Repaso una y otra vez la pregunta que encabeza esta reflexión, con la intención de hilvanar algunas ideas que ofrezcan un poco de esperanza y de alivio ante tanta desesperación y tormento que vive la gente.
Créanme, es un ejercicio intelectual complejo, porque desde que amanece pesan sobre nuestra mente discursos y realidades que conectamos con enfermos, muerte, limitación, escasez, prohibición, aislamiento, y otras asociaciones que llegan a ser perturbadoras y casi intolerables emocionalmente.
Por otra parte, tenemos una avalancha de mensajes de aliento, alternativas creadas por personas de bien para aliviar la desesperanza, acciones que refuerzan el sentido humanista de nuestro sistema que nos dice, entre líneas, “nadie está sólo”, “vamos a salir de esto”, información de primera mano, confiable y científicamente fundamentada, que nos alerta de los riesgos, formas de contagio, vías de trasmisión y cuanta duda tenga la población, ahí están los expertos para responderla.
Pero la sobresaturación por advertencia genera un efecto bumerang, y las personas, en el intento por sobrevivir al mazazo emocional de este tiempo, comienzan a descuidar lo que en principio todos teníamos claro que nos salvaba: el distanciamiento físico.
Nada, nada de esto detiene la angustia con la que algunas personas están viviendo esta etapa, nada detiene la frustración por “este tiempo perdido”, porque ya nada será igual que antes, porque se vino abajo tal proyecto, porque se quedó en la orilla y no sabe cómo ni cuándo continuar y como eso, otras vivencias muy negativas que está marcando el sentido de la vida hoy de diversas personas.
Por estos días algunos asisten al velorio de sus ilusiones, otros, en cambio, renuevan sus closets mentales y se empeñan en devolverle a esta entropía “covidiana” una energía que la anestesie, pero sobre todo, que la transforme.
Es por ello que me animo a voltear la moneda de la COVID-19 e intentar ver su otra cara, esa en la que muchos no se han detenido, ni tan siquiera imaginan que la tiene: esa otra cara que pone en evidencia las cosas positivas que tiene esta crisis sanitaria, que nos permite desplegar un ejercicio de crecimiento individual y social, y que si nos afianzamos a ella, podemos descubrir cuál es la dimensión transformadora que nos va dejando esta experiencia negativa.
Es cierto que constituye un legado histórico y cultural que las personas nos enfoquemos siempre en el malestar, en la queja, en la ausencia, en la desesperanza. Desde pequeño aprendimos a ser acríticos con lo que nos resulta habitual y a exacerbar la mirada negativa ante la carencia de algo. ¿Por qué no exploramos un nuevo modo de enfocar los efectos de la COVID-19? ¿Cómo influiría en nuestro estado emocional una mirada positiva, luminosa y alentadora de algo tan terrible como esta pandemia? ¿Acaso no podría ser este un punto de vista diferente que modificaría muchas actitudes de rechazo, intolerancia e irresponsabilidad de gran parte de la población?
En el intento por descubrir qué podría aportarnos la situación de vida actual, acudí a compartir con más de 150 amigos y colegas de Cuba y otros países una rápida asociación de ideas, en la que intentaran describir, en una palabra o frase, qué cosa positiva, es lo primero que le viene a la mente cuando escuchan COVID-19.
Las reacciones no se hicieron esperar, y más allá de los minutos que tardaron algunos en devolverme una respuesta, aludiendo a qué les resultaba difícil responder esa pregunta, hubo personas que mostraron su gratitud al ponerlos a pensar en algo que, en estos tiempos, no le pasaba por la mente que podría ser.
Así las cosas, y después de este ejercicio de cercanía afectiva para unos y de interés profesional para otros, descubro que existen tres grandes dimensiones en las que las personas enfocan sus vivencias positivas de esta etapa de la vida.
Una dimensión personal que ahonda en la posibilidad que le brinda la COVID-19 de tener más tiempo para sí mismo. Ahí aparecen frases tales como: descanso, alivio, tiempo para mí, tranquilidad, leer, oír música, dormir y una larga lista con asociaciones parecidas.
Una dimensión social que refuerza el despertar de un sentido colectivo (perdido para muchos), la vivencia de que “todos” no es la suma de las partes sino su integración y que “de nada sirve salvándome yo sino se salvan todos”. Aquí se develaron ideas que hablan a favor de la solidaridad, la cooperación, el tiempo dedicado a la familia, los amigos virtuales, la unidad y, en varios casos, los beneficios que le produce al planeta.
Una tercera dimensión resulta muy interesante, la he llamado transformacional. Esta es una perspectiva que se erige como el verdadero motor del cambio individual y social que nos puede legar esta crisis, un pensamiento que visualiza un futuro necesariamente reordenado en una nueva dimensión, más justa y necesaria.
Esta perspectiva refuerza un aquí y ahora con mucha vitalidad para algunos, se resetean las relaciones interpersonales, se establecen prioridades que apuestan por un bienestar más humano y menos material, se fortalece una espiritualidad que constituye los cimientos de una nueva estructura social más sólida e imperecedera.
Las personas han descubierto una nueva compañía, la de sí mismo, han virado su mundo interior al revés y lo han hecho renacer con más fuerza. La COVID-19 ha significado, para muchos, un tiempo genuino de autorreflexión, reingeniería personal, revelación, autodescubrimiento y hasta un poema.
Esta crisis mundial nos dejará muchas lecciones. Algunos se aferrarán a las pérdidas, otros, en cambio, ampliarán el rango de percepción para incluir nuevas posibilidades para la transformación.
Ensanchar el alma en tiempos de COVID-19 es cambiar el lente con el que miramos la vida hoy, entenderla como creación propia, armonía y evolución, es desplegar nuestro pensamiento creativo hacia una nueva realidad personal y social más productiva y humanista.