Para nadie es un secreto que desde hace algún tiempo estamos viviendo ese tiempo de tecnologías futuristas del que habló en alguna ocasión nuestro Comandante en Jefe.
Si pensamos en ello, innumerables serían los sectores, las ramas y las diferentes aplicaciones que se adoptan, aplican y gestionan en la actualidad al interior de la isla.
Sin embargo, a simple modo de ver, quizás la principal evidencia de ello esté en lo que se refiere a la informatización de, y para la sociedad, pues gracias a ella Cuba ha escalado bastantes escaños a nivel mundial.
“No van lejos los de adelante si los de atrás corren bien”, diría el refrán, y pudiera ser hasta cierto punto creíble.
Y digo esto, pues todo no es color de rosa, y mucho se dista en estos momentos del idealismo tecnológico soñado para facilitarnos la calidad de vida de forma paulatina.
Llegados a este punto me gustaría detenerme en el apartado del comercio digital, también llamado comercio electrónico. Del cual se presume sobremanera hoy día.
Por supuesto, como todo en la “viña del señor” tiene sus pros y sus contras, sus seguidores y detractores, sus luces y sus sombras; y aunque admito que facilitan mucho el día a día, las segundas caras del asunto ganan protagonismo en la actualidad.
Mencionemos por ejemplo los POS, estos “divinos” electrónicos que nos “permiten” el pago de cualquier artículo que compremos mediante el uso de las tarjetas magnéticas nacionales e internacionales.
Aclaremos algo: de acuerdo con los altos especialistas no hay justificación para que estos no funcionen correctamente. ¿Será verdad?
Y es que cuando “no están rotos los andan buscando” como dice el refranero popular.
Ante la espera preguntarías consternado “¿Algún problema señorita?”. ¿Problemas? Cientos. Que si la tarjeta no pasó, que si se pasó muchas veces y hay que esperar, que si se ha introducido varias veces en los cajeros, que si no hay conexión. ¡Hurra… ya cayó!… casi una hora después.
Ciertamente, también puede toparse usted con la mala suerte del momento, un momento de capricho en el que el dichoso aparatico, o el banco en cuestión, le rebajan de más al final de su compra total.
Todo lo anterior es una verdadera hecatombe si se piensa en las reclamaciones, tiempos estimados de devoluciones, palpitaciones y dolores de cabeza, entre otros.
Existen incluso anécdotas a modo de leyendas urbanas que hay a quienes los POS le han sobrepasado su capacidad de compra, debido al desconocimiento del saldo en las tarjetas por parte de los usuarios, y como resultado quedan debiendo de forma retroactiva. Dinero que entre a la tarjeta dinero que automáticamente se extrae hasta saldar el débito.
Y qué decir de Trasfermovil, producto estrella del comercio electrónico luego de las tantísimas fallas y violaciones de seguridad de EnZona, plataforma última por la que se apostó en primera instancia.
Solo un ejemplo, ante la inexistencia de cajeros operando con la moneda suficiente y las extensas colas en los bancos, so turno de ticket respectivo, un amigo intentó transferir cierto monto contra moneda física entregada a mano. Típico intercambio de estos días.
Resumen corto: transfirió el monto acordado contra el referido dinero físico, incluso con mensaje de confirmación de por medio. “Consultar saldo del benefactor”: saldo rebajado. Horas más tarde la tarjeta del receptor ni por enterada. Ante la duda tras marcar nuevamente la consulta, cuál sería la sorpresa, que el dinero había regresado nuevamente a su cuenta original.
Muchos son los factores que deberán sortearse en este universo informático si queremos triunfar en nuestra informatización para la sociedad, pues sin duda alguna es la ventana al futuro.
Por ello, y sin pensar en posibles “ventajas” de por medio, algunos como mi amigo –a quien le ocurrió algo similar al saldo de débito retroactivo–, ahora piensa como la vaquita Pijirigua, al tiempo que en cuestiones tecnológicas, por el momento y mientras pueda, prefiere pasar colas que acaloramientos.