No había cumplido Ramón García Rodríguez 18 años cuando escuchó, en la esquina habanera de 23 y 12, la proclamación del carácter socialista de la Revolución Cubana. A su corta edad tenía noción de la trascendencia de ese momento que no desaparece de su memoria octogenaria.
Los ataques a Ciudad Libertad, preámbulo de lo acontecido en Girón en abril de 1961, sorprendieron a Ramón como cuartelero, mientras su batería de artillería hacía prácticas aquí en Pinar del Río.
“De inmediato nos indicaron defender el lugar y preparar las condiciones. Teníamos un ‘cuatro bocas’ para hacer frente a la aviación. Al amanecer estaban los muertos, entre ellos, Eduardo García Delgado, que era el político de mi batería”, así recuerda este hombre los primeros años de la Revolución.
Cuando triunfó el primero de enero del ‘59, Ramón, muy joven aún, estaba cogiendo tabaco bajo un tapado en una finca ubicada en Calientes. Oriundo de Sumidero, sabía lo que era pasar trabajo junto a su numerosa familia. Paredes de yagua y techo de guano servían de hogar a sus padres y hermanos, “gente seria”, diría él mismo, lo suficiente como para que guardaran en su casa las armas de las Milicias.
Al llamado de Fidel para el primer curso de artillería respondió el muchacho, hecho que lo puso en Ciudad Libertad la noche del bombardeo. Después integró la batería de cañones de Cayo Largo del Sur, bajo las órdenes de Vitalio Acuña, y unos meses después en la Loma del Esperón con Leopoldo Cintra Frías.
En 1968 se desmovilizó, pues su padre había sido víctima de un accidente y lo necesitaban en Pinar del Río. Antes trabajó también en el Cordón de La Habana, un proyecto que se encargaría de desbrozar la parte sur de la ciudad para desarrollar la agricultura.
En cada uno de esos lugares y misiones Ramón condujo algún que otro equipo automotor, un yipe, un camión. En Sumidero había aprendido a manejar un tractor, y eso de saber estar detrás de un timón le sirvió para toda la vida.
“De regreso a Pinar, estuve por Guane al frente de una guagua, labor que desempeñé casi un año, hasta que me localizan desde la FMC para que sirviera de chofer. En 1972 asumí el puesto de jefe de Transporte del Instituto de la Infancia en la provincia, que dirigía Georgina Leyva Pagán, ahí estuve hasta el ‘75”.
LAS DOS MISIONES EN ANGOLA
“Una fue militar y la otra como civil. De esos años recuerdo siempre que mi hija nació estando yo allá, la pude ver muchos meses después”.
De su tiempo en tierra africana resalta que era parte de un batallón de infantería motorizada, por lo que se movían de un lugar a otro constantemente, y en más de una ocasión hubo que hacerle frente al enemigo, como aquella vez que, de camino a Luanda, saliendo de Mossamedes, antes de llegar a Nueva Lisboa (Huambo), las tropas de la Unita abrieron fuego contra la retaguardia y tres soldados angolanos perdieron la vida.
“Mientras preparaba el armamento, rememora, específicamente un ‘cuatro bocas’, arma que era muy utilizada en la guerra, viene un ‘Mayor’ y pregunta por mí para que me presentara ante la jefatura de la misión.
“Cuando llego hasta allí me informan que ya no formaría parte de la misión militar, sino que sería chofer escolta de la compañera Aracelys Careaga, jefa de la compañía FMC-FAR, colaboradora de Vilma Espín y quien asesoraba por la FMC a la Organización de Mujeres Angoleñas (OMA).
“Empezaba así para mí una tarea no menos importante, pero antes de cumplirla pude venir de vacaciones a Cuba. Un año estuve en ese puesto de trabajo hasta que regresé definitivamente a la Patria”.
DE NUEVO EN CUBA
Una vez en Cuba, el Instituto de la Infancia ya funcionaba integrado a Educación. “Me fui como chofer para la escuela de educadoras de círculos infantiles y en 1980 me llaman de la Universidad, más de 20 años estuve allí, muchos años como jefe de Transporte, después manejaba una guagua grande de 55 puestos que tenía la UPR, y en varias ocasiones servía de chofer a los rectores, que por cierto, los conocí a todos, desde el primero hasta el que está hoy.
“Y no me puedo quejar», asegura Ramón, en la UPR me asignaron una moto, después un carro y hasta un viaje de un mes y medio a la Unión Soviética con un acompañante. Mi esposa le cedió el puesto a una hermana mía para que pudiera ver a su hijo que estudiaba allá. ¡Y mire usted, allá también manejé! Cuando yo lo digo, he manejado en tres continentes y jamás he tenido un accidente con responsabilidad, cuando estuve en uno, no iba detrás del timón”.
Ramón ya tiene 80 años. A su edad maneja un triciclo, anda con mochila y casco en mano cual joven cualquiera. Formó una linda familia, vive orgulloso de sus hijos y nietos, y se mantiene activo y en carretera.
Por cinco años estuvo al frente de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana (ACRC) en el consejo popular Hermanos Barcón, y carga, si es preciso, con varias medallas, diplomas y documentación que avalan su trayectoria.
Hay hombres por ahí que cuentan la historia, esa que, en libros, a veces nos parece lejana, y que para ellos no es más que la cronología de sus años vividos. Quizás mañana sirva de chofer a cualquier pinareño en su moderno triciclo, y no sabrá el cliente jamás que va al lado de alguien que toda su vida ha servido a la Patria.