Esta vez, la interrogante que hemos empleado en el enunciado del título de este comentario no implica en modo alguno una intención retórica. Pretendemos que el propio cuerpo del trabajo vaya dándole respuesta gradual y progresivamente.
El debate entre tradición y modernidad ha acompañado a la humanidad a lo largo de su historia. La tradición representa la herencia cultural, el conjunto de valores, costumbres y conocimientos transmitidos de generación en generación, dando forma a la identidad de una comunidad. La modernidad, por su parte, se asocia con el cambio, la innovación y la adaptación a nuevas realidades. Ante esta aparente oposición, surge la pregunta: ¿se gana o se pierde cuando una de estas fuerzas predomina sobre la otra?
La tradición no es un conjunto inmutable de prácticas, sino un fenómeno dinámico que se desarrolla en contextos históricos concretos. Lo que hoy consideramos tradicional en una sociedad ha sido, en algún momento, una novedad, y lo que es moderno ahora podría convertirse en tradición con el tiempo.
Las tradiciones pueden abarcar distintos aspectos de la vida: desde la gastronomía hasta las festividades, pasando por la organización familiar y las creencias religiosas. Son un reflejo del entorno y la historia de los pueblos. Algunos ejemplos de tradiciones nacionales, en el caso cubano son: el Desfile Pioneril Martiano y la Marcha de las Antorchas, las parrandas en la zona central del país, el Día de los Fieles Difuntos, las peregrinaciones del l7 de diciembre, el cañonazo de las nueve, la quema del muñeco el 31 de diciembre de cada año, el guateque campesino, la vuelta a la ceiba y tantas otras.
Sin embargo, muchas de estas prácticas han evolucionado con el tiempo. Algunas se han adaptado a nuevas sensibilidades, mientras que otras han desaparecido o han sido reinterpretadas.
La modernidad, en su sentido más amplio, se asocia con el racionalismo, la ciencia y la búsqueda del progreso material y social. A lo largo de la historia, lo moderno ha sido sinónimo de avances tecnológicos, revoluciones industriales y cambios en la estructura de las sociedades.
En la actualidad, la modernidad se expresa en fenómenos como:
- La digitalización y la inteligencia artificial: la manera en que la tecnología transforma el trabajo, la educación y las relaciones sociales es una de las mayores revoluciones de nuestro tiempo.
- La globalización cultural: la interconexión entre países ha permitido la difusión de ideas, pero también ha generado tensiones entre lo local y lo global.
- Nuevas concepciones sobre el género y la identidad: la lucha por la igualdad de derechos y el reconocimiento de identidades diversas desafía estructuras tradicionales de la familia y el papel de los géneros en la sociedad.
- Cambio en los valores laborales y económicos: las estructuras rígidas de trabajo han dado paso a la economía digital, el teletrabajo y nuevas formas de empleo menos ligadas a un lugar físico.
En la aparente dicotomía entre tradición y modernidad, muchos consideran que la modernidad es sinónimo de progreso, y que la tradición debe ceder ante el avance del tiempo. No obstante, no todo lo nuevo es mejor, ni todo lo tradicional es necesariamente un obstáculo para el desarrollo.
En algunos casos, el choque entre ambas visiones puede generar conflictos. Por ejemplo, las disputas sobre el papel de la religión en sociedades cada vez más secularizadas, la preservación de lenguas indígenas frente a la hegemonía de idiomas globales, o la resistencia de ciertos sectores a los cambios en los modelos familiares.
Aun así, la clave no radica en la victoria de una sobre la otra, sino en la capacidad de conciliarlas. La modernidad puede rescatar valores esenciales de la tradición, mientras que la tradición puede adaptarse sin perder su esencia. Un equilibrio entre ambas permitiría aprovechar lo mejor de cada mundo, al asegurar, tanto el progreso como la continuidad cultural.
En este sentido, sociedades que han armonizado tradición y modernidad han encontrado modelos exitosos de convivencia. Japón, por ejemplo, combina tecnología de punta con un profundo respeto por sus costumbres ancestrales. En Europa, muchas ciudades han preservado su arquitectura histórica mientras incorporan innovaciones urbanísticas sostenibles.
En definitiva, el dilema entre tradición y modernidad no debe verse como una confrontación de ganadores y perdedores, sino como una oportunidad de evolución equilibrada. La verdadera pérdida ocurre cuando se desecha el pasado sin comprender su valor o cuando se rechaza el futuro por temor al cambio.
De buena fe pensamos que el Estado cubano ha mantenido una postura prudente y cuidadosa en este tema, aunque a veces las incomprensiones hayan establecido trabas temporales que han puesto en riesgo lo genuino y esencial.