Me atrevería a asegurar que muchos ignoran lo que es la Anestesiología y Reanimación, es recurrente ver que en cualquier familia a diario ocurre un fenómeno operatorio y la interrogante que siempre se impone es ¿quién te operó?, rara vez dicen ¿quién te dio la anestesia? De ahí que estos médicos casi pasan desapercibidos cuando en realidad son el punto de partida para contar después un final feliz.
Solo pensemos que cada anestésico proporcionado es un depresor del corazón, la cuestión es reanimar al paciente después de haberlo anestesiado, por lo tanto, los anestesiólogos son los que tienen en sus manos lo más importante, reconocerles y admirarles es prácticamente obligatorio.
EL PRINCIPIO DE UNA VIDA AL SERVICIO DE LA SALUD
Miguel Liván Sánchez Martín es uno de los anestesiólogos que brindan asistencia en nuestra provincia Pinar del Río, en la entrevista que le concediera a este equipo de reporteros se presentó, no como el responsable de tantos cargos, sino como el hombre sencillo y modesto que ya habían asegurado sus propios pacientes, “soy fruto de aquí, llevo 30 años graduado de médico, mi trayectoria es común, la de cualquier pinareño”.
Culminó estudios de pregrado en 1993 y sus primeros pasos los dio en un consultorio médico ubicado en la comunidad de San Vicente en el kilómetro cinco de la carretera a La Coloma, allí estuvo durante un lustro completo alternando la atención primaria de salud con el estudio y la auto preparación para iniciar la especialidad que anheló.
“Siempre quise ser anestesiólogo, desde cuarto año de la carrera, no me incliné por otra”. Fue cuando llegó como residente, en septiembre del ´98 al Hospital Provincial “Abel Santamaría Cuadrado”, ya como especialista en Medicina General Integral (MGI) formado en el Policlínico “Pedro Borrás” del municipio cabecera.
En el 2002 había culminado sus cuatro años de especialidad y desde ese momento permanece a la orden de su otra casa, el hospital Abel Santamaría. Su preparación fue específicamente en cirugía torácica, sobre este tópico hizo su tesis de grado.
Luego de un tiempo, viajó a Venezuela, siete años fueron suficiente para que la nación bolivariana supiera de la entrega desmedida de este médico. La misión Barrio Adentro fue su hogar, allí trabajó, lo mismo en una comunidad indígena, que en un CDI o en un Hospital General. “Fue durísima la estancia -dijo- serpientes en el baño, por ejemplo; vi cosas horribles en la medicina, niños con apendicitis que no tenían dónde operarse porque los hospitales privados pedían dinero a los padres y así mucho de lo que nunca imaginé”.
BUEN MÉDICO, PERO TAMBIÉN EXCELENTE PROFESOR
Volvió a su Pinar en 2011, como jefe de servicio fungió un tiempo, luego se categorizó como profesor instructor hasta llegar a la categoría de auxiliar. Siguió en las labores de la cirugía torácica, después tuvo encima la neuro anestesia y seguido, la atención a la materna grave, muchos poquitos sobre los hombros de un solo ser humano.
“Pero ahí voy, sigo aquí trabajando, trato de llevarlo todo, lo traduzco en mucho estudio y sacrificio, sin faltar nunca los malos ratos, las malas noches, hago mis guardias y las de los demás, llego a mi casa y a veces tengo que regresar, amanece y para acá de nuevo, he estado madrugadas enteras en Sandino, compenso a una materna y retorno”, nos confiesa.
En zona roja conoció sobre la Covid 19, todo el tiempo al pie del cañón, como se dice, en el hospital “León Cuervo Rubio” atendió a las primeras maternas graves de la provincia, hasta que se infestó él y llevó la enfermedad a su casa, donde no escapó nadie y cuenta hoy que, sin lamentar males, todos la sobrepasaron, de cierto modo, gracias a lo que aprendió al estar en el centro mismo de la pandemia.
En cuanto a la docencia, supe de antemano que lo caracterizaba la exigencia, a lo que sin pensarlo mucho me dijo: “a mí me exigieron en mis tiempos, eso es lo primero; pero lo otro es que ellos son los que me darán anestesia a mí cuando yo lo necesite, y no solo a mí, a todo Pinar y el mundo, yo solo garantizo el futuro; pero las cosas no me van mal, porque todos los graduados se montan en aviones, ponen anestesia y nadie ha regresado a este país porque no sabe, y por cierto, lo hacen muy bien.
“Esos muchachos que hoy ya son técnicos, residentes o especialistas, ninguno rebasa los 28 o 30 años, son muy jóvenes y yo tengo que enseñarles una especialidad tan fuerte, con tantos requerimientos, que no cabe otra cosa que exigirles”.
Pudiera decirse que son los anestesiólogos los dominantes de la medicina, pues tienen que saber sobre la fisiología, la farmacología, la bioquímica, la anatomía, entre otras ramas de la ciencia. Es quien da seguridad de que un caso quede bien, de ahí que familias con la chispa encendida, ante la necesidad de un caso particular, busquen, primero que todo, al anestesiólogo.
LA ANESTESIA COMO EJE DE SU MUNDO
El apoyo de su mamá y su esposa, quienes hoy lo asisten más de cerca, es incondicional, así lo refiere sin dejar cabida a las dudas, “mi esposa también es de mi especialidad, ella sabe en lo que ando. Esa anestesióloga me ayuda, sobre todo a estudiar, a cubrirme cuando son muchos los casos dentro del propio hospital y gracias a ella puede acercarme a cada uno, pero en la casa es también quien lo hace todo, significa mucho ese vaso de jugo o la comida en la mesa que viene de sus manos, todo para que yo estudie.
