“El destino no lo puedes planificar. La naturaleza te pone y te quita como si fuéramos piezas de ajedrez. Donde quiera que uno esté hay que trabajar. La vida se compone de eso, de trabajo”.
Con esas palabras me despide Juan Lazo González, luego de casi una hora de diálogo en el Cementerio Metropolitano de Pinar del Río. Hablar de su día a día no es algo que haga con frecuencia, pocas veces alguien se muestra interesado por el oficio que realiza hace más de 13 años.
Víctima de estereotipos, creencias populares y hasta rechazo, él, como muchos otros sepultureros, aprenden también a lidiar con la muerte y a realizar una labor que nadie sueña y de la cual todos necesitan.
RESPETAR LA MUERTE Y LA VIDA
-¿Qué no le debe faltar a un sepulturero?
“Lo primero es la humanidad, después, hacer su trabajo con amor. Eso vale para cualquier oficio o profesión.
“Siempre trabajé fuera de la provincia en la construcción de hoteles, centros turísticos y hospitales. Mis padres se encargaban de la crianza de mis dos hijos, hasta que mi mamá falleció y tuve que regresar para encargarme de ellos y apoyar a mi papá.
“Como vivo solo a 10 minutos del cementerio y había plaza vacante vine a trabajar aquí. Le digo la verdad, a veces me encuentro personas en la calle que me conocían de antes y me dicen: ‘Juan, pero que bajo has caído, ¿tú de sepulturero?”’.
Sin embargo, lo que al principio pudo ser difícil hasta para él mismo, hoy es agua pasada, y asegura que todo es cuestión de adaptación, a pesar de lo que muchas veces tiene que enfrentar, especialmente en el trato con los vivos.
“Hasta en el barrio tienes que lidiar con el rechazo, incluso, tenemos que limitarnos cuando vamos a comprar algo, porque te dicen ‘no te pegues’. Unos lo hacen por creencias religiosas, por temor a enfermarse de algo, otros por pura discriminación.
“Me atrevo a asegurar que casi el 90 por ciento de la población no valora nuestro trabajo. Cuando un doliente viene a enterrar a un ser querido, muchas veces está alterado, enajenado, y en ocasiones es hasta grosero, pero quien trabaja directo con la población tiene que tener mucho tacto, paciencia.
“A veces nos faltan el respeto, nos tratan mal, entonces tenemos que estar psicológicamente preparados para eso. Siempre trato de que cuando una familia salga de aquí se sienta, al menos, reconfortada de que hicimos bien nuestro trabajo”.
A Juan no le incomoda hablar de la realidad que vive cada día. “Pueden preguntar lo que quieran, sin pena”. Aclara con la voz firme, pero la mirada noble, matizada por el extraño brillo de las lágrimas cuando se niegan a salir.
“Para mucha gente, los sepultureros somos personas de bajo nivel, con problemas mentales, alcohólicos. Voy para 57 años y nunca he fumado ni tomado, en realidad odio la bebida. Y cuando me preguntan cómo es que puedo trabajar en el cementerio, la respuesta siempre es la misma: este es un trabajo normal, tan importante como otro cualquiera, y aquí me siento bien.
“Lo que más afecta es el salario, porque con 2 400 pesos, y como está la economía, no alcanza. Otra cosa, aquí nos jugamos la vida constantemente, porque estamos expuestos a todas las bacterias que puedan existir.
“A la hora de hacer una inhumación o una exhumación, hay que meterse en la bóveda, y aunque nos protegemos, corremos el riesgo de infectarnos de cualquier cosa y llevarla a nuestras casas. Eso nadie lo valora. Creo que necesitamos una dieta reforzada, pues cada día tenemos que levantar entre siete u ocho de esas tapas que pesan mil y pico de libras.
“Por otra parte, trabajamos constantemente con fetidez, y cuando eso se te pega traspasa el nasobuco, la ropa, todo. Es nuestro trabajo, y tenemos que hacerlo, pero la salud también hay que cuidarla.
“Usted me ve así, pero cuando yo llego a mi casa que me baño y me visto, ni siquiera imagina donde trabajo. Somos personas normales”.
ADAPTARSE A LO ¿NATURAL?
