Había una vez, en tiempo muy lejano, casi ya olvidado, en medio de un bosque de árboles grandes, cuyos terrenos pertenecían a un reino mágico, con hadas, duendes y dragones, vivía un leñador.
Él no poseía poderes sobrenaturales, de origen humilde, pero con grandes expectativas que lo llevarían a desandar caminos, que al inicio de esta historia jamás imaginó.
Su nombre era Fulano, tenía una edad madura, y su vida consistía en levantarse de la cama, beber el café que su esposa preparaba, tomar el hacha, cortar los troncos que estuvieran listos para llevarlos hasta el carpintero que los convertiría en arte.
Después gastaba el resto de las horas leyendo, por lo que es correcto asegurar que pese a no entrar en la categoría de “culto”, poseía una inteligencia promedio, acorde con su posición en este mundo.
Pero un día, mientras cargaba la carreta con la madera hasta lo que él conocía como el destino final, descubre que el fabricante estaba enfermo, por lo que entonces tendría que llevarla hasta el palacio, donde los obreros de la realeza se harían cargo.
Si bien al principio se sorprendió y creyó no ser lo suficiente para traspasar las puertas del castillo que toda su vida admiró de lejos, decidió que era una oportunidad que no podía dejar, mientras, imaginó el brillo en los ojos de su familia cuando contara tales andanzas.
Resuelto y decidido partió rumbo a lo que en aquel momento era un lugar casi desconocido. Al llegar, se sorprendió con los lujos; la majestuosidad de la arquitectura lo dejó absorto al pensar lo feliz que debía ser vivir allí.
Un grito lo sacó de su limbo, recordando cuál era su misión. Cuando se paró frente al hombre que debía recibir la mercancía, se da cuenta que era un hombre más joven que él con ganas de hacer, pero sin mucha gente que lo ayudara, y ante la invitación que le hizo el muchacho, se quedó para colaborar, lo hizo tan bien, que le pidieron que regresara.
Así, de a poco, y con su trabajo, dejó de ser el que hacía los cortes en medio de la maleza, se convirtió en un trabajador de los reyes, por lo que sus ingresos aumentaron, su estatus cambió.
Fulano había alcanzado parte de lo que siempre soñó, incluso más, se corregía él mismo a veces, todo gracias a aquel que lo invitara a entrar, solicitara su colaboración y le mostrará los cómo de lo que allí hacían.
No obstante, hasta la belleza aburre. Después de unos años, ya esto no le era suficiente, y al tener claridad de que exceder su posición social nuevamente le sería imposible, decidió que se proclamaría en condición de indispensable, limitando su tarea a decir lo que los otros tenían que hacer y establecer su criterio como el único capaz de validar.
El camino que encontró fue hablar mal de sus compañeros, desacreditar la obra que hacían, mientras escuchaba sus argumentos en que un hada del palacio con quien tenía afinidad, le revelaba la verdad solo a él.
Por un tiempo creyó seguro su plan, hasta que la mentira se deshizo y entonces no quedó otra opción que asumir las culpas, marchar con la vergüenza y la lección.
Lamentablemente hoy existen muchos Fulanos, regados por diversos rincones, desafiando la lógica, la lealtad, tan desesperados que proclaman revelaciones divinas para justificar sus fechorías.
Parte del problema está en las opiniones, los señalamientos, las “críticas constructivas” que casi siempre vienen de boca de los que menos hacen y asumen que su mera presencia es razón suficiente para ser escuchados.
La realidad del ahora demanda un montón de cosas, que incluso 60 líneas son insuficientes; no obstante, ser respetuosos y consecuentes, definitivamente está en el top cinco de las que hay que priorizar.
No creo en los que se paran a cuestionar con el amparo de una visa; en los que promueven acciones, que en tierras que ahora le son foráneas, jamás se atrevieron a pensar; en los jefes que piden austeridad con el tanque de su carro lleno; en los que se quejan de un sacrificio que no entienden, ni cumplen, esos, son parte del problema, y lo que se requiere son soluciones.