“Estoy acompañado en esta tarea, pero a veces me canso, son días enteros aquí adentro”, y el único analgésico capaz de levantar otra vez los ánimos, es que, como él mismo afirmara, “si el caso me queda de libro, no hay problema, salgo por esa puerta, llego a la casa y duermo tranquilo; si me queda jorobado, me voy triste, pero sé que yo le pongo hasta el último poquito para que quede bien.
“Anestesia hago todos los días, hasta en vacaciones, estudio, reviso, enseño a los que vienen detrás de mí, ya sean residentes, especialistas, le exijo a todo el mundo.
“Estamos en un medio hostil, equipos ya viejos, no hay todos los recursos ni todos los medicamentos y así seguimos dando anestesia, ¿qué hacemos?, nos circunscribimos a lo que tenemos, y con eso, tratamos de que nos salga bien”, aseguró.
Es el estudio y la superación un aspecto significativo que resalta el Dr. Miguel Liván, incorporar las nuevas técnicas que han surgido en el mundo es garantía de la calidad de los casos, “hay que perseguir las nuevas bibliografías, descargarlas, comprarlas aún sus altos costos, porque estar actualizado cuesta, cuesta sacrificio, cuesta tiempo, cuesta dinero, eso no es gratis. No nos compramos un par de zapatos o un pantalón, por comprar un libro y nos sentimos mejor, podemos llevar ese texto a la casa, estudiarlo, me leo cerca de 46 capítulos, pero después tengo las herramientas para trabajar aquí y las comparto”.
Cuando era estudiante de medicina, entró al salón y vio cómo se desarrollaba la anestesiología, de esa experiencia supo que, en ella, todas las habilidades y conocimientos que se aprenden, sirven tanto para el salón de operaciones como para fuera de él, y eso permitía tratar a los pacientes ya sea en el hospital o en la casa.
“¿Tú piensas que no he salvado pacientes en mi edificio con la anestesia que sé?, ¿qué no he atendido a personas en la calle que sufrieron accidente gracias a lo aprendido?, también. ¿No salvé a pacientes en Venezuela, fuera del CDI, con la anestesia que aprendí en Cuba?; pues sí”.
Con estas interrogantes quiso demostrar que esta especialidad es de las más completas y atractivas para él, sin querer ser absoluto.
INTEGRIDAD EN UN SOLO HOMBRE
El Dr. Miguel Liván, lo mismo te manipula la vía aérea, la polvascular del paciente, la actividad cardíaca, la respiratoria, el aparato digestivo, la nutrición, la locomoción y la motricidad, es él, en su condición de anestesiólogo, el gran manipulador del organismo. Lleva al paciente a la muerte, al punto en el que nada más funciona el corazón, pero el resto de los órganos los domina, después lo devuelve a la vida.
Es esta la especialidad de las incógnitas, así lo considera, en la cual empiezas, pero no sabes cómo vas a concluir, de ahí la necesidad de trazarse estrategias para sacar a los pacientes bien y mejor de cómo entraron, “es muy difícil a alguien que viene buscando salud, entregárselo muerto a la familia por una complicación anestésica, por eso siempre tenemos que minimizar los riesgos y errores, cualquiera se equivoca, pero en la misma medida en la que trabajamos más, perfeccionamos lo que hacemos también.
“Eso es todo lo que hago, no me salgo de ahí, todo lo que pienso y sé es sobre anestesia, yo no sé construir, no sé apretarle una tuerca ni cambiar una rueda a mi moto”; pero en su lugar tiene gente que viene y lo hacen, sus propios pacientes, en señal de agradecimiento, ellos le devuelven lo que un día hizo por ellos, en mano franca.
Va rumbo a ese hospital todos los días, sábados y domingos, o lunes y martes, es igual, si no es por sus propios problemas, es para auxiliar a sus compañeros, ha contado hasta nueve veces las ocasiones de ir al hospital en un fin de semana, sin llegar a estar ni de guardia, llega en su motorcito, parquea, sube y allí está siempre.
“No es pinchar en cualquier parte, es en el lugar preciso, las malas inyecciones llevan a la postre, a la muerte del paciente. Tenemos que tener el ABC de la emergencia, las dosis del fármaco, conocer el estado en el que llega, si hay que transfundirlo, tenemos que saber cómo abordarlo y por dónde, no se nos puede morir, tenemos que ir al compás de cada operación y a la vez circunscribirnos a lo que nos toca”.
Él no fue de los que le cogió miedo a determinada cirugía, como algunos, según cuenta, él las ha hecho todas, hasta donación de corazón. Una, entre tantas de sus locuras, está el haber realizado recepciones traqueales pos Covid a los pacientes con ventilación prolongada e intubados con granulomas traqueales, un proceder sin antecedentes en la provincia; junto a un cirujano, estudió los referentes necesarios y se lanzaron, fueron meses de preparación para dominar el manejo, pero quedó todo perfecto.
Anécdotas que contar, muchas; días de tener que regresar a la mitad del camino por una emergencia, no son uno ni dos, ya casi incontables; pacientes que a las cuatro de la tarde no quieren que este médico regrese a casa por no dejar a su familiar solo, esos tampoco faltan, es que su cercanía garantiza bienestar y salud. Ya su andar, por aquellos pasillos del “Abel Santamaría”, además de cotidiano, es imprescindible y es que, sin dudas, Miguel Liván es de los hombres que ha cumplido bien, con la obra de la vida.
Será uno más de este país, él mismo lo dice, pero es bueno saberle allí, haciendo lo que le toca y lo que no, porque de tamaña grandeza necesitará siempre este mundo.