Fidel Castro fue un hombre que rebasó su tiempo, sus doctrinas desde los preparativos del Moncada siguen vigentes, su alegato en el juicio fue futurista y lo que auguró se cumplió, pero más allá todavía cuando leemos sus discursos de los primeros años de Revolución constatamos su extraordinaria vigencia.
Su arma poderosa no fue el fusil de mira telescópica, como creen algunos, sino la palabra, que pronto usó apenas habían transcurrido 19 meses del triunfo de la Revolución, cuando el 26 de septiembre se presentó ante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Ese debut lo llevó a los records Guinness con un discurso de cuatro horas y 29 minutos, el más largo en la historia de ese organismo, aunque había prometido ser breve.
Las autoridades norteamericanas desde su llegada habían calentado el ambiente, al despojar a la delegación de sus habitaciones de hotel, pero apareció la feliz solución, el modesto hotel Theresa, ubicado en el barrio negro de Harlem.
La Casa Blanca y el Departamento de Estado pretendieron humillarlo, pero su primera reacción al verse sin hotel, fue dirigirse a los jardines de la ONU y decirle a los guardianes: “Vengo a acampar aquí, en esta zona internacional”.
Ese discurso de casi cinco horas sin un apunte, todo a base de improvisación, pero hilado por su brillante oratoria y extraordinario rigor y contenido quedó para la historia, y los norteamericanos perdieron la oportunidad de interpretar y conocer a quien sería su enemigo durante muchos años.
Fueron los días en que brillaron sus palabras: “(…) Desaparezca la filosofía del despojo y habrá desaparecido la filosofía de la guerra (…)”; “(…) desaparezca la explotación de los países por los monopolios, y entonces la humanidad habrá alcanzado una verdadera etapa de progreso (…)”.
Es incomprensible que los sesudos analistas que durante decenas de años pasaron por la Casa Blanca, el Departamento de Estado, el Pentágono y todas las agencias de inteligencia no llegaran nunca a comprender que Fidel Castro era un hombre extraordinario, no porque lo digan sus admiradores, simplemente porque lo demostró la historia.
Entre los años de 1959 al 2016 ocuparon la Casa Blanca 11 presidentes norteamericanos: Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, H. Bush, Clinton, W. Bush y Obama, pero ninguno consiguió descifrar su pensamiento y ante cada de intento de destruir a la Revolución, lo que hizo fue fortalecerla.
Es probable que jamás un país haya sido tan agredido como Cuba, contra la que utilizaron desde las formas más “nobles” hasta las más violentas, y se convirtió en una obsesión su reconquista, que ahora emprende con menos éxito, el demente que está de turno.
Fidel demostró reiteradamente que no solo era un hombre de acción, como lo hizo en la Sierra, o de palabra como en la ONU, sino el más valiente, cuando la Crisis de los Misiles –para ellos-, de Octubre para los cubanos.
Plantó cara a los Estados Unidos y le recordó a la ONU que a Cuba para venir a inspeccionar tenía que ser en zafarrancho de combate, eso sin titubearle la palabra.
El 12 de octubre de 1979 el Comandante en Jefe volvió a resplandecer en el plenario de la ONU y de manera insólita, a pesar de las dificultades del país, exclamó: “No he venido a hablar de Cuba. No vengo a exponer en el seno de esta Asamblea la denuncia de las agresiones de que ha sido víctima nuestro pequeño pero digno país durante 20 años. No vengo tampoco a herir con adjetivos innecesarios al vecino poderoso en su propia casa.
“Traemos el mandato de la Sexta Conferencia de Jefes de Estado o de Gobierno del Movimiento de los Países No Alineados, para presentar ante las Naciones Unidas el resultado de sus deliberaciones y las posiciones que de ellas se derivan.
“Somos 95 países de todos los continentes, que representan la inmensa mayoría de la humanidad. Nos une la determinación de defender la colaboración entre nuestros países, el libre desarrollo nacional y social, la soberanía, la seguridad, la igualdad y la libre determinación. Estamos asociados en el empeño por cambiar el actual sistema de relaciones internacionales, basado en la injusticia, la desigualdad y la opresión. Actuamos en política internacional como un factor global independiente.
“No es posible negarlo. Cuando se analiza la estructura del mundo contemporáneo se comprueba que esos derechos de nuestros pueblos no están todavía garantizados. Los Países No Alineados sabemos bien cuáles son nuestros enemigos históricos, de dónde vienen las amenazas y cómo debemos combatirlas. Por eso, hemos acordado en La Habana reafirmar que:
“La quinta esencia de la política de no alineamiento, de acuerdo con sus principios originales y carácter fundamental, lleva aparejada la lucha contra el imperialismo, el colonialismo, el neocolonialismo, el apartheid, el racismo incluido el sionismo y cualquier forma de agresión, ocupación, dominación, injerencia o hegemonía extranjeras, así como la lucha contra las políticas de gran potencia o de bloques”.