-¿Y qué cree usted de la muerte, Juan?
“Es tan natural como nacer. Así fuimos concebidos, lo mejor que tiene es que es justa y pareja, es para todos. Fíjese, las personas cuando viven bien económicamente y con salud, le tienen miedo a la muerte; sin embargo, cuando alguien está enfermo y sufriendo, la aclama, la necesita. Entonces es también un alivio”.
La etapa de la Covid-19 ha sido, quizás, el tiempo más difícil que tuvo que vivir en los 13 años que lleva como sepulturero. Los enterramientos en horarios nocturnos y el peligro de enfermarse marcaron aquellos días aciagos que tanto calaron en la sociedad.
“Fue muy duro. Había días en los que no habíamos terminado un entierro y ya estaba entrando el otro carro. Yo hasta me contagié, por un descuido aquí mismo. Eran jornadas de estar desde por la mañana hasta las 10 de la noche haciendo enterramientos. Pero era mi trabajo, si no lo hago, quién lo va a hacer. Lo peor fue que infecté a todos en mi casa, y lo que más me dolió fue contagiar a mi nieto de dos años. Afortunadamente salimos ilesos y continué trabajando después de aquello.
“Hay quienes dicen que no tenemos sentimientos, y no es así, pero no puedes cogerte el dolor de todo el mundo como si fuera tuyo, porque no tendrías vida. Por duro que parezca, uno termina aprendiendo a lidiar con la muerte. No obstante, aunque estemos adaptados, siempre hay que mostrar respeto”.
Aunque asegura que es ateo, Juan está convencido de que existe algo después de la muerte, y así lo ha sentido muchas veces cuando se encuentra solo junto a alguna bóveda.
“No creo en nada, no tengo religión. Soy militante del Partido, y en lo único que creo es en la Revolución y en mi país. Pero sé que existe el espíritu del cadáver, y me gustaría poder verlo algún día.
“A menudo siento algo, una presencia al lado mío. Me ha pasado infinidad de veces cuando estoy solo en una bóveda. Hay muchas teorías, historias, y hasta la ciencia ha hablado del tema. Dicen que lo que llega a este lugar es lo material, que el espíritu lo que hace es vagar, que viene y luego se va. Te confieso que no he sentido miedo jamás, ya hasta me parece normal”.
TODO ESTÁ EN EL DESTINO
-¿A usted le gusta su trabajo?
“Son tantos años que ya le he cogido amor. Además, estoy cerca de mi casa, en 10 minutos estoy ahí. Puede resultar un trabajo triste, pero ya estoy acostumbrado. Y siempre hay quien lo agradece, se siente en la forma en que se expresan.
Juan también trabaja en una vega que tiene su esposa en Briones. A veces sale del cementerio a las cinco de la tarde, va para su casa y, luego de bañarse, coge una guagua hasta Marcos Vázquez. Después de trabajar un día entero en la tierra regresa a sus labores en el camposanto.
“Mientras tenga salud y fuerzas lo hago. Eso me permite vivir mejor económicamente. No le temo al trabajo”.
Entonces hablamos de sueños cumplidos, de pasiones, preferencias, de lo que más disfruta hacer, como nos pasa a todos.
“Le puedo decir que ya cumplí uno de mis sueños, y fue cuando le estreché la mano a Fidel en el año ‘89. Trabajaba en el hospital de medicina tropical Pedro Kourí (IPK) y él fue a visitarlo junto a Gorbachov. Fidel fue el gran arquitecto de este país. Sentí su muerte como la de mi padre, aún la siento”.
Cuando Juan terminó el 12 grado no pudo seguir estudiando; sin embargo, ha pasado toda su vida tratando de adquirir conocimientos. Sorprende escucharlo hablar de la cantidad de habitantes que hay en los Estados Unidos o la extensión territorial de Rusia.
“Me gusta mucho leer, a veces son las dos o las tres de la mañana y estoy leyendo. Pero igualmente veo todos los programas de ciencia y de política. Me encanta debatir, con cualquiera, el más preparado, el más estudiado, y siempre para tratar de aprender.
“Nunca pensé que iba a ser sepulturero, pero el destino no lo puedes planificar. Aquí estoy, y me siento orgulloso de mi trabajo”.