Mucho ha dado de qué hablar dentro y fuera de la isla lo acontecido el jueves ocho de abril en el evento de rodeo efectuado con motivo de la XXIII edición de la Feria Internacional Agroindustrial Alimentaria Fiagrop 2022, cuando tuvo lugar un despreciable hecho, ejemplo de maltrato animal, frente a todos los allí presentes.
Grupos animalistas, defensores de los animales de toda Cuba, y hasta del exterior, repudiaron el suceso, sobre todo porque este es un país que aprobó recientemente las normas jurídicas que implementan la política de Bienestar Animal: el Decreto-Ley No.31/2021, de Bienestar Animal, y su reglamento, el Decreto 38/2021, normas que desarrollan la Constitución de la República de Cuba en cuanto al deber de los ciudadanos cubanos de proteger los recursos naturales, la flora y la fauna y velar por la conservación de un medioambiente sano.
En la fiesta, que constituye un rodeo, nada más lejano de divertimento que el intentar enlazar a un gato, aunque muchos defiendan la idea de que solo pretendían probar la destreza del hombre.
Después vinieron las quejas por todas partes, las denuncias y las sanciones. Mucho dice de un país la acción de implementar sus leyes, de no violarlas, de actuar pegado a lo establecido jurídicamente.
Mas el propósito nuestro no es llamar la atención sobre lo acontecido, porque este hecho de por sí mismo ya fue noticia, sino conducir a otra reflexión.
¿Cuántos casos de maltrato animal pasan desapercibidos? ¿Cuántas veces se deja de hacer una denuncia pública? ¿En cuántas ocasiones vemos en medio de la calle y hasta lamentamos acciones de este tipo y, sin embargo, no se hace o no se dice absolutamente nada?
El caso más reciente lo aprecié este mismo fin de semana, cuando un joven cayó a “palos” literalmente a un caballo que iba cuesta arriba con una carga pesada en la araña.
El muchacho, acaso un poco más animal que el propio equino, y no lo digo en tono de menosprecio, sino en el sentido de su incapacidad para percatarse de que el pobre caballo no podía, no tenía fuerzas para seguir andando, usó todo tipo de implementos para hacerlo caminar.
Primero sacó un cuero, un “chucho”, un palo… Después otro que se acercó a “ayudar” le dio par de patadas por el vientre. El animal no caminó, es que ciertamente no podía.
Solo después que más de 10 personas empujaran la araña lograron que saliera andando y en su costumbre de servir a su dueño siguió camino sin siquiera pestañear.
Algunos reclamamos al ver esto, pero el caballo era suyo, dijo, y la imagen, desde entonces, no ha salido de mi cabeza.
Otras tantas veces ha pasado, pero sin tanto drama, con los coches de caballo que transportan pasajeros. “Pero si te da los frijoles”, les he dicho, sí, pero es que es “vago”, he tenido por respuesta.
No obstante, otros cocheros cuidan a sus animales como a un miembro de la familia. Los protegen del sol, les dan comida y agua, los bañan, porque incluso, siendo para ellos el elemento esencial de su sustento, ven sobre todas las cosas, que es un ser vivo.
La política cubana de Bienestar Animal, ya está, solo resta hacerla cumplir, pero sobre todas las cosas falta conciencia en la población, esa cualidad intrínseca que debe distinguirnos como seres humanos.