No son pocos los criterios esgrimidos por ustedes –y también por los del lado de acá– sobre la programación diaria, o en su defecto, sobre la parrilla de entretenimiento y formación educativa de la Televisión Cubana.
Los comentarios y la vox populi indican un desacierto total en los temas a tratar o puestos a consideración en los diferentes espacios de horarios estelares. Sin importar el canal que se visualice ni los días de la semana, las distintas carteleras dejan mucho que desear al televidente promedio.
Y es cierto, un breve sondeo diario a modo de experimento, lo dejará con un “dolor de ojos” y una mente turbada por tanto programa chatarra y falta de equilibrio narrativo.
De forma personal, he escuchado frases tan acérrimas como “en mi casa ya no se ve el televisor, total, para lo que ponen”, mientras que otros aseguran que en muchas ocasiones lo utilizan como radio para sentirse acompañados.
Y si bien lo anterior tiene un basamento empírico, hay un espacio que aún resiste –con peros– el paso del tiempo, los cambios de horario, y por qué no, los desatinos de directores y guionistas.
Sí, estoy hablando de la novela cubana, esa que tanto gusta y se espera en las noches; esa que se cuela y provoca intercambios, lo mismo en la cola del pan que hasta en esa barbería donde prima el deporte nacional.
Sin embargo, a pesar de que se ha ido ganando en calidad, aún dista mucho de lo que quieren y esperan nuestros noveleros más asiduos. Asuntos relativos al casting, la dirección de actores, locaciones y escenografías, y sobre todo el guión y las propias interpretaciones, se ponen hoy en la picota.
Lo cierto es que en los últimos años, este espacio nos ha dado una de cal y otra de arena. Tal pareciera que “nos toca” una buena y una mala… o dos.
En el caso de la última propuesta –si me preguntaran y sin ser especialista–, diría que faltó tacto y chispa a la hora de desentrelazar los conflictos y desarrollar las subtramas, no hablaremos ya de la extensión innecesaria, mucho menos de las actuaciones que, salvo excepciones puntuales, dejaron mucho que desear.
A criterio del escriba, este espacio debe buscar siempre el punto artístico colindante con la realidad transversal del cubano promedio, claro, sin las típicas concesiones al facilismo expresivo.
Incluso, sin perder elementos narrativos y estéticos, debería pensarse más en las realidades, los pensamientos, las añoranzas, y por supuesto, las luchas diarias.
Que nadie ose dudar que una buena historia de amor/odio pueda nacer en medio de las más intrincadas y sórdidas realidades. De hecho, pregúntese usted mismo, amigo lector, pues en ocasiones demasiada “fresa” aburre.
Hacer una telenovela en la Cuba de hoy pasa por desafíos inmensos, lo sabemos todos.
Y sí, podemos tener carencias de todo tipo, pero no creo sea el caso de quienes escriban y quienes interpreten. Pues de estos dos últimos, ejemplos sobrados de talento tenemos sin recurrir a “los mismos” ni a las “vacas sagradas”.
El fiel espectador novelero merece enajenarse, soñar, volar, ser cautivo de la historia visual; pero para ello no podemos sucumbir a la repetición de fórmulas o soluciones y arquetipos manidos.
Un profesor y colega muy sabio decía que necesitamos una televisión entretenida y culta, capaz de estremecer emociones, favorecer y promover la controversia y las actitudes críticas en los públicos por igual.
Una novela que se parezca más a su tiempo, a nuestra gente, a nuestros conflictos internos y a nuestras guerras y demonios externos sería bien recibida y agradecida en extremo.
No cansarse en el estudio constante de los públicos y en el análisis discursivo de ambos lenguajes –el de dentro de la pantalla y el de tras los lentes– será siempre la mejor manera de hacer, de presentar y de llegar a ese punto anhelado que todos los noveleros desean.
Por lo pronto, esperemos que Sábados de gloria le haga honor a su título para las noches de lunes, miércoles y viernes.