Cada primero de diciembre, el mundo se detiene por un instante para reflexionar sobre una de las epidemias más desafiantes que ha enfrentado la humanidad: el VIH/SIDA.
Este día no es solo una fecha en el calendario, es un recordatorio de las vidas que se han perdido, de las batallas que se han librado y del esfuerzo incesante de quienes trabajan para transformar la tragedia en esperanza.
Es una jornada para rendir homenaje a los que ya no están, para apoyar a quienes viven con el virus y para reafirmar un compromiso colectivo en la lucha contra la discriminación y el estigma.
Hablar del SIDA es hablar de dolor, pero también de resistencia. Es recordar el vacío dejado por amigos, hermanos, madres y padres, vidas que se apagaron en silencio en los primeros años de la epidemia, cuando el miedo y la ignorancia eran tan mortales como el propio virus. Sin embargo, es también una historia de valentía, de científicos que rompieron barreras, de activistas que alzaron su voz en plazas, de comunidades que decidieron unirse para enfrentar la pandemia con compasión y solidaridad.
En Pinar del Río, como en muchos rincones de Cuba, el Día Mundial de la Lucha contra el SIDA cobra una dimensión especial. Aquí, donde el ritmo de la vida parece más pausado, el compromiso con la salud y la educación ha sido un pilar fundamental. Desde los pequeños consultorios hasta los hospitales, los profesionales de la Salud han llevado un mensaje claro: prevenir es salvar vidas, y cuidar a quienes viven con VIH es un acto de humanidad.
Las campañas locales, los talleres en escuelas y comunidades, y las ferias de salud han sido parte del esfuerzo constante para informar, educar y romper las barreras del prejuicio. «El VIH no discrimina, y nosotros tampoco deberíamos hacerlo», ha sido una de las frases que más se repiten en estos días, porque en esta lucha, tan importante como los medicamentos es el abrazo sincero, el entendimiento y la aceptación.
No se puede hablar del Día Mundial de la Lucha contra el SIDA sin mencionar los avances científicos, los tratamientos que han permitido a millones de personas vivir vidas plenas y productivas. Pero también es un día para recordar que aún hay desafíos pendientes: las regiones donde los medicamentos no llegan, los niños que nacen con el virus y las comunidades marginadas que enfrentan no solo la enfermedad, sino el rechazo.
Hoy, mientras las velas se encienden en memoria de quienes se han ido, también se renueva la esperanza, pues esta no es solo una lucha médica, es una lucha social, cultural y personal. Es un llamado a la empatía, a la acción y a la justicia.
El Día Mundial de la Lucha contra el SIDA no se trata solo del pasado o del presente. Es un recordatorio de que el futuro está en nuestras manos. Un futuro en el que el VIH sea solo una palabra en los libros de historia, y no una sombra en la vida de millones de personas. Un futuro que empieza con cada gesto, con cada palabra, con cada corazón dispuesto a luchar por la vida y el amor por encima del miedo.