Luego puntualizó que el intercambio desigual arruinaba a los pueblos y debía cesar; que la inflación que se les exportaba, debía cesar; que el proteccionismo debía cesar; el desequilibrio en cuanto a la explotación de los recursos marinos, era abusivo y debía ser abolido; que los recursos financieros que recibían los países en desarrollo, eran insuficientes y debían ser aumentados; que los gastos en armamentos, eran irracionales y debían cesar y sus fondos empleados en financiar el desarrollo; que el sistema monetario internacional que predominaba, estaba en bancarrota y debía ser sustituido… y así prosiguió con todas las demandas de los pueblos con la misma vehemencia como si viviera en cada uno de ellos.
Y al final sentenció: “No he venido aquí como profeta de la revolución; no he venido a pedir o desear que el mundo se convulsione violentamente. Hemos venido a hablar de paz y colaboración entre los pueblos, y hemos venido a advertir que si no resolvemos pacífica y sabiamente las injusticias y desigualdades actuales el futuro será apocalíptico”.
Luego, aunque lo dijo ese día, lo demostró posteriormente y ahora más que nunca sus palabra son ley, porque “El ruido de las armas, del lenguaje amenazante, de la prepotencia en la escena internacional debe cesar. Basta ya de la ilusión de que los problemas del mundo se puedan resolver con armas nucleares. Las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia. No pueden tampoco matar la justa rebeldía de los pueblos y en el holocausto morirán también los ricos, que son los que más tienen que perder en este mundo”.
Hablamos del guerrillero valiente, del político consagrado, del estadista universal, pero en él había también la arista del sabio científico, que se contrapone al demente de turno en la Casa Blanca, cuando el 12 de junio de 1992, abogó en Río de Janeiro por la salvación del medio ambiente.
Expuso cómo las sociedades de consumo son las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente, porque nacieron de las antiguas metrópolis coloniales y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso y la pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad.
Explicó en aquellos momentos como solo el 20 por ciento de la población mundial consumía las dos terceras partes de los metales y las tres cuartas partes de la energía que se producía en el mundo. Y que habían envenenado los mares y ríos, contaminado el aire, debilitado y perforado la capa de ozono, saturado la atmósfera de gases que alteraron las condiciones climáticas con efectos catastróficos que ya se estaban padeciendo y que hoy son mayores.
Analizó en detalles cómo los bosques desaparecían, los desiertos aumentaban, miles de millones de toneladas de tierra fértil van a parar cada año al mar y numerosas especies se extinguían.
Y aclaró que la presión poblacional y la pobreza conducían a esfuerzos desesperados para sobrevivir aun a costa de la naturaleza. Por eso no era posible culpara los países del Tercer Mundo, colonias ayer, naciones explotadas y saqueadas hoy por un orden económico mundial injusto.
Y llamó a si se quería salvar a la humanidad de esa autodestrucción, había que distribuir mejor las riquezas y tecnologías disponibles en el planeta. Menos lujo y menos despilfarro en unos pocos países, para que haya menos pobreza y menos hambre en gran parte de la Tierra. No más transferencias al Tercer Mundo de estilos de vida y hábitos de consumo que arruinan el medio ambiente.
Pidió “Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre
“Cesen los egoísmos, cesen los hegemonismos, cesen la insensibilidad, la irresponsabilidad y el engaño. Mañana será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo”.
El 22 de octubre de 1995 Fidel nuevamente expuso su genialidad en la Asamblea General, cuando llamó a proscribir de manera completa todas las armas de exterminio en masa, producir el desarme universal y la eliminación del uso de la fuerza, la prepotencia y las presiones en las relaciones internacionales.
En la propia casa de las naciones criticó el anacrónico privilegio del veto y el uso abusivo del Consejo de Seguridad por parte de los poderosos, que entronizaban un nuevo colonialismo dentro de las propias Naciones Unidas y reclamó su democratización que aún no acaba de llegar.
La cruzada del invicto guerrillero fue por imponer la racionalidad, equidad y justicia en el mundo. Sus recorridos por los continentes o países eran como la llegada del mesías, todos querían ver y oír al barbudo Comandante, que tenía su casa solo a 90 millas de más peligroso enemigo de los pueblos y no les temía; uno de los pocos políticos que les cantaba sus verdades y contra el que fallaron más de 600 atentados para privarlo de la vida.
Fidel no fue un mito, no fue un símbolo, era un ser vivo que sufría y se alegraba como todos los humanos, un padre de familia, pero que sacaba tiempo para ocuparse de los problemas de otros.
Recorrió África y se comprometió con ella, por eso la gesta angolana no fue casual, como tampoco la eliminación del apartheid. Visitó a América y dio consejos, ayudó como pudo y tuvo la oportunidad de hacer nacer un nuevo valor entre los cubanos: la solidaridad internacional, demostrada en Asia, África y América Latina.
Cuando Fidel hablaba no reclamaba solo para Cuba, quería paz, desarrollo y bienestar para el mundo entero, incluidos sus enemigos, pero todo con racionalidad; convivencia pacífica sin armas de exterminio masivo; respeto a la autodeterminación, a la soberanía y a los valores autóctonos de cada pueblo.
Fidel sencillamente es universal, no digo fue, porque no se ha ido, ¡qué importa el cuerpo si las ideas cada vez son más vigentes!