El ocho de mayo de 1935 fueron asesinados en las orillas del río Canímar, en la provincia de Matanzas, el revolucionario Antonio Guiteras Holmes y su hermano de ideales, el venezolano Carlos Aponte.
De no ser por la traición del capitán Carmelo González, supervisor de la Aduana de Matanzas y antiguo condiscípulo de Guiteras en el Instituto de Segunda Enseñanza de Pinar del Río, la salida hubiera sido un éxito. A bordo del yate Amalia habrían partido los combatientes desde El Morrillo, rumbo a México, donde organizarían una expedición armada que pusiera fin al gobierno títere de Carlos Mendieta, también conocido como alianza Caffery-Batista-Mendieta.
Pero todo se frustró en un momento, con un disparo directo al corazón de Tony Guiteras, el líder brillante de la Joven Cuba, organización que, desde la clandestinidad, sentaba las bases y proyecciones de una revolución de liberación nacional, agraria, democrática y antimperialista.
La novia del mártir y su compañera de lucha, Delia Echeverría, reina de belleza de la Universidad e intérprete musical de notable talento, fue interrogada y perseguida con saña por parte de los cuerpos represivos del régimen. Dado el acoso constante a que estos la sometieron, se vio obligada a trasladarse a México.
Con el alma destrozada por el dolor, entregó a la madre y hermana de su amado, María Teresa Holmes y Calixta Guiteras, las pertenencias que Tony llevaba el día que lo mataron, como la camisa ensangrentada que uno de los guardias de El Morrillo consiguió recuperar y luego vender a la reclamante.
La noticia del asesinato de aquel hombre fue una sacudida para todos los que lo conocieron, amaron y siguieron. Guiteras había logrado lo imposible, lo que nadie pudo concretar antes que él.
Durante su gestión como secretario de Gobernación, Guerra y Marina en el gobierno provisional de los 100 días presidido por Ramón Grau San Martín, ordenó la incorporación de los militares cesantes o encarcelados por problemas políticos durante el gobierno de Machado y decretó la jornada laboral de ocho horas y el jornal mínimo de un peso diario para la ciudad y 80 centavos para el campo.
Por aquellos tiempos a un obrero que trabajara 10 horas diarias o más se le pagaban apenas 20 centavos, que no alcanzaban a cubrir las necesidades básicas de este y de su familia.
A instancias de Guiteras se redujo la tarifa de electricidad, se reconoció a los sindicatos obreros y organizaciones campesinas, se dictaminó la depuración de los profesores universitarios, se rebajó el precio de los artículos de primera necesidad y fueron intervenidos los centrales Delicias y Chaparra y la Compañía de Electricidad.
El carácter progresista de estas medidas supuso un duro golpe para los intereses de los consorcios estadounidenses, los cuales comenzaron a mover sus hilos para abolir dichas disposiciones y anular el poder del gobierno, que fue derrocado el 15 de enero de 1934 por un grupo de militares encabezados por el jefe del ejército, coronel Fulgencio Batista.
“Fracasamos porque una revolución solo puede llevarse adelante cuando está mantenida por un núcleo de hombres identificados ideológicamente, poderoso por su unión inquebrantable, aunados por los mismos principios», expresó el líder antimperialista en relación con las causas que dieron al traste con el Gobierno de los 100 días, aunque algunos historiadores, en aras de ser más precisos, prefieren llamar a dicha administración Gobierno de los 127 días.
Comenzar todo de nuevo se convirtió en la prédica constante de Tony. Antes de su gestión como secretario de Gobernación, había sido farmacéutico. Su trabajo como viajante de comercio en los laboratorios Lerdele le permitió conocer todo el país y vincularse con los revolucionarios de Oriente.
Sus conocimientos de química fueron de gran utilidad en la fabricación de explosivos y por su actividad conspirativa lo encarcelaron en 1931. La amnistía de febrero de 1932 le devolvió la libertad, pero él continuó entregado a la lucha por la soberanía de su Patria.
Aunque nació en Filadelfia, Estados Unidos, de madre estadounidense y padre cubano, siempre reconoció a Cuba como su tierra.
Solían acunarlo con relatos de un tío mambí, José Ramón Guiteras, que participó en la Guerra de los diez años y de un tío abuelo materno, John Walsh, uno de los líderes de la independencia de Irlanda; historias que alimentaron el espíritu de aquel niño travieso que, en medio de uno de sus juegos, cayó cierta vez desde una altura. La contusión provocada por este accidente le hizo perder el control del lado derecho de su cuerpo por varios años.
De igual forma se le desvió de por vida la línea visual del ojo izquierdo, pero esa ligera bizquera no le restaba elegancia a su rostro interesante y serio.
La mayor parte de su infancia transcurrió en Cuba, más específicamente en Pinar del Río, a donde se mudó su familia cuando él era pequeño. A medida que crecía empezó a sentir predilección por el medio ambiente, las excursiones a los pinares y los baños en el río Guamá.
Vueltabajo fue testigo de su adolescencia, de su graduación como bachiller en Ciencias y Letras y como agrimensor y perito tasador de tierras, de su crecimiento intelectual y de la formación de su carácter e inteligencia, que lo condujeron a alcanzar cosas extraordinarias en tan breve tiempo.
Raúl Roa, canciller de la dignidad, lo definió como “…la figura más empinada, el ánimo mejor templado, la voluntad más indomeñable, el brazo más enérgico y el espíritu más puro del movimiento nacional revolucionario”.