Cuando en 1963 el ciclón Flora azotaba al oriente cubano, allí, encima de un vehículo anfibio arrastrado por la crecida de un río lideraba acciones de búsqueda y rescate. Salvar vidas era la prioridad.
Incontables veces llegó a Pinar del Río y a otros territorios para estar codo a codo con el pueblo. En medio de fuertes vientos se levantaba como gigante ante la multitud y devolvía la tranquilidad y la esperanza: Alberto, Georges, Michelle, Charley, Iván, Isidore, Lili…
Siempre en primera línea de combate, aunque corriera peligro su vida. Siempre instando a la ayuda desinteresada, no solo entre cubanos, sino en cualquier región del mundo que necesitara una mano amiga.
“Gracias a que hay un sentimiento que se llama amor a la patria, somos fuertes; gracias a que hay un sentimiento de amor a los semejantes y de solidaridad de todos para con todos, somos fuertes”.
De él aprendimos eso. Nos educó bien en el principio de la ayuda sin esperar compensación o reciprocidad. Nos enseñó a valorar la vida humana sobre cualquier adversidad material o económica. Nos inculcó que en medio de situaciones difíciles debemos estar unidos.
Con una visión inigualable para adelantarse a los acontecimientos nos preparaba para enfrentar los eventos más adversos, las situaciones más difíciles, las circunstancias más complejas. Con esa visión nos enseñó a superar golpes demoledores de todo tipo.
“Con nuestra vergüenza, con nuestra dignidad, con nuestro honor, con nuestro patriotismo, con nuestra conciencia revolucionaria, con nuestro espíritu, seremos capaces de vencer cualquier obstáculo que pueda sobrevenir”.
Así, de contienda en contienda se ganaba la admiración de todos, aun de los enemigos: invasión mercenaria, cientos de atentados, crisis nuclear, periodo especial. De batalla en batalla sorteaba barreras y al mismo tiempo legaba a un pueblo entero la confianza de resurgir airosos, nos heredaba la resiliencia para, de alguna manera, salir siempre a flote.
“La Revolución nos inculcó a todos la idea de la fraternidad y la solidaridad humana. A todos nos hizo hermanos entrañables en los que la sangre de uno pertenece a todos y la sangre de todos pertenece a cada uno de los demás”. Y llevan esas palabras la vigencia innegable de su pensamiento.
Este 13 de agosto cumpliría Fidel 96 años. No será el homenaje a su natalicio como en otras ocasiones, sino que en estos días aciagos en que Cuba entera lucha, llora y se mantiene unida, ponemos en alto ese pensamiento humanista que nos legara.
Le homenajeamos cada minuto que pasamos en vilo por quienes se han batido con las llamas; por quienes sufren la ausencia del hijo, el esposo, el padre. Le honramos con la voluntad unísona de ayudar desde cada rincón de la Isla, aunque sea con el espíritu y las buenas vibras.
Le homenajeamos con la certeza de que su ejemplo caló hondo en los que sin descanso han apostado todo por un bien mayor, en los que sin titubear se mantuvieron en el cumplimiento del deber a pesar del peligro.
“Hoy he visto —como diría en 1960— más gloriosa y más heroica a nuestra patria, más admirable a nuestro pueblo digno de admirarse como se admira a una columna que regresa del combate”.
Este 13 de agosto de seguro estaría Fidel en aquel combate nefasto, también él cara a cara con las llamas sin imaginar una tregua. Este 13 de agosto reafirma su inmortalidad, su talla inmensa ante el minuto más funesto, su estatura de gigante multiplicada en muchos hombres de honor.