarse debido a móviles descargados; llantos nocturnos de nuestros infantes por el calor y los mosquitos, entre tantas otras vicisitudes, que usted conoce, nos han calado hondo.
Sin embargo –como dijera el poeta y cantautor argentino Fito Páez– “(…) yo vengo a ofrecer mi corazón (…)”. Y lo digo, precisamente, por las innumerables muestras de solidaridad vecinal de la que muchos hemos sido, tanto problema como solución.
Cocción de alimentos colectivos en fogones improvisados de leña; ventas de módulos de carbón y productos de extenso vencimiento por parte de empresas solventes a las diferentes comunidades; carga de lámparas recargables, celulares, motos eléctricas y otros, gracias a aquellos que tienen plantas eléctricas o paneles solares.
E incluso, hasta trasiegos de “buchitos” de gasolina de los perjudicados para los “pudientes” han sido parte de la solución a este problema intenso, para aliviar también los males y el descalabro económico a nivel de bolsillo.
Y es que place y se disfruta ver cómo, pese a todo lo malo de los tiempos y la dureza que han adquirido los corazones hoy día, los verdaderos colores de nuestra cubanía salen, se proyectan, iluminan vidas y espacios.
Regocija saber que, aun en medio de tantos problemas, la idiosincrasia de la bondad, la nobleza, la solidaridad intrínseca e innata que muchos quieren ver apagada, revive, crece, se multiplica en pos de un bien colectivo.
Y es que ni siquiera la más oscura de las noches, el peor de los huracanes o la más dura de las sanciones extranjeras puede apagar ese deseo de bienestar general que nos ha caracterizado.
Maravilla cómo el cubano encuentra alternativas para sobreponerse al desastre, para vencerlo. Así ha sido siempre a lo largo de nuestra historia, y supongo siga así.
Piense, querido lector, ¿qué fuera de nosotros sin el impulso humano y la solidaridad que nos mueve? ¿Qué fuera de los cubanos sin nuestra alma bondadosa y sincera? Seguramente ya hubiésemos sucumbido a males mayores.
Por ende, la fuerza, el empuje, la disposición a levantarnos y; por supuesto, la solidaridad en estos tiempos difíciles, tienen que ser pilares junto a la cooperación y el abrazo. Hoy más que nunca estos valores deben ser regla y no excepción.
Recordemos que nuestro amanecer debe ser siempre de ayuda, cooperación, aporte y unión. Solo así saldremos, como siempre, de esta crisis que hoy nos agobia.