Al parecer el tema de la COVID-19 ha perdido frecuencia en las conversaciones de los cubanos, o en otras palabras: se le ha ido perdiendo el miedo a una enfermedad que tiene en jaque al mundo en los últimos 15 meses.
El lunes 14 se reportaban en el país 1 537 nuevos casos, una cifra más que alarmante pues fue un nuevo récord negativo desde el inicio de la pandemia en Cuba. Además, hubo ocho fallecidos.
En ese sentido es válido aclarar que la COVID-19 sigue siendo el mayor reto actual para Cuba, aunque ya se lleve más de un año de pandemia y haya empezado el proceso de vacunación en varios sectores de la población.
Precisamente, en este momento es más necesario que nunca cuidarse y seguir el protocolo que tanto han informado las principales autoridades cubanas por los medios de difusión y, que por su importancia, es un contenido habitual en los trabajos periodísticos.
He oído a no pocas personas quejarse del tiempo que estuvieron aislados, de la demora de los PCR y de aquel individuo que los dio como contacto, pero para ahorrarse tales contratiempos es imprescindible extremar las medidas ante una enfermedad de fácil contagio.
Y qué añadir de la letalidad de las nuevas cepas que circulan en varias provincias del país, de las cuales tanto se ha advertido y que no pocas muertes provocan en familias cubanas; además, sus víctimas fatales pueden ser, por igual, los más jóvenes o los más viejos de casa.
Ante tal contexto, es necesario mantener una disciplina para evitar rebrotes de la enfermedad, que pueden destruir el trabajo profiláctico de meses en cualquier consejo popular, municipio o provincia, e iniciar una escalada de cifras negativas, estadísticas de las cuales tenemos más de una razón para temer.
Otra dolorosa realidad es que cada vez son más los jóvenes, principalmente los menores de 20 aós, que se contagian por asumir conductas irresponsables, una sensible realidad que hay que saber superar, siempre con el apoyo de la familia y con una mayor rigurosidad en las pesquisas.
Por otra parte, es de suma importancia aumentar la profundidad y calidad de las pesquisas y no caer en formalidades, pues estas tienen que cumplir su objetivo supremo: lograr con la mayor rapidez la detección de casos, para disminuir los riesgos de propagación en la población.
Este llamado lo hizo el primer ministro, Manuel Marrero Cruz, hace solo unos días, al advertir que las pesquisas deben tener un protagonismo en la lucha contra la pandemia en Cuba, y que su mal realización es un peligro potencial para el país en la actualidad.
En medio de este contexto es cada vez más importante proclamar que la pandemia es una realidad, no solo en Cuba, y que todavía es tan peligrosa como antes. De eso, amigo lector, usted no tenga dudas.