Las tendencias intermitentes nunca son buenas, o al menos, no desde su concepción de supuestas benevolencias psicológicas, cuando creemos que actuamos en pos de un bien mayor.
Lo anterior parecerá un trabalenguas, pero lo cierto es que dejarse guiar por ideas e ideales que a la larga ensombrecen más de lo que verdaderamente asisten, es dañino en extremo; quizás mucho más que inoperancias o sedentarismos sociales.
Hace algunos días comentaba lo perjudicial de sucumbir ante triunfalismos excesivos y discontinuos, por aquello de pensar que al visibilizar y dotar de presumidas “respuestas” un asunto, su solución sería exacta.
Y no, para nada es así. Al contrario, en mi opinión duele más el disfrazar las llagas que mostrarlas a ojo desnudo. Si estos años de oficio me han enseñado algo, es que siempre se prefiere lo real, aunque sea o suene feo.
En su momento dejé caer la impresión sobre la transportación de pasajeros, contrapuesta a los párrafos anteriores, y con cierta alusión al “campañismo”. Sin embargo, ejemplos hoy son los que se sobran escondidos tras burós en frases hechas como “estamos trabajando en base a eso”, “ya tenemos identificado el problema”, “lo comunicamos y estamos esperando respuesta”, o “eso es uno de los problemas que nos queda por resolver”. Por supuesto, siempre todas estas acepciones escudadas bajo aires triunfales.
Todo sería bonito si fuese verdad. Pero al recurrir al mismo lugar con dichos “planteamientos”, tras varios meses de intervalo, vemos que ni se ha trabajado en base a eso, el problema identificado permanece sin solución, la respuesta nunca llega, o peor aún, lo asuntos y dificultades a resolver… continúan. Los males continúan, pero persiste el triunfalismo sobre los mismos.
Coincido con un experto en temas de psicología al decir que esta nociva tendencia recurre a la fanfarria y a la brillantina como maquillaje para, precisamente, “adornar” lo que está mal, o al menos intentar disimular la realidad o recurrir entonces a la frase perniciosa de “está mejor que como estaba”.
Y si vamos a la esencia, tal triunfalismo solo esconde en sí a los demás de su calaña. Díganse el campañismo, el sedentarismo político, la involuntariedad, la procrastinación y tantos otros. Enfermedades sociales que, tanto a corto como a largo plazo, espantan sugerencias, soluciones y resultados, guiñando siempre un ojo al estancamiento, la pereza e inoperancia.
El afán de justificar, tapar el sol con un dedo, o simplemente decir que todo está bien siempre estará ahí, es parte de nuestro ADN. Como seres humanos es, hasta cierto punto, entendible.
No obstante, toca a cada uno de nosotros deshacernos de la corrosión de pensamiento, y donde hallan o existan grietas, no ver solo la oportunidad y el espejismo de laureles. Abusar de las consignas y el conformismo, solo nos hará calificar una vez más de exitosas las realidades inciertas.
No tratemos de parchear la crítica social. Veamos como ponzoña lo que silenciosamente nos carcome y barremos bajo la alfombra de la desidia. Veamos cada problema como una oportunidad para crecer, para solucionar, para salvar, para vencer, y no para ocultar incapacidades.
Tampoco necesitamos tiñosos… sí, aquellos que ven todo con miras hechas a 90 millas, ni mucho menos a quien ve cada oportunidad para arremeter contra nuestros problemas y carencias en vez de cooperar en su solución definitiva.
No seamos triunfalistas ni tiñosos. La clave está en el equilibrio consciente y celoso de cada asunto a tratar o problemas a resolver.
Solo digo que necesitamos más de autocuestionamientos y análisis precisos, de juicios críticos; de no dar chance a contemplaciones, a silencios, a falsos alegatos, y mucho menos, a que la apariencia o la mentira –en su defecto como la ausencia de la verdad– sean la respuesta.