Como un hilo fino que sostiene un botón a punto de caer, se tejió en esta isla desde el seis de mayo la esperanza, pero no es una hebra cualquiera, tiene en su interior fibras de la sorpresa que no se extinguió con la nube de humo y polvo que provocó la explosión del Hotel Saratoga.
Posee partículas de miedo, porque el azar nos pone a cualquiera a merced de la accidentalidad, y tememos a la muerte, o a sobrevivir a seres queridos que según designios naturales no deberían precedernos ¿a quién no le sobrecoge de espanto el pensamiento de perder un hijo?
Bajo esa zozobra “festejamos” un Día de las Madres, en que las noticias sobre las víctimas superaron las felicitaciones, y es que como dijo un amigo, en medio de tanto dolor uno se avergüenza de tener dicha.
Por frágil y débil que parezca, esa brizna de ilusión soportó hora tras hora los vaivenes de las malas noticias, las historias conmovedoras de la niña que quedó huérfana en un instante y daba batalla por su vida en un hospital, del joven que no se movía porque allí estaba su padre, la nieta que aguardaba por un milagro, el padre y el hijo que tuvieron un mismo funeral…
Cuando parecía que tanta congoja colgando en su punta la iba a romper, la hebra se recomponía con la entrega de hombres y mujeres que descansaron tirados en el césped y se negaron a aceptar la derrota frente a una mole de escombros que se mostraba impenetrable, pero bajo la cual yacía el anhelo de poder salvar vidas y no tuvieron esa recompensa, pero nos dieron la fuerza para soportar la espera sin renunciar a la esperanza.
Aliento y amor también se entretejieron en ese hilo, a veces en actos de altruismo y otras con mensajes, imágenes, palabras que nos dieron la magnitud del dolor, el desastre y la solidaridad.
Los cubanos humedecimos con lágrimas cada filamento de ese clamor que convertimos en ruego para que no nos flaquearan las fuerzas, aceptar lo inevitable y sobreponernos a la adversidad.
El núcleo de ese fino cordel se hizo de un amasijo de buena voluntad, solidaridad y empatía, los millones que habitamos esta isla pusimos latidos de nuestros corazones a merced de esos cuerpos exánimes y familias enlutadas, para que la congoja tocara a menos.
Literalmente fueron momentos de sangre compartida, de hálitos de energía, fraternidad y sufrimiento, no estoy entre quienes creen que sólo este último abre el camino a la felicidad, porque entonces, como nación, ya deberíamos estar disfrutando de dicha ilimitada.
Tras los accidentes, suelen estar los errores, aprendamos de este qué tanto ha costado, no dejemos que el pasar de los días nos lleve a una cicatrización sin cura, sanemos, porque la vida nos necesita plenos para los desafíos de hoy y mañana.
Que lo ocurrido en el Hotel Saratoga no se convierta sólo en otro recuerdo luctuoso; ese hilo de esperanza tejido con fibras del alma tiene la fuerza para sostenernos, no colgando, sino escalando hacia la cima, en busca de realidades deseadas que se nos han vuelto esquivas.
Toda la bondad florecida a partir de esa nube de polvo, quédese en esta Cuba dolida y ayúdenos a transformar cada jornada; que seamos capaces de penar por el desconocido como por el amigo; que esas historias que hasta hace poco nos eran extrañas, y ahora son nuestras, sean la cuna en la que columpiemos a mejores seres humanos.