El nombre de Cayambí hizo llorar a Sonia Marrero Rosete. En esta zona del municipio de San Luis transcurrió su niñez.
“Éramos muy pobres”, confiesa. “No teníamos corriente ni comodidades de ningún tipo. Estudié en la escuelita Ormani Arenado”.
Así comienza esta maestra, con 36 años de experiencia, a contarnos la historia de su vida.
“Me crie con mucha alegría, mis padres (ya fallecidos) eran muy buenos con nosotros. En esa zona nos enseñaban con tremenda educación y nobleza porque todos éramos iguales. Era un barrio de campesinos, que nos queríamos como familia”.
Se acuerda del piso de tierra y las casitas de tablas y guano, sin carretera y sin guaguas…
“Recuerdo esta etapa con mucha añoranza y el pecho se me aprieta cuando hablo de ese lugar. Éramos cuatro hermanos y todos somos profesionales, mis padres nos inculcaron que teníamos que estudiar.
“En la secundaria íbamos de Cayambí a Las Palizadas a pie sin zapatos. Sin embargo, con esa entereza, dedicación y entusiasmo siempre caminábamos hacia la escuela.
“Nos albergamos, y mi mamá con cuatro niños, imagínese cómo era eso. Ella nos iba a ver los fines de semana, porque salíamos de pase cada 15 días”.
Luego les llegaron las carreras, y ella cogió la escuela formadora de círculos infantiles, en la cual ingresó, y después la pasaron para la pedagógica.
UNA VIDA POR DELANTE
Una vez graduada de maestra, Sonia trabajó 30 años en la escuela del kilómetro 13 de la carretera a La Coloma, y luego por problemas de enfermedad de su mamá se trasladó a la Pepito Tey, en el kilómetro 14, y en este centro la encontramos, mientras ayudaba en la recuperación de la instalación para el inicio del nuevo curso escolar.
Sonia fue una de las maestras que sufrió al ver su centro destruido luego del paso de Ian, de las que sintió la preocupación de cómo continuarían las clases, pero también de las que vivió la experiencia de impartir los contenidos a sus niños de tercer grado en una casa de familia.
Esta mujer, que nada más uno la escucha hablar se percata de que es sentimiento puro, siente gran amor por sus profesión, por sus alumnos y por su colectivo de trabajo.
“Me encantan los niños de la enseñanza Primaria, son nobles, y unos los va a acostumbrando a uno. Son muchachos de campo, sin malicia; ellos se ganan el cariño, por eso los abrazo y beso; aunque hay veces que los regaño un poco, pero al final nada, porque no son rencorosos. Al rato se les olvidó que les llamaste la atención.
“Me gusta jugar con ellos, enseñarles cosas nuevas. Los alumnos de Primaria son muy respetuosos, y ven al maestro como el Dios del aula, pero aparte de eso uno tiene que implantar respeto siempre.
“Me gusta que cuando les explico alguna asignatura, ellos se quedan todos atendiendo, y yo me digo: ‘¡Ay Dios mío!”’.
DE CUANDO SABES QUE ERES MAESTRA DE VERDAD
Con mucho asombro, todavía a los casi 40 años de ejercer el magisterio, Sonia nos habló de su mejor experiencia en los años de maestra, de lo que sintió al darle clases a niños de primer grado.
“Eso fue muy bonito, al final del curso me dije: ‘Yo soy maestra’. Porque los vi entrar sin saber nada, y los enseñé a leer y a escribir. En serio, hasta que no das clases a niños de primer grado, no sabes en realidad que eres una maestra de verdad.
“Fue un grupo de 20 estudiantes que cogí sin saber nada, y al final los ves leyendo y escribiendo, y es cuando se siente el verdadero orgullo por esta noble profesión”.
Siguen las lágrimas en los ojos de Sonia que se mezclan con las risas y con el mirar a algunos de sus alumnos que andan por los alrededores.
De la historia de sus padres y de sus enseñanzas aprendió que tenía que trabajar duro para ser independiente. Por eso dedica gran parte de su tiempo a estudiar y a prepararse.
No por dar clases en Primaria puede confiarse, ya que es de las que piensa que los estudiantes merecen respeto y lo mejor.
“Hay niños en esta enseñanza que te hacen cada preguntas, por lo que el maestro tiene que estar muy preparado para dar la respuesta correcta en el momento preciso, por eso me preparo y me documento bien.
“Hay veces que no nos la sabemos todas, y tenemos que preguntar, leer y buscar, porque en los libros está casi todo”.
SER INDEPENDIENTE
De sus padres aprendió que tenía que trabajar para tener lo suyo. Ver la historia de ellos la hizo crecerse cada día, por eso se esfuerza para luchar y ser independiente.
Disfruta de su profesión, enseña los contenidos y también siembra en sus alumnos el amor hacia los demás.
“Me encanta ser maestra, disfruto dar clases y ver cómo aprenden, puedo apreciar el fruto de lo que hago y de mi trabajo, y eso me reconforta.
“Siempre me digo que escogí la profesión correcta, creo que tomaría la misma decisión otra vez”.
Y allí la dejamos, con sus libros y sus tizas, pero sobre todo con esas ansias de enseñar; las mismas que le hicieron atreverse a preguntarle al Presidente de Cuba, luego del paso del huracán Ian por la provincia, al ver su escuela destruida, que cómo continuarían las clases.