Un año más… otro Día de las Madres, otra celebración diferente. Maldita pandemia que separa de nuevo los abrazos, que nos obliga (a muchos) a distanciarnos de nuestros seres de luz que son las madres; que nos obliga a inventarnos corazones para mitigar el espacio entre ellas y nosotros.
Pero no será este día menos feliz, porque olvidaremos los domingos suspendidos, cancelados, aplazados o celebrados a medias, olvidaremos esta crisis impuesta y reiremos con quienes marcan la diferencia escondiendo dolores detrás de una sonrisa siempre dispuesta.
Haremos de esta situación de desamparo emocional una jornada apasionada para agradecerles que nos envuelvan en un velo angelical aun cuando peinemos canas, para premiarlas por todas esas caricias y besos cuando lo merecíamos, y cuando no; por esas palabras que necesitábamos escuchar, y las que no; por todas esas noches sin dormir, por todos los miedos sin saber que lo estaban haciendo muy bien, por la renuncia que seguro hubo, por enorgullecerse cuando tenemos éxito y, sobre todo, por tener tanta fe en sus hijos, incluso cuando nosotros mismos no la tenemos.
Y es que el amor de una madre es como ninguna otra cosa en el mundo. No conoce la ley, no tiene lástima, desafía todas las cosas y aplasta sin piedad lo que se interpone en su camino. Es el único sin condiciones, sin peros ni intereses, que sobrevive al tiempo y a la distancia. Es el único capital del sentimiento que no quiebra y con el cual se puede contar siempre, es paciente y perdona cuando todos los demás abandonan… es lo que sostiene a la raza humana.
Razones suficientes para celebrar este día a pesar de las distancias, a pesar de los besos ausentes, a pesar de los abrazos deseados. También para recordarles que son parte inseparable de nuestras vidas y que dependemos de ellas para sonreír, soñar y amar a su manera.
Le agradeceremos por todo su cariño, por prepararnos la merienda, por recordarnos que debemos “ponernos el abrigo para no resfriarnos”, por llamar mil veces preocupadas si hemos comido aunque tengamos 40 años.
Este domingo, otra vez bastará su mirada (aunque sea a través de una pantalla o un auricular) para cobijarnos, para saber qué nos pasa, regañarnos si nos saltamos las normas, pero, sobre todo, para darnos el cariño que tanto anhelamos para enfrentar cada día. Las que no están porque se concibieron estrellas, también acompañarán a los suyos en el pensamiento y desde el corazón.
Otra vez sobrarán las palabras para decirles lo mucho que las queremos, basta con que seamos felices para que sientan lo mismo; no les importan los regalos, ni largos poemas ni frases superfluas de solo un día… un detalle convertido en beso o un simple “te quiero” es su mejor reconocimiento.
Porque con ello llegarán los abrazos pendientes, la caricia anhelada cuando se han sentido solas, el guiño del hijo cómplice en las travesuras, el susurro de los nietos y la realidad de ver a todos juntos en la mesa familiar cuando esto pase.
Nuevamente llega la celebración de su día y, con él, otro momento especial para engrandecer su osadía por sacrificar tanto y brindar cariño sin esperar nada a cambio, para demostrarnos que a pesar de todo, la vida es algo mágico y que el amor de la madre es la gema que brilla en la hora más oscura.
Así que, una vez más, sirva este domingo para agasajar a las primerizas, a las que muy pronto van a ser mamás, a las mamis veteranas experimentadas, a las que hacen de mamá y papá durante todo el día, a las madres solteras, a las que se comportan como una madre, a las grandes abuelas que malcrían y cuidan como nadie… a todas ¡muchas felicidades